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Columnas - PAULO SORIA - Fantástico inoxidable

Fantástico inoxidable | Por qué David Lynch es un clásico

Ha partido el autor que atravesó el cine fantástico moderno con la marca más personal. Se fue David Lynch, dejando una obra que habrá que descubrir y redescubrir una y otra vez, una galería de arte completamente fuera de lo común, una mirada fantástica de lo fantástico.

Esta es una columna que busca responder por qué ciertas películas del Género Fantástico son clásicos, pero ante semejante evento que sacude al cine por completo, se hace preciso movernos de las reglas, para hablar de la obra completa de un artista que, precisamente, fue más allá de las pautas. ¿O estamos hablando de él y no de su obra? ¿O de todo junto? La primera cuestión, en esta línea, debiera ser que la división entre artista y obra podría ser necesaria en general, pero aquí estamos hablando de un autor que es parte de su obra, o quizás sea al revés. A lo mejor, David Lynch es producto de su propio cine. O también puede ser todo lo contrario. Si hay algo que siempre estamos aprendiendo con Lynch, es que nada tiene una sola interpretación; de hecho, no todo tiene por qué tener siquiera una.

Quizás la primera clave para entender qué pasa con David Lynch, es que nos invita siempre a ese juego de buscar explicaciones, a un fuera de campo constante en el cual todo sentido se da en el interior de algún laberinto, dentro de un pasillo oscuro o detrás de una cortina roja. Cada vez que volvemos a él, o a su obra, nos propone un nuevo enigma, incluso revisitando lo que ya hemos visto.

 

No sé por qué la gente espera que el arte tenga sentido. Aceptan el hecho de que la vida no tiene sentido”.

David Lynch

 

La obra de Lynch excede la pantalla cinematográfica, pero al mismo tiempo es siempre cine. Es tan cine, que sus narraciones no podrían encuadrarse en otras expresiones. Sería difícil leer una novela que cuente Inland Empire o Mulholland Drive, ver una ópera que narre Eraserhead o Blue Velvet, o leer un cómic que realmente transmita lo que hace Una historia sencilla. El cine de Lynch, en todas sus formas y pantallas, es una expresión del cine más puro, de climas irreproducibles en otras disciplinas, de formas audiovisuales únicas. Pero además, el cine de Lynch, es Cine Fantástico.

Sus películas nos sumergen en un terreno desconocido, lo sabemos antes de aventurarnos a atravesar el portal, y lo hacemos porque hay algo en Lynch que nos promete lo más siniestro al mismo tiempo que nos asegura que allí hay algo de ternura también. ¿O no son más tiernos que salvajes esos dos de Wild at Heart? ¿O no nos rompe el corazón Leeland Palmer a pesar de saberlo asesino de su hija Laura en Twin Peaks? ¿O no nos conmueve el desconcierto de Fred en Carretera perdida, para después meternos hasta el cuello en el barro de la contradicción cuando lo vemos operando junto a Mystery Man al final?

La inocencia ante la oscuridad atroz es esa característica que define a los personajes de Lynch, y quizás sea eso lo que nos provoca curiosidad, identificación y, finalmente, asombro. Observa el mundo con una ironía particular, con un humor particular, pero es una mirada inteligente, incisiva, que no perdona. Y esta actitud frente a lo fantástico (o “en” lo fantástico) hace que todo aquello que perfora lo real, lo haga con mayor fuerza. Mayor en cantidad y en calidad. Esa es una de las patas más sólidas de su originalidad, algo cien por ciento personal, que podemos ver en sus entrevistas, comentarios, backstages. Él es eso, él es su obra, él vive lo fantástico en este mundo. Será por eso entonces que su fantástico no es como el resto, lo suyo nos provoca una extrañeza reconocible, algo que vemos extremo, pero sentimos cercano. Porque Lynch se mete con algo que todos tenemos: sueños. O más bien: pesadillas. Allí es donde reside su marca de género.

David Lynch trae al género fantástico no solamente un sello personal, sino además una puerta hacia una rama infinita: un surrealismo pesadillesco. El lenguaje de los sueños gobierna por completo la obra de Lynch. Cuando alguien dice que algo es “lynchaeno”, está queriendo decir “surrealismo pesadillesco”. Aunque está claro que nadie puede ser “lyncheano”, porque es imposible ser él. Pero sí es posible seguir buceando en su obra, más y más profundo, como él mismo sugiere en su libro Atrapa el pez dorado, para encontrarnos nosotros mismos en sus pesadillas, haciéndolas nuestras. Como también podemos tomar su ejemplo en el sentido de hacer una búsqueda personal, descubriendo nuestra propia manera de enfrentar lo pesadillesco, o lo que sean nuestros temas personales.

La última experiencia que nos dejó David Lynch fue Twin Peaks 3. Una temporada entera realizada por él mismo, incluso actuada. Son dieciocho episodios que contienen todas sus películas, todo su universo está allí. Verla en el momento en que salió fue una práctica difícil de explicar, la sensación era la de estar asistiendo a algo único, nuevo e irrepetible. La mejor descripción creo que es la de sentirse como uno de sus protagonistas. Fue la última vez que nos aventuramos con él a lo desconocido con temor y adrenalina al mismo tiempo. Y al terminar cada episodio, tratábamos de entender qué había pasado. Lo comentábamos con otros iniciados, a ver qué era lo que estábamos experimentando. Intentábamos descifrar un sueño colectivo.

El lenguaje de los sueños es común a todos, todos soñamos. El de las pesadillas, naturalmente, también. David Lynch nos ha propuesto atravesar esos propios horrores reconociendo nuestra inocencia ante lo terrible, pero nunca dejando de enfrentarlos. Si así lo entendemos, nos dice, siempre habrá un mañana brillante.

Gracias, David Lynch. Con tu obra, somos mejores.

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