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Columnas - PAULO SORIA - Fantástico inoxidable

Fantástico inoxidable | Por qué Ghostbusters es un clásico

Hay algo de Los Cazafantasmas, como conocemos al film Ghostbusters (1984), que siempre provoca una sonrisa: cuando alguien la nombra, cuando vemos el logo del fantasma cruzado por el signo de prohibido impreso en algún lado, cuando escuchamos el tema o, simplemente, cuando la recordamos de repente. Los Cazafantasmas genera una alegría inmediata. Pero, ¿qué es lo que tiene de particular que nos pone así?

Una de las características del género fantástico es la de llevar la imaginación más allá de los límites de lo real, crear otros mundos, diseñar otras líneas temporales, suponer qué pasa después de la muerte o, también, qué pasaría si los muertos se personificaran de este lado. Esto último es habitualmente un tema de Terror, pero Los Cazafantasmas es una de esas películas que salta también los límites del género de lo siniestro, para llevarnos a los terrenos de la comedia. Hay comedia de enredos, slapstick y romcom.

La película comienza con eventos paranormales. Inmediatamente nos presentan a quienes deberán combatir esas apariciones. Son tres científicos amigos (pronto serán cinco cuando se sume una secretaria y un nuevo cazafantasma) que conforman un equipo de arquetipos inolvidable. Pero el centro, el protagonismo de ese colectivo, está en Venkman, el personaje que interpreta Bill Murray. Líder natural, aunque despreocupado, carismático, sarcástico al punto de ser el que más dudas expone sobre los planes del grupo, y, sobre todo, mujeriego.

Lo que define a Los Cazafantasmas como una romcom, en su estructura dramática. El conflicto principal no arranca hasta que comienza la relación entre Venkman y Dana (una Sigourney Weaver desplegando magia). La comedia romántica es el arquetipo de las almas gemelas torpes, y la volcánica química que se da entre Murray y Weaver, además de surgir de sus interpretaciones, está escrita desde lo fantástico. Lo que se opone a su relación es en parte romcom porque ella duda frente a la actitud de winner de él (aunque, claro, le parece adorable. ¿A quién no?), pero principalmente la fuerza antagónica es una presencia sobrenatural que está tomando por completo a la ciudad. Dana es poseída por un demonio que la hace tan peligrosa como irresistible para Venkman: él debe combatir con los Cazafantasmas para salvar a su comunidad, pero también para recuperar a la chica que le gusta.

Rick Moranis es, sin dudas, el punto cómico más alto. Él suma toda una capa de risas y tropiezos fundamentales para el “clima ghostbusters”. La posesión que sufre, poniendo en peligro a la gente que anda por la calle (porque en principio anda suelto por ahí) es casi la parodia de un film estilo Hombre Lobo. Su personaje viene a transmitir otro aspecto de lo que también hace el de Murray: nos invita a jugar. Venkman nos introduce en la historia como protagonista, mientras su mirada cínica lo pinta utilizando ese vestuario y esas armas con otra actitud diferente a la de sus compañeros. Pareciera siempre estar jugando a interpretar lo que le tocó en suerte. Es la actitud Murray, es su sello. Moranis, en cambio, construye a un torpe enamorado de Weaver (otro aspecto de lo constituye como contraparte de Murray) que encuentra su manera de acercarse a través de la misma fuerza sobrenatural que se opone a Murray. Es un triángulo amoroso clásico de una comedia romántica, pero construido con elementos fantásticos. Al mismo tiempo, Moranis juega a estar poseído y a ser un peligro, como jugaría un nene. Ese es el sello Moranis.

La película está dirigida por Ivan Reitman (Gemelos, Un detective en el kinder). Pero además está escrita por Dan Aykroyd (un Blues Brother) y Harold Ramis (director de Hechizo del tiempo, conocida como “El Día de la Marmota” y también protagonizada por Bill Murray), quienes interpretan a los cazafantasmas Stantz y Spengler. Una máquina infalible para la comedia… fantástica. Porque estos tipos inventaron algo, fueron en gran parte responsables de toda una época que sería tradición en el género Fantástico: esa comedia capaz de unir el humor intelectual con el físico para abordar lo extraño desde la diversión. Todo eso fue una luz incandescente por aquellos años de videoclub. 

Esa mirada que concentra Ghostbusters expresa la capacidad de transportar a cualquiera hasta su propia infancia, o de celebrarla si la está viendo por primera vez como quienes lo hicimos unos treinta o cuarenta años atrás. Pero no todo es inocencia en esta mezcla de géneros, lo fantástico no es simplemente un vestuario naive para la comedia de enredos; también aparece lo siniestro que da miedo. Hay peligro y lo monstruoso se corporiza. Hay un tono muy difícil de lograr, incluso de definir, que se provoca entre esa líder oscura que surge hacia el clímax, el michelín de malvavisco que camina entre los edificios y la actitud cazafantasma liderada por Bill Murray. Hay una fusión de lo que da miedo y lo que divierte, que sintetiza lo que sentimos quienes amamos el género. 

Ghostbusters debería señalarse como una definición metafísica del género Fantástico durante la época de oro del cine occidental. El final del film muestra una ciudad salvada, la amistad como motor y el amor como fuerza triunfante, en una celebración. Es la fiesta del cine, la que vamos a buscar cada vez que se apagan las luces y nos disponemos a ver una nueva heredera Los Cazafantasmas.

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