La entrevista como autobiografía
A pesar de que abundan los libros de entrevistas a directores de cine, la academia sigue depreciando las opiniones que los cineastas ofrecen sobre sus propias películas. Existiría la idea de que son más importantes las obras que el autor, lo que en cierto sentido está bien, pero también sobrevuela el deseo inconsciente de reducir a los cineastas a simples ejecutores de obras que los excluirían como creadores. Francois Truffaut decía, en 1955, que para gran parte de la crítica cinematográfica de entonces “no hay autores y las películas son como las mayonesas, salen bien o salen mal”. La política de los autores vino a poner las cosas en su lugar y, aún con sus excesos y sus injusticias, introdujo la idea de que las películas son, para bien o para mal, el resultado de la personalidad de un artista: el director de cine. Por eso fue y es tan importante El cine según Hitchcock, el libro que recoge la larga entrevista realizada por Truffaut. El libro no es otra cosa que una suma de reflexiones acerca de los problemas específicos del cine. Es decir: acerca de la puesta en escena. Es un libro en el que casi no hay precisiones biográficas, salvo las que tienen relación directa con las circunstancias que llevaron a la realización de las películas. Truffaut no busca nunca tratar de entender las raíces psicológicas que pudieron haber llevado a Hitchcock a plasmar en sus películas sus obsesiones personales. Su camino es el inverso y mucho más interesante: analiza en detalle cada una de las decisiones de puesta en escena de todas sus películas, y confía en que la consecuencia de ese análisis meramente técnico sea entender la visión del mundo de Hitchcock.
La editorial El Cuenco de Plata publicó hace poco Fassbinder por Fassbinder, las entrevistas completas. No se trata, como sugiere el título y a diferencia del clásico de Truffaut / Hitchcock, de una gran entrevista realizada por una persona para recorrer toda su obra, sino de una recopilación. Los riesgos podían ser el abuso de las repeticiones de conceptos o la falta de interés de alguna de las entrevistas, más por culpa del entrevistador que por el entrevistado. El libro sortea ambos riesgos. Las repeticiones existen, pero lejos de fastidiar lo que hacen es confirmar obsesiones y reforzar ideas a partir de variaciones sobre un mismo concepto. En relación a la calidad de las entrevistas, no todas están al mismo nivel de interés, pero la capacidad de Fassbinder trasciende las eventuales limitaciones de algún entrevistador. Sabemos que el arte de la entrevista es un arte en colaboración. Un buen entrevistador puede mejorar a un entrevistado en la edición, pero también puede arruinarlo y dejarlo en ridículo. Curiosamente, esto último nunca sucede. Fassbinder aparece como un hábil declarante, que sabe decir lo que quiere más allá de lo que la pregunta quiera plantear. Lo que trasciende, en la suma, es una mirada sobre el mundo, las personas y el cine,
La cantidad de ideas que hay en sus más de 500 páginas está a la altura de la expectativa generada por el libro. No eran muchas las entrevistas que hasta ahora habían circulado, al menos en español, y la decepción siempre era una posibilidad. Ser un cineasta genial (Fassbinder lo era) no asegura ser un gran declarante. Pero también es cierto que uno podía sospechar que detrás de semejante obra había un artista con capacidad reflexiva. Fasssbinder fue un cineasta torrencial; su discurso en las entrevistas también es torrencial. Las ideas se amontonan, se suceden y van surgiendo como explosiones que asocian cuestiones formales con el pensamiento político, la reflexión social, el psicoanálisis y la autobiografía. Sin embargo, aun en ese torrente, sorprende la impresión que generan las entrevistas de un Fassbinder muy consciente de los procesos de producción y distribución. Una de los lugares comunes que desarma este libro es la idea de Fassbinder como un cineasta romántico y excesivo, ajeno a toda perspicacia industrial. Lo deberíamos haber intuido antes, teniendo en cuenta que hizo más de 40 películas en solo 14 años de carrera. El mito habla de una enorme capacidad de trabajo, pero caótica y sin objetivos. Las entrevistas desmienten el mito. Fassbinder ejerce pleno control de los procesos de producción y sabe qué formatos narrativos y que esquemas de trabajo son los que le pueden permitir llevar adelante cada uno de sus proyectos y poder seguir filmando al ritmo que su inquietud artística le demandaba.
Entre las obsesiones que reaparecen una y otra vez está su necesidad de reflexionar acerca de la idea de grupo artístico. El Antiteatro, colectivo del que formó parte antes de empezar a hacer cine y con el que hizo sus primeras películas, es narrado por Fassbinder como una etapa vital y fundamental en su aprendizaje como cineasta y artista, pero también como un fracaso. Fassbinder soñaba con una idea de comunidad artística en la que la vida y la creación se superpusieran hasta hacerse indiscernibles, pero fue aceptando que ese era un ideal imposible. Sus reflexiones acerca de la idea de arte grupal atraviesan toda su vida y se mezclan de una forma muy audaz con sus recuerdos de niñez, la relación con sus padres, sus parejas y amores y sus curiosos intentos de matrimonios heterosexuales. Y en esas reflexiones aparece el psicoanálisis como otra obsesión. El interés de Fassbinder por las ideas y la obra de Freud tal vez no aparezca de forma obvia en sus películas, pero es evidente que ha dejado una huella, cuando finalmente el gran tema de Fassbinder es la dificultad de los seres humanos para relacionarse.
Este libro de entrevistas puede leerse también como una autobiografía. Y en el caso de Fassbinder, una autobiografía es más que pertinente. A pesar de que su obra esté ligada tan fuertemente a la ficción, posiblemente no haya habido un cineasta cuya obra esté tan fuertemente ligada a su propia vida, no tanto en lo evidente y superficial, sino en lo esencial y más profundo de sus historias de desesperación, soledad y búsqueda del amor.