El cortometraje Salta (2017) y el largo El Amparo (2017) iniciaron el tercer Festival de Cine Venezolano de Buenos Aires en la noche de ayer. Ambos fueron proyectados en una sola función.
El corto, dirigido por Marianne Amelinckx, trata sobre una pareja de nadadoras que comparten sus ratos libres en la piscina donde practican. Esos momentos delatan un tierno romance y sugieren la valentía de una de ellas, aventurándose a asumir su sexualidad.
Salta tiene buenas intenciones pese a su narración algo confusa, que privilegia una cuidada composición de planos por encima de cierta verosimilitud. No permite el surgimiento de una intimidad entre las mujeres, y un imprevisto poco claro en la competencia de natación deja cabos sueltos sobre el desenlace.
Por su lado, El Amparo, de Rober Calzadilla, se desarrolla como una tragedia sobre la verdad. El filme relata los eventos sucedidos en 1988 en la población de El Amparo, zona limítrofe entre Venezuela y Colombia, cuando un grupo de pescadores fueron emboscados y asesinados por unos militares en el río Arauca. Aunque la discrepancia en las versiones genera confusión entre los familiares de las víctimas, la firmeza en la dirección de Calzadilla entreteje un relato inquietante.
Suele decirse con un sentido peyorativo que una película es teatral cuando sus acciones están limitadas a espacios cerrados o tienen mucho diálogo. Pero acá la química del elenco, liderada por Giovanni García y Vicente Quintero, posee una fuerza reveladora sobre los conflictos que movilizan a los personajes. Hay una dinámica profundamente hipnotizante en el desenvolvimiento de las conversaciones.
Al comienzo, una energía enrarecida moviliza el acuerdo de trabajo entre los personajes. Observamos y, sobre todo, escuchamos a los pescadores de espaldas hablando entre ellos, acordando una jornada de pesca, trabajo y sancocho. Después del evento, los diálogos se convierten en una herramienta para indagar en la verdad y defenderla, aunque en un principio pareció difusa. Desde la verdad que vuelve cómplices a Pinilla y a Chumba (los protagonistas) hasta la verdad de las dolientes que esperan fuera de la cárcel donde están los sobrevivientes, la película se convierte en un documento para salvaguardar lo auténtico por encima de la confusión y en sus diversas aristas: la política, la economía informal, la familia y, finalmente, la intimidad.
En la situación política y económica de Venezuela actualmente, que una película de ficción rescate la complejidad de un hecho histórico ocurrido hace casi tres décadas en pos del esclarecimiento, y que además lo haga sin intenciones de propaganda política, pone en perspectiva el cine venezolano de estos últimos años. Porque el filme no se inhibe en mostrar las distintas caras de un acontecimiento y sus diversos rasgos. Los pescadores son bebedores pero esto no quita su humildad. Las mujeres desconfían de las condiciones en que sus maridos o familiares trabajan, pero no por eso dudan de ellos. Las autoridades quieren tener el control sobre la situación, si bien sus intereses son difusos. Y, como válvula de escape, el periodismo contribuye a la búsqueda de la verdad, pero el filme deja muy claro que tal indagación depende fundamentalmente del individuo encarnado, en este caso, por ambos protagonistas.
Más allá de ser una obra bien hecha en el trabajo mancomunado de su elenco y en la composición tan atinada de su guión, la valentía en su visión compensa los deslices menores que pueda haber en algunas escenas en cuanto a bordear lo teatral. Al final, el movimiento emocional de los personajes convierte esta experiencia particular sobre la verdad en algo genuino y estudiado desde varias perspectivas. Porque nadie come un plato de comida con la verdad, como dice una de las mujeres, pero aquella sí permite ser íntegro con la manera de actuar más allá de lo que dictamine algún gobierno y más acá de lo que ignore un pueblo.
Salta:
El Amparo:
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.