Mecenazgo y alienación.
Uno de los mayores motivos del cine estadounidense más valioso ha sido y sigue siendo la decadencia moral de una sociedad basada en buena medida en la egolatría, el consumismo, la perseverancia, el chauvinismo y esos sueños de grandeza propios del imperio que destronó a casi todos sus antagonistas transoceánicos. Una y otra vez Hollywood ha vuelto al análisis pormenorizado del costado menos apacible de la utopía de la riqueza y la gloria, exégesis que resulta muy fácil de exportar debido a esa misma estrategia centrada en la consignación cosmopolita ad infinitum de paquetes simbólicos en directa sintonía con los locales: hablamos de una suerte de sincronización cultural que se extiende hasta el presente.
Así las cosas, indudablemente desde nuestro querido sur no tenemos ningún problema para identificarnos con la historia que Bennett Miller nos ofrece en esta oportunidad, un nuevo ejemplo de angustia contenida. Combinando en igual proporción el mecenazgo medieval y la fábula del capitalismo maltrecho a la Charles Foster Kane, Foxcatcher (2014) es un retrato asfixiante de la relación entre John du Pont (Steve Carell), un multimillonario, filántropo ocasional y entusiasta de los deportes, y los hermanos Mark (Channing Tatum) y David Schultz (Mark Ruffalo), dos campeones olímpicos de lucha libre contratados por el magnate para encabezar el equipo oficial norteamericano en las competencias de Seúl 1988.
Si bien esta es la tercera propuesta del realizador inspirada en eventos verídicos, lo cierto es que aquí el tono del relato está más cerca del drama tétrico símil estudio de personajes de Capote (2005) que de las ambivalencias laborales de la mucho más luminosa El Juego de la Fortuna (Moneyball, 2011), lo que desemboca en la obra más opaca y fascinante de Miller. Dejando de lado por completo el atajo de la tensión homosexual entre los hombres, el cineasta apuesta todas sus cartas a un claroscuro enigmático -sustentado en diálogos escuetos y una distancia semi contemplativa- que araña la superficie de las situaciones para que los espectadores sistematicen por su cuenta las patologías psicológicas involucradas.
De hecho, la trama adopta un laconismo consciente y pone en cuestión las contradicciones de Mark y su benefactor, utilizando con perspicacia la potencialidad alegórica del trío protagónico: el primero funciona como un arquetipo de la ansiedad exitista del ciudadano promedio y sus corolarios masoquistas (siempre a la sombra de su hermano mayor), el segundo representa la alienación de la grandilocuencia manchada con sangre (el poderío del clan familiar depende de los convenios gubernamentales con sus industrias armamentista y química), y David es el paladín de la ética y la vida sosegada (al privilegiar a su esposa e hijos, actúa como mediador en las pugnas que se van suscitando en esta dinámica vincular).
Más allá de la destreza de Miller en cuanto a la dirección de intérpretes que no habían sido aprovechados hasta este momento, y sin intención de restar méritos a Ruffalo, Tatum o una exquisita Vanessa Redgrave como Jean du Pont, madre y eje de los dilemas edípicos de John, es evidente que estamos ante un trabajo prodigioso de Carell, otro apellido que se suma a la lista de comediantes que brillan en papeles trágicos. Foxcatcher es una película profundamente nihilista porque no hace alarde de un deterioro progresivo sino que se vuelca hacia la descripción de seres desfasados y engullidos por la colectividad, a espera de una “consagración” en donde lo social obcecado pesa más que la satisfacción individual…
Por Emiliano Fernández