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DOSSIER

Gosford Park: Arquitectura de un asesinato

Hay dos formas de recrear el universo de Agatha Christie en un texto cinematográfico. La primera es armar una especie de puesta en escena como si fuese el juego de mesa Clue. Estereotipar a los personajes para lograr el reconocimiento inmediato de los roles que harán de alimento al juego de quién lo hizo y tener la fe puesta en los hechos; sembrar pistas, cosechar conclusiones y sorpresas. Casi como un M. Night Shyamalan de aristocracia, sin la fantasía, con todo el esnobismo y criminalidad. La idea es olfatear cada plano y ver qué hay, qué hace sentido y qué no. Los personajes son accesorios al igual que el espacio, un laberinto estático que contiene, que muestra y esconde a conveniencia de la historia.

La otra forma es la forma de Robert Altman. Es tomar todo aquello que representa este universo detectivesco en el imaginario colectivo y ordenarlo bajo las reglas del lenguaje audiovisual desde su más rico aspecto. Se explota el estereotipo pero también la expansión que permite ahora no sólo tener hechos sino sonidos, fuera de campo, personajes liberados del mandato literario.

Gosford Park (2001) transcurre en noviembre de 1932, por lo que el esnobismo inglés alcanza cada esquina de la mansión donde un grupo de aristócratas se reúnen para una fiesta de cacería.

El espacio de la opulenta casona se divide en dos. Arriba, los anfitriones Sir William McCordle (Michael Gambon) y Lady Sylvia McCordle (Kristin Scott Thomas) junto a sus invitados: la Condesa de Trentham hermana de Sir William (Maggie Smith) que depende de una mensualidad que él constantemente amenaza con quitarle. Louisa (Geraldine Somerville), que como Sylvia tuvo que casarse por dinero con el Comandante Anthony Meredith (Tom Hollander). Lavinia (Natasha Wightman), casada con Raymond, Lord Stockbridge (Charles Dance). La Estrella de Hollywood Ivor Novello (Jeremy Northam). Morris Weissman (Bob Balaban), un productor de Hollywood homosexual que llega al evento en compañía de su “valet” Henry Denton (Ryan Phillippe).

Debajo de las escaleras, tenemos al servicio: el mayordomo Jennings (Alan Bates), la ama de llaves Mrs. Wilson (Helen Mirren), el cocinero Mrs. Croft (Eileen Atkins), el lacayo George (Richard E. Grant) y el resto de los valets, sirvientas y lacayos de los invitados. Cada uno de ellos son conocidos por el nombre de la persona a la que sirven (una bondad para el espectador en un repertorio tan extenso).

La diferencia de clase está construida con maestría. No sólo son espacios separados físicamente sino por la iluminación, la calidez de los livings y el comedor, al igual que la biblioteca contrastan con la oscuridad de las cocinas, el lavadero y las habitaciones de los empleados. No obstante, las habitaciones de los anfitriones y sus invitados suelen presentarse en tonalidades más apagadas, siendo también testigo de las íntimas situaciones de nervios, peleas y miserias que no distinguen de rangos. El sonido también hace diferencias y mientras que arriba los diálogos entre los personajes al igual que el piano tocado por el señor Novello se escuchan delicadamente, abajo el eco retumba por los pasillos, como obligando a que tengan que hablar bien bajo, cuchicheando, como contando constantemente secretos; lo cual parece muy acertado.

Altman planea todos estos elementos con maestría, narrando no solamente con los hechos sino con todo lo que se ve y escucha. El qué es tan importante como el cómo, tanto en lo referente al misterio como para el buen gusto.

Las apariencias engañan y el brillo de la plata y el dorado de los acabados de los muebles conviven con el sufrimiento constante. Nadie está donde quiere estar, con quien quiere estar, cómo quiere estar. La oscuridad no está reservada para los sirvientes y esa diferencia de clase, de espacio, comienza a presentarse más difusa.

La primer parte de Gosford Park recuerda a la maravillosa El Ángel Exterminador (1962), de Luis Buñuel. La preparación de las comidas, las habitaciones, la presentación de los personajes y relaciones entre ellos, las incomodidades, los lujos y los odios, aunque siempre envuelta en ese halo de clásico de muerte y misterio en una casa de campo inglesa; es que efectivamente el quiebre se da en el momento de la muerte. Desde un punto de vista narrativo y de forma. Los que estaban abajo suben, los de arriba bajan y es así que se entremezclan, dejando en evidencia que nadie es quién aparenta ser. Manera sutil de explotar al género.

La introducción del Inspector Thompson (Stephen Fry) es el único elemento extraño que puede jugar de árbitro en un lugar donde a nadie le conviene hablar mucho.

La víctima es primero envenenada y luego apuñalada, dejando a dos asesinos por atrapar en una casa donde la mitad de los ocupantes tiene un motivo para cometer el crimen.

El grandísimo cast de figuras reconocidas no presenta problemas para el espectador gracias a las decisión del guionista Julian Fellowes (creador de Downton Abbey) en primero familiarizarnos con los personajes a partir de las relaciones entre ellos para después largarse a la aventura del misterio. Nada parece apurarse ni tomarse a la ligera, cosa que queda más que clara luego de las más de dos horas de duración.

Gosford Park es tan divertida en sí misma que no necesita del juego detectivesco para mantener nuestra atención. Elegir la política por sobre la batalla, los personajes por sobre los hechos, es lo que convierte a Altman en un gran director de los repartos orquestales y un maestro de las relaciones entre ellos en un espacio cerrado. Territorio perfecto para el espíritu agathachristiesco, si me preguntan.

Fiorella Valente | @franny_glass_

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