A Sala Llena

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¡Gracias a la Vida!

¡Gracias a la Vida!

Sully es una obra maestra. Sully es una de las películas más maravillosas que ha salido del genio de Eastwood, Sully es una experiencia devastadoramente emocional, fulminante. Sully es el epítome de la maestría narrativa y la maduración de un lenguaje. Sully es, sin dudas, la película del año. 

Dicho esto, puedo arrancar a contarles mi experiencia viendo este magnífico pedazo de cine vivo.

Nos fuimos con el Chuchi a verla en la siesta del domingo, después de habernos echado al buche sendas achuras. Estábamos los dos como para una escapadita medio “nasty”, pero rompí la camiseta con ir a ver la película y aprovechar el día para caminar por la ciudad, sacándole partido al sol y al buen tiempo. Además, no podía quedarme tranquila sabiendo que la bestia ya estaba suelta desde el jueves y yo, por hache o por be, no había ido a su encuentro todavía. Así que nos tomamos un taxi y nos fuimos para el Village Recoleta. Que, debo decir, se ha convertido en mi plaza favorita, desbancando a mi muy querido Multiplex de Belgrano. Allí encontramos frescor (afuera hacía mil quinientos grados), buen ambiente (todavía no estaba lleno a las tres y media de la tarde), y buenas ubicaciones. Llegamos con lo justo. Apenas nos sentamos ya arrancaron los adelantos y las publicidades. En un santiamén se abrió el telón que agranda la pantalla y arrancó la película.

Eastwood elige narrar una pesadilla de su protagonista y convertir la primera media hora o un poco más del film en una especie de introspección, de muestra de carácter del personaje de Sully, el piloto héroe encarnado magistralmente al punto de caerse de rodillas y orar, por Hanks. Digo esto porque por un buen rato te hace creer que el accidente será una anécdota casi tácita dentro de la narrativa, un fantasma en la mente del espectador y de los protagonistas. Y para eso, Clint se vale del talento de Tom Hanks, de su virtuosismo incomparable, de su talla inigualable, de su capacidad para hacernos transitar la historia de una manera tan humana, tan viva, tan precisa, tan económica y perfecta. Hanks lleva su imbatible capacidad de compasión, al punto más alto, al pico más elevado de la expresión de su arte. Siempre he estado enamorada de él, pero de esta película salí pensando: “El día que me lo encuentre, sin lugar a dudas, lo invitaré a la cama. Con todo lo que soy, me jugaré el todo por el todo, por dormir con este hombre.” Porque hablar de cine con él sería casi una redundancia, no haría falta. Todo lo que hace es una conversación permanente con el espectador, que jamás terminará. Que siempre provocará, que siempre iluminará. Probablemente estemos frente a uno de los pocos artistas de su oficio. Frente a uno de los pocos tipos que entendió de qué la va la cuestión para hacer arte desde esa profesión plagada de fantoches. Uno de los pocos que usa la compasión verdadera como herramienta constructiva, como puente creativo, como única brújula real para el encuentro con la verdad. Lo amo. Amo a Tom Hanks. Y ya lo he dicho muchas veces, pero jamás me hartaré de hacerlo. ¡Amo a Tom Hanks! Así que, lo único que queda entre él y yo, es una invitación sexual.

Eastwood va haciéndonos entrar en su trampa elegante y para cuando elige mostrarnos el accidente, lo que hace de manera veraz, vívida, pacíficamente tensa y casi artesanalmente, ya estamos enloquecidos de amor por la narrativa. Y eso nos inyecta las entrañas de luz de proyector, de devoción por el cine. Fue casi como ver Qué Bello es Vivir (It’s a Wonderful Life, 1946). Mi querido amigo Rodolfo Weisskirch dijo que Clint se había transformado en Capra, ¡y vaya si tenía razón, Dios mío!

Jamás olvidaré esta película.

Vi como el Chuchi lloraba a mi lado, con una emoción tan profunda, tan real, que me conmovía al unísono con lo que sucedía en la pantalla. Y fue una experiencia increíblemente viva, honesta. Los que conocen al Chuchi saben que físicamente es una mezcla de Goycochea, con Vince Vaughn y Tom Hanks. Y ayer, su parecido con este último, más las lágrimas que se le cayeron viendo la película, me conmovieron de una manera desconocida. Y es loco, porque esa compasión que le achaco a Hanks, la veo también en él y pienso: este tipo sería un actor del carajo. Las tripas se me revolvían de amor y regocijo.

Porque el cine también me enseña a amar. Me hace la ruta del amor más fácil, más conocida, más clara. El cine es la vida. Y aunque en esta película la vida está retratada, también está homenajeada, exaltada, puesta en un valor celebratorio, amoroso y pleno de fe en el hombre y en el arte.

La cinta entera es perfecta. Y encuentra una sintaxis única, personal y ajustada, que es el resultado de años y años de aprendizaje, para un director que es, ya sin dudas, un genio.

Gracias al cine, gracias a Eastwood, gracias al enorme, al indiscutible, al maravilloso Tom Hanks, gracias a Buenos Aires.

¡Gracias a la vida!

Laura Dariomerlo | @lauradariomerlo

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