Ayer fue un día especial. Me levanté temprano, porque no pude dormir demasiado, me tomé el mate cocido de rutina y arranqué con las cosas que tenía que hacer, que eran muchas y se me habían acumulado y embotellado apretadamente. Creí que iba a andar con un millón de pelotas en el aire durante toda la jornada, pero no fue así. Todo fue fluyendo, flotando y haciéndose breve de manera sospechosa. Eso me sorprendió porque, cuando uno espera que se haga de noche, es ley que el día se haga interminable. No fue así, para nadita. La noche llegó rápido y fue maravillosa.
A SALA LLENA es un espacio que, para mí, ha significado muchísimas bendiciones. Me trajo esta columna, me trajo películas, me trajo tertulias inolvidables y me trajo amigos que estoy atesorando, que voy guardando en mi corazón y que se están volviendo, gradualmente, parte fundamental de mi vida. Admiro a su gente y la valoro en todas sus dimensiones. Pero anoche, este sitio alucinante, me regaló una de las experiencias más lindas que he tenido y, por eso, esta columna va de GRATITUD.
Ayer, en el teatro No Avestruz, Espacio Es Cultura, en el ciclo de Pre Estrenos de A SALA LLENA, se realizó la primera proyección de mi cortometraje ROJA, una peli de vampiros que produje, dirigí y escribí y que, gracias a un equipo de seres maravillosos que pusieron todo lo bueno que tenían para dar, pudimos filmar. El humilde cortito, le hizo de telonero nada menos que a la formidable cinta de los hermanos Quintana, Making off Sangriento.
Creo que puedo decir sin lugar a dudas que, para mí, la noche de anoche fue una linda noche. Una de esas que no voy a olvidar nunca, porque estuvo llena del calor de los míos.
Llegué al NOA y por un rato me encontré sola. Era muy temprano y, todavía, mi amigo José Luis De Lorenzo no había llegado. Me senté en una de las mesitas de al lado de la vidriera y me pedí una lágrima en jarrito. Agarré un diario, lo hojeé y después me puse a mirar para afuera. La gente pasaba caminando, miraba para adentro o hablaba por teléfono. Algunos, incluso, me miraban a mí. En ese momento estaba tranquila, los nervios llegarían un poco más tarde. Era un tiempo calmo, suspendido. Había una bruma que teñía todas las cosas y las hacía parecer tibias, amigables. Entonces fue que sucedió uno de esos milagritos que suelen acometer a las personas comunes: por unos instantes, me sentí extremadamente nueva, completamente joven y limpia. Como si emergiera de un baño bautismal. Era esa sensación intoxicante que me acometía cuando recién había llegado a la ciudad y gobernaba todas mis acciones. Me abría cada poro, cada escama, haciéndome sentir intensamente viva. Casi lloro, pero me concentré en sonreír. Ese tipo de felicidad no merecía empañarse ni con el aliento.
De a poco, los amigos empezaron a caer. Al principio éramos tres y pensé, “que bueno, somos nosotros tres”, después fuimos cuatro y cinco y diez y un millón y entonces pensé “qué bueno, somos nosotros unmillón” y ahí me agarraron los nervios. Pero los pibes sonreían, comían papas fritas, me abrazaban, hablaban entre ellos, se saludaban con calor humano y, entonces, por lo único que me preocupé, fue por mi cortito. Mi pequeño, hermoso y lustroso cortito de vampiros, que tanto trabajo tomó y que, por fin, iba a ver la luz. Mi hijito chiquito, mi mariposita, mi bebé. Comencé a preguntarme si ya estaría listo, si lo había cuidado lo suficiente, si no tendría que agarrarlo en brazos y salir rajando de allí, dejando una estela de humo rosado. Pero la decisión de los amigos de disfrutar se impuso sobre todos los temores, y entonces ya estaba jugada y era hora de parir. Y la vida se mandó, como solo ella sabe mandarse y ROJA se vio en la pantalla, grande y linda y se escuchó de puta madre. Y los protagonistas la actuaron anoche mejor que nunca y la fotografía estaba más precisa que jamás. Mi bebé nació con los ojos abiertos.
Los amigos aplaudieron y vitorearon porque me quieren y porque son hermosos.
A la salida nos quedamos hablando. En el aire flotaba una especie de tibieza azulada que nos arrullaba a todos. Los besos en la mejilla se me iban metiendo uno a uno bajo la epidermis. Los abrazos se quedaron sosteniéndome de manera invisible para toda la vida. Cuando, por fin, me encontré en la cama, con los ojos fijos en el techo, sentí el amor con el que todos me habían bendecido, arder en mis venas y en mi pensamiento, con una fuerza inexplicablemente tierna y brutal.
Alegría.
Con esta pequeña columna quiero agradecer a todos.
GRACIAS AMIGOS POR VENIR A VER MI PEQUEÑO, HERMOSO Y LUSTROSO CORTITO DE VAMPIROS. Y GRACIAS A SALA LLENA, POR DEJARME SER PARTE DE ESTE UNIVERSO ALUCINATORIO DE GENTE/TESORO.
Y dicho esto, solo queda por agregar: ¡Dale campeón, dale campeón! ¡Dale campeón, dale campeón! ¡Dale campeón, dale campeón! ¡Dale campeón, dale campeón!!!!!!!!!