Anoche después del programa de radio nos fuimos al cine con el Chuchi. Resulta que dejamos a los chicos en el Alto Palermo y pensamos que íbamos a comer y a dormir, pero nos manijeamos con Guardianes de la Galaxia Vol 2. (Guardians of the Galaxy Vol. 2, 2017). Así que nos mandamos a la última función del Multilex en 2D después de zamparnos unas minihamburguesas y una sopa.
La sala 2 es enorme y tiene un equipo de sonido potente, pero no lo suficiente. Necesitaría por lo menos el doble de poder para que la película se escuchara como debe ser escuchada y sentida como debe ser sentida. Aun así es tan buena que se abrió paso y nos emocionó profundamente.
Hay un desbalance en la estructura narrativa, el desenlace es demasiado largo y eso hace que, tal vez en términos de ortodoxia constructiva, este Vol. 2 no sea tan impecable como el uno, pero igual se las trae con tutti. ¡Con tutti se las trae!
Guardianes… corre riesgos grandes. James Gunn se jugó por un dramón familiar con toques de comedia física y screw ball que lleva al espectador de paseo por el paso a la edad adulta de todos los integrantes de Los Guardianes. Acompañados por efectos especiales increíbles, con un guión sólido que hace pie en las fortalezas interpretativas de cada uno escondiendo hábilmente las limitaciones, y una banda sonora otra vez imbatible, la película es un pedazo de hitazo pop cinematográfico. Pero de eso no teníamos ninguna duda. Creo que vale la pena, por lo menos en esta columna, hablar de la construcción moral de la película y de su articulación con los dramas del presente.
Sabemos que el padre de Peter Quill, interpretado por Kurt Rusell, lleva el nombre de EGO. Es justo decir entonces, que el conflicto principal se centra en esa lucha que los seres humanos damos en contra de la súper identidad a la que nos orilla el sistema: la pelea contra nuestro propio ego. A través del desarrollo de la trama de Star Lord, los guionistas se las apañan para introducir nociones claras de la incompatibilidad entre la idea de familia, amor al prójimo, paternidad, amistad, hermandad, amor de pareja y humanidad compasiva, con narcisismo. Cuando nuestros talentos, nuestras facultades creativas y nuestro poder nos construyen un muro alrededor que hace que nos separemos de los otros y seamos ciegos frente a sus sufrimientos, necesidades, llamados y singularidades. Y queremos colonizarlo todo con eso que somos, para que todo nos refleje. Es ahí entonces cuando nos volvemos destructivos, a la vez que inmensamente débiles y quebradizos.
A los que andamos por el camino del arte y la cosa creativa a menudo se nos insta a tener un ego saludable y floripondio. Mi realidad me ha mostrado (aunque sigo siendo narcisista hasta las uñas) que la única forma de crear es a través de la compasión genuina y del dominio y hasta la rendición de la súper identidad. La búsqueda de reconocimiento, la trascendencia y su espejismo, no debe ser jamás el motor si no la consecuencia de no poder hacer otra cosa que eso para lo que uno ha nacido. Y creo que Gunn en este film hace culto de las verdaderas cosas importantes de la vida.
Así, arriba a la conclusión de que Los Guardianes no tienen suerte de haberse granjeado el nombre de los grandes protectores de la galaxia, si no de haberse consolidado como familia. No al cuete el símbolo de Ego es un cerebro superdesarrollado, mientras que la resolución del gran climax de la película es el corazón. A diferencia de otros héroes aliados de Marvel, los Guardianes solo son una fuerza cuando están juntos. Separados todos morirían más temprano que tarde.
En mayor o menor medida, esta película se trata del registro amoroso del otro versus la voluntad de ser el vencedor. La cuestión profundamente veraz de que el amor real e incondicional es la única salida para los misterios desoladores y la soledad de la existencia.
Es maravillosa. Sin lugar a dudas lo mejor de Marvel, lejos.
No se la pierdan y quédense hasta el final de los créditos.
© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo
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