El cliché de las segundas partes
Todas las segundas partes tienen un desafío por cumplir; ser igual de exitosa como su antecesora o -el más difícil- expandirse a otros territorios narrativos. Marvel, como estudio y conglomerado cinematográfico, ya sufre una crisis considerable en su maquinaria a la que no le es satisfactoria la autoconciencia, un elemento que aparece como motivo desde Iron Man (2008). Precisamente, el caso de la primera película del universo Marvel, es testigo porque su secuela adoleció de frescura y solo reposó la estructura narrativa en una lucha aburrida entre el bien y el mal. El caso de Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) es bien distinto porque la estrategia de representrar la estética de los años 80 se amalgamaba de forma excelente con el humor y cierto desparpajo en las secuencias de acción, lo que la hacía más deudora del universo Star Wars que de los superhéroes de la franquicia a la que pertenece.
La segunda parte de este collage de efectos, colores y música se encolumna en la fortaleza de sus personajes, el séquito liderado por Star Lord (Chris Pratt), secundado por Gamora (Zöe Saldanha), Drax (Dave Bautista), Rocket y Baby Groot (con las voces de Bradley Cooper y Vin Diesel, respectivamente), los que conforman un grupo diverso pero marginal que vaga por el espacio exterior bajo los códigos mercenarios del comercio, aunque cubiertos por la inmunidad que les da ser los “Guardianes de la Galaxia”. Los primeros minutos generan una alta expectativa como consecuencia de un plano secuencia sostenido en el uso del segundo plano, fuera de foco, de una batalla que libran los guardianes contra un monstruo gigante al que solo se lo ve por fragmentos. El primer plano está dedicado a un Baby Groot danzarín ignorante de lo que sucede a sus espaldas, mientras la cámara lo sigue, aunque algunos barridos ocultan los cortes para generar el efecto de plano secuencia. Cuando el ovillo de la historia se desata pierde fuerza el carácter lúdico y la seriedad gana terreno. Incluso los personajes se ven sometidos a un desarrollo narrativo acartonado, forzados por el develamiento del paradero del verdadero padre de Star Lord, y las segundas intenciones al momento de su reaparición, las cuales generan el conflicto de la película.
El espíritu juguetón de la primera parte se desvanece ante la imperiosa necesidad de relatar una historia, que sigue la urgencia de ordenar piezas y reforzar el concepto de familia elegida, de cuatro marginales reunidos por diferentes intereses pero que luego de ese fin altruista -que los unió- solo queda la vagancia por el espacio. De la misma manera se pliega James Gunn, más preocupado por encastrar las piezas del álbum familiar que de la acción y la dinámica narrativa. Las bajas expectativas de la primera película probablemente hayan tenido cierto grado de culpabilidad en el éxito rutilante, la antítesis es este Volumen 2, mucho más amparado en la comedia (Drax y Baby Groot limitados al chiste físico infantil) que en la acción dentro de lo inconmensurable del espacio exterior. Muchos interiores de plástico y poca perspectiva de fugas marcan una falencia llamativa en la estrategia de Gunn, un guionista-director que se muerde la cola al invertir las variables de su criatura. Incluso las canciones de Fleetwood Mac, George Harrison, Funkadelic, etc. no aparecen bajo la opacidad conceptual de un leit motiv, más bien flotan en el aire como un armado arbitrario de un productor. Carente de un espíritu joven en su armado narrativo, el Volumen 2 parece más un disco de outtakes con el perfil oportunista -más transparente que nunca- de Marvel en su escala por dominar la industria.
© José Tripodero, 2017 | @jtripodero
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