Mal que nos pese, el cine de terror se ha convertido en uno de festivales. No de los habituales -aquellos que jamás le asignan valor a un género que entiende más el presente que esos dramas de agenda que se mueren por presentar en estreno mundial- sino de muestras especializadas que, aún sin pretenderlo, transforman estas nuevas expresiones en un DCP nómade para que los jurados, entre discusiones de desayuno, decidan si vale la pena o no. Estos espacios, que deberían ser de resistencia y priorizar el riesgo, vuelven al cine de terror en uno estandarizado y calculado. Culpa que también se le puede adjudicar a A24 (distribuidora de moda, con un par de éxitos en sus espaldas y fanáticos que compran merchandising con su logo), quien pasó a ser un factor clave para el ecosistema del género; en los últimos años, ya existen películas que parecen concebidas con el único objetivo de formar parte del catálogo de la empresa que catapultó a realizadores como Ari Aster o Robert Eggers. Son tiempos oscuros. Háblame, la primera película de Danny y Michael Philippou, necesitó de estos dos jugadores para llegar al radar del siempre fiel público de terror pero se las ingenió, con pocos pero nobles elementos, para despojarse de los habituales manierismos que asedian al género en estos días. Por suerte, pudo engañarlos y ubicarse lejos de ese cine lleno de certezas.
La premisa no supone muchas complicaciones. Después del suicidio de su madre, Mia (Sophie Wilde) cae una depresión aguda y se refugia en la familia de su mejor amiga Jade (Alexandra Jensen). Todo parece transcurrir normalmente en sus vidas hasta que, al ver una serie de videos virales sobre personas en trance, las dos amigas asisten a una reunión privada donde los rituales que permiten comunicarse con los muertos son la principal atracción. La lógica de la ceremonia tampoco es demasiada engorrosa. Hay una mano que sirve de puente hacia el otro mundo, existen una series de palabras que deben pronunciar quienes se animen a participar, una vela la cual encender y apagar y una regla inquebrantable: la posesión no debe durar más de 90 segundos porque sino las entidades pueden adueñarse del cuerpo del voluntario. Mia es la primera de esa noche. Los espectros están al acecho; entre ellos, el de su madre.
Esta ópera prima es una película sobre muchas cosas pero, a fin de cuentas, es una de posesiones con un toque diferencial: aquí no importan esos instantes donde el espíritu se vuelve uno con un mortal. Cuando sus antecesoras temáticas tienden al exceso, Háblame podría prescindir de las posesiones y dejarlas en fuera de campo porque lo que sostiene realmente al relato es el duelo posterior. Detrás de todos elementos de distracción (la desfachatez adolescente, el catolicismo, el despertar sexual, la viralización en redes sociales), se esconde el verdadero propósito de los directores: explorar los traumas familiares de un personaje roto por demás.
De manera inteligente, los gemelos Philippou mantienen siempre el control de ese catálogo de situaciones inexplicables que es Háblame, cuya información sobre lo que pasa, por qué o cómo nos es tan esquiva como a los erráticos personajes, y convierten a la curiosidad en una aliada y en el principal motor hacia el miedo. La inquietud termina siendo más terrorífica que los momentos más aparatosos donde el manto de sangre y golpes cubren toda la narración. Pero a medida que transcurren los bienvenidos 95 minutos de película, los gemelos australianos comienzan a romper la historia, la diluyen, la colocan en segundo plano e irrumpe un placer sensorial poco común en las producciones de sus contemporáneos. Es probable que esta sea una película menos efectiva fuera de la sala de un cine.
Con ciertos reparos sobre las resoluciones, esta es una crítica entusiasta que, a pesar de las virtudes ya mencionadas, se quedó con sed de más y que confía en que el segundo acercamiento a este mundo podrido será aún más estimulante. Un deseo muy similar al que desencadena todos los males en Háblame.
(Australia, 2022)
Guion, dirección: Danny & Michael Philippou. Elenco: Ari McCarthy, Hamish Phillips, Kit Erhart-Bruce. Producción: Kristina Ceyton, Samantha Jennings. Duración: 95 minutos.