(Estados Unidos, Reino Unido, 2019)
Guion, dirección: Noah Baumbach. Elenco: Adam Driver, Scarlett Johanson, Julia Greer, Laura Dern, Ray Liotta, Alan Alda. Producción: Noah Baumbach, David Heyman. Duración: 136 minutos.
Noah Baumbach es un especialista en hacer películas sobre vínculos familiares. Una de las mejores de todos los tiempos es The Squid and the Whale (2005), basada libremente en la separación de sus padres. En Historia de un matrimonio vuelve maduro y afilado, luego de haber pasado por un divorcio y la paternidad de dos hijos de mujeres distintas: nada menos que las actrices Jennifer Jason Leigh y Greta Gerwig.
Toda esa experiencia de vida se refleja en esta película en donde, a diferencia de The Squid and The Whale, el punto de vista desde donde se narra una separación ya no es el de los hijos sino el de la pareja adulta.
Por ser un producto acabado de todo lo que ofrece la cultura neoyorkina, y más específicamente la del barrio judío de Brooklyn, se asocia al cine de Baumbach con el de Woody Allen. Sin embargo el salto generacional los distancia, haciendo de su cine un gesto catártico resultado de un gran trabajo terapéutico que le permite usar el humor negro característico judío pero también hablar sobre las emociones y los vínculos de una manera en que Woody Allen nunca lo hizo.
Lo que sí vincula a Historia de un matrimonio con el cine de Woody Allen (especialmente con Annie Hall y Crímenes y pecados) es el enfrentamiento real y metafórico entre Los Ángeles y Nueva York. Esa tensión entre las dos costas para los intelectuales que se dedican al cine atraviesa Historia de un matrimonio y parte de la filmografía de Baumbach.
Otra de sus películas que sobrevuela es Greenberg. Es como si Charlie en lo que respecta a su relación con Los Ángeles fuera un Roger Greenberg que finalmente aprendió a manejar pero la vida de la ciudad de las autopistas lo sigue superando.
Historia de un matrimonio es una película llena de diálogos y parlamentos largos para el lucimiento de los actores pero su belleza y profundidad reside cuando esas ideas son resueltas cinematográficamente. En la mitad de Historia de un matrimonio hay dos planos que sin subrayado reflejan la principal diferencia cultural entre ambas ciudades. Charlie habla con la feroz abogada de Nicole (Laura Dern) por teléfono mientras camina por las calles atestadas de peatones, cruza una calle sumergido en la multitud y el diálogo concluye con el ultimátum de que tiene que ir a Los Ángeles a seguir las negociaciones por el divorcio. Corte y se ve una gran playa de estacionamiento con varios autos pero grandes espacios vacios en un día soleado. El sol y el espacio de Los Ángeles que varios personajes le ponderarán a Charlie a lo largo de la película.
Más allá de los contrastes geográficos y culturales entre las dos costas, Historia de un matrimonio es un estudio minucioso de la vida en pareja y su final. Por muchos momentos la película es amarga y explora un costado poco trabajado en cuanto a la tristeza de una separación con hijos: la soledad de los padres varones y el sentimiento de pérdida mayor que experimentan. En la mayoría de los casos de divorcio los niños se quedan con la madre, un padre presente pierde la cotidianeidad de la convivencia de una manera irrecuperable. Somos familia porque vivimos con nuestros padres hasta que casi somos adultos, los hombres separados pierden eso en la mayoría de los casos. Esta es la causa por la que Charlie lucha una vez que entiende lo que le está pasando. “No voy a ser su padre”, dice en algún momento.
En una de las discusiones culmines de la película, Charlie le dice a Nicole “Todo estaba ahí desde el principio”. Eso suele pasar en las parejas: lo que nos molesta y nos gusta del otro está siempre ahí desde el principio. Sus falencias, su neurosis, lo que nos daña y también lo que nos hace felices. Perdurar en el tiempo como pareja no lo borra; solo que —cual linterna— elegimos qué queremos iluminar en el transcurso de la relación. Las rupturas suelen sobrevenir cuando apagamos los aspectos luminosos y ya no hay vuelta atrás.
A la vez la cotidianeidad que da la convivencia es lo que a menudo hace tan difícil las separaciones. Los rituales, los juegos, las complicidades, el ver crecer al otro y a los hijos son cosas que en el momento de una separación parece que nunca van a quedar atrás y es mucho el dolor por esa pérdida. La escena en la que Charlie va ayudar a cerrar el portón de la nueva casa de Nicole y la coreografía con que lo hacen resume muy bien ese sentimiento.
El comienzo y final especular sobre un mismo texto de la película no es casual. Un mismo escrito cobra otro sentido con el paso del tiempo pero en ambos momentos lo que parece decirnos el director es que eso estuvo allí y va a estar por más que nosotros ya no. Recordarlo nos hace mejores y nos ayuda a separarnos y a mitigar el sufrimiento.
Los dos musicales finales le aportan esa originalidad cinematográfica que la despega de ser una película teatral. En la Los Ángeles luminosa Henry (el hijo de la pareja) va a crecer rodeado de familia y amigos que bailan y cantan. En la nocturna Nueva York su padre crea y canta sobre la pérdida y lo que el otro puede provocar en uno.
Aunque aparentemente la película cuenta la historia de un divorcio, la verdadera historia —de ahí el título— es sobre el matrimonio o sobre lo que debería hacer un matrimonio en una separación con niños. Recordar por qué estuvieron juntos, por qué esa persona en algún momento fue lo más importante para uno y entender que el matrimonio que se convierte en familia perdura más allá de las rupturas. Finalmente, para los dos ceder no es perder una batalla sino soltar para ser feliz con el otro incorporado a lo que una vez fueron.
@ Mariela Sexer, 2019 | @marielasexer
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