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Cine

Hurry Up Tomorrow: Más allá de los reflectores

Hurry Up Tomorrow es una película escrita, dirigida y editada por Trey Edward Shults, un relativamente joven cineasta norteamericano. Empezó su carrera en 2015 con Krisha, siguió con It Comes At Night [2017] y Waves [2019] hasta llegar a Hurry Up Tomorrow, estrenada en Argentina el día de ayer. A primera vista, su obra parece disímil entre sí, especialmente It Comes At Night, que se propone como película de terror. Su premisa —una familia  aislada en el campo por un virus mortal que circula en el país— hace pensar en los films de plagas o apocalípsis, en futuros distópicos donde el mundo parece acabado. Sin embargo, nada está más alejado. La película de Shults es un drama familiar con el tono de este “terror psicológico” característico de A24 —predice en cierta forma el cine de Ari Aster, sobre todo Hereditary—. Es decir, no es tan distinta de Krisha, o de Waves, presentadas como dramas realistas. El elemento del terror es más un velo, otra desgracia que les cae a sus personajes. El cine de Shults es un cine de la desgracia. No digo de la crueldad porque se cuida, por momentos, de lo que muestra y lo que no; eso lo hace un poco más soportable.

Shults es un cineasta ingenuo por dos razones: cree que le importa la psicología de sus personajes, y está convencido que sus imágenes tienen la potencia de escarbar en lo interno. Para empezar, se podría resumir a los personajes de Shults en un mismo arquetipo: persona golpeada por la vida que cae en el alcoholismo o en las drogas. Krisha, el jóven de Waves y ahora Abel de Hurry Up son eso. En It Comes At Night el que sufre es el hijo de la familia, y el vicio es reemplazado por la plaga. Las cuatro películas operan de la misma manera: el personaje problemático es el centro desestabilizador que afecta su respectivo entorno. Se mueve de a tropiezos violentos, atentando sin descanso —esto es lo que satura— contra los que lo rodean y contra él mismo. Es en este último aspecto donde Shults siempre pone el foco, en situaciones donde los personajes alcanzan su límite, lloran, gritan, rompen cosas, golpean puertas y paredes, se humillan frente a la gente de manera estrambótica. Corte a: personaje cabizbajo, agarrado de la cabeza, suena música emotiva, un travelling o un zoom al rostro, una lágrima y —a esta altura infaltable— el cambio de formato. Este último es un detalle muy importante cuya utilización puede condensar la actitud, el comportamiento formal de Shults. En sus cuatro películas, sin razón aparente, la relación de aspecto cambia; a veces incluso en la misma escena. Se pasa de un 2.39 a un 1.85, o de un 1.85 a un 4:3. Es cierto que una buena cantidad de cineastas también usaron este recurso en su favor, muchas veces con grandes resultados. Casi siempre tienen una justificación narrativa, o por lo menos espacial. No es ese el problema con Shults, no es una cuestión de qué tanto se sostiene la decisión en términos narrativos; más bien se suma a un conjunto de arbitrariedades que constituyen su ser-cineasta: la sobrecarga de elementos técnicos (es necesario distinguir cuándo “lo técnico” se queda en su puro tecnicismo y cuándo es que se vuelve cinematográfico; no todo paneo, travelling o zoom se traduce en forma cinematográfica. El cine de Shults es un cine técnico, con desborde de recursos, similar a una publicidad o videoclip con recursos) sin ningún tipo de sustancia. Esto es evidente en la caracterización de sus personajes, en sus historias, y en sus imágenes. Su ingenuidad radica en creer que la suma de momentos traumatizantes, de discusiones a los gritos o llantos en soledad, que la música envolvente, reverberada, que un rostro que sufre es psicología; o, peor aún, que es humanidad. Justamente en ese intento de mostrar una exploración interna es que termina por deshumanizar a sus personajes. Se vuelven simples figuras harto conocidas, arquetipo de alcohólico o de músico conflictuado. Marionetas sometidas al dolor sin pausa, filmadas con una grandilocuencia extenuante, muchos colores, música, largos planos secuencia que —en su afán de seguir al personaje— no encuadran más que una espalda en movimiento.

En Hurry Up Tomorrow la marioneta es Abel Tesfaye, más conocido como The Weeknd. Aún más curioso: el personaje que interpreta es él mismo. La película está co-escrita por él, y se titula igual que su último disco, lanzado a comienzos de este año. La premisa es la siguiente: Abel está deprimido porque la chica con la que salía no le responde las llamadas ni los mensajes, esto lo sumerge excesivamente en las drogas y el alcohol; después conoce a Anima —interpretada por Jenna Ortega—, una fanática obsesionada con su música que tiene cierta tendencia impulsiva a la violencia, con la cual pasa una noche. La película empieza con un montaje paralelo de ambos, Abel se prepara para un show —botella de whisky en mano, mirada autoreflexiva frente al espejo. ¿Cuántas veces Shults filmó esta misma imagen?— y Anima derrama un bidón de gasolina a lo largo de todo el interior de una pequeña casa. Abel sale al show y toca un tema mientras vemos la casa de Anima prendida fuego y a ella escapando en su auto. Acá aparece uno de los males de Shults: para denotar la “locura” del personaje de Ortega le tiene que hacer incendiar una casa.  Este acontecimiento nunca vuelve a aparecer en la película —exceptuando una llamada de su madre en la que esta le reclama textualmente lo siguiente: “Anima, cómo pudiste hacer eso, no lo puedo creer”. Anima corta antes de que su madre pueda seguir hablando, por supuesto. Sutilezas de Shults—, es una acción que nos quiere señalar con excesivo énfasis lo disparatado del personaje y que pretende respaldar narrativamente demás acciones posteriores. La concepción del cineasta sobre los trastornos o adicciones es simplista, se revela siempre vacía y burda. Es llamativo que de tal determinación y persistencia por filmar las mismas problemáticas termine siempre emergiendo una falta absoluta de humanidad; acaso —esperemos— sea más incapacidad artística que una falencia en la aprehensión de sus temáticas.

Después de pasar la noche juntos, Abel se quiere desligar de ella y seguir con su vida. Anima le rompe una botella en la cabeza y lo secuestra. Este se despierta atado de pies y manos a la cama, asustado; quiere saber por qué está ahí, qué mal le hizo para que ella lo secuestre. Anima quiere “saber la verdad”, enterarse lo que le sucede internamente a Abel. Lo que sigue es —quizás debido al cambio tonal, o porque es tan ridículo que uno no puede sino reírse—  el momento de mayor lucidez de la película: Anima explica que a través de sus últimos discos pudo interpretar que la estaba pasando mal y, para demostrarlo, decide cantarle a Abel varias de sus canciones, con análisis lírico incluido. La imagen es la siguiente: Abel atado de pies y manos a una cama, con toda la desesperación del mundo en su rostro, obligado a mirar —y escuchar— a Anima cantando “Blinding Lights” a los brincos; recordando, de alguna manera, a las más viles técnicas de tortura. Por lo demás, refleja el miedo de cualquiera, menos al secuestro que a ser forzado a escuchar ininterrumpidamente un disco de The Weeknd. En ese sentido quizás la película logra uno de sus posibles cometidos: equiparar su experiencia a la de escuchar Hurry Up Tomorrow. Una suerte de periplo psicológico saturado de postales estáticas, desprovisto de movimiento interno o externo, con imágenes pertenecientes a una estética viciosa del videoclip.

En todo caso, el film tiene los mismos problemas que el resto de la obra de Trey Edward Shults, esta vez con el agregado de Abel Tesfaye cuya colaboración artística es significante si se tiene en cuenta su rol como actor, su participación en el guión, y la banda sonora —que, claro está, no es otra que su propia música—. Desconozco qué tanta influencia haya tenido Tesfaye en la escritura del guion, pero el lado evidenciable de su participación no beneficia mucho a la película ni a su realizador. Este último aparentemente afianzado en lo que él debe de considerar “su estilo”, aunque, sabemos, lo que hace a un autor no es una repetición formal sino su respectiva puesta en valor.

(Estados Unidos, 2025)

Dirección: Trey Edward Shults. Guion: Reza Fahim, Trey Edward Shults, The Weeknd. Elenco: The Weeknd, Jenna Ortega, Barry Keoghan. Producción: Reza Fahim, Harrison Kreiss, Kevin Turen, The Weeknd. Duración: 105 minutos.

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