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CRÍTICAS - CINE

Inmaculada (Immaculate)

Una joven e inexperta monja proveniente de Detroit, Estados Unidos (interpretada por la siempre eficiente Sydney Sweeney) es recibida en un convento en Italia. Ella es una extraña en una tierra desconocida, en un espacio físico que no es exactamente como la jóven esperaba. No sólo debe aprender todos los preceptos de la sabiduría espiritual, además enfrenta un idioma al que comprende de a ratos.

Es decir, es la neófita que debe de recurrir a un camino mítico como es el heróico para encontrar las respuestas que la lleven a una redención. En este caso una búsqueda trascendente, divina. Poco a poco algunos internos mostrarán un comportamiento extraño, revelando paulatinamente lo que realmente sucede en el convento. La jóven, por su parte, comienza a presentar síntomas de embarazo sin haber tenido ningún tipo de relaciones sexuales, por lo que todos creeran que se trata de un milagro.

Inmaculada es una obra que intenta ser algo y que no llega a destino porque los temas a tratar le quedan muy, pero muy grandes. Acá hay cuestiones que jamás se resuelven y que quedan relegadas al capricho argumental, como es el caso de la anécdota sobre el accidente de la protagonista y su acercamiento a la muerte en un lago congelado cuando era sólo una niña, por nombrar alguno. 

El film aborda tópicos ya gastados desde hace años, décadas, mechados con temas sintomáticos de nuestros tiempos: el empoderamiento femenino, la maternidad como un hecho cuasi atroz y ligado estrictamente a una mirada social arcaica y tradicionalista y la iglesia como un mal institucional absoluto. Todo tratado desde una mirada wasp, nihilista y en cuya naturaleza unívoca no hay espacios para la ambigüedad. 

Acá todo está retratado de forma subrayada, sin la posibilidad de reflexionar sobre dichos asuntos. Hay miradas solemnes a la cámara (la escena del ritual una vez que la protagonista está embarazada, es un claro ejemplo de ello) y que apelan a la directa identificación emocional, o algunas ideas argumentales que son disparatadas, como el hecho de que el mal venga de un cura que, ¡oh casualidad! antes “estudiaba biología” y que representa de ésta manera la negación de cierto sector social hacia lo biológico (científico) de nuestra naturaleza como seres humanos. ¿A qué viene ésto? A que el film toma un tema estrictamente identitario de la sociedad moderna y que rechaza justamente todo lo referido a nuestra naturaleza biológica en pos de sus dificultades emocionales ligadas a su autopercepción como índice medular. Por ello el film describe al mal como un hombre religioso y que además, estudiaba biología. Cartón lleno. Más impostado y formulaico, imposible. 

Un ejemplo de un film que crítica el accionar de la iglesia pero no el hecho de la búsqueda espiritual es la enorme Vampiros (1998) del también enorme John Carpenter: allí el mal era justamente creado por la iglesia pero al final quien desbarata los planes es un cura de armas tomar que jamás perdió la fe en Dios y que por ello logra la trascendencia espiritual, todo junto al temible cazador de vampiros protagonista, Jack Crow (Jesús Cristo, si leemos entre líneas). El film de Carpenter maneja una enorme ambigüedad reflexiva sobre una institución como lo es la iglesia, más teniendo en cuenta que es un realizador agnóstico y que siempre expuso una mirada punzante sobre ella. 

Es decir, no es problema que se aborden dichos temas, el problema es la chatura unilateral,  teniendo en cuenta que son sumamente interesantes para analizar dentro de nuestro contexto social y político. No es que estemos en contra, para nada. Pero la ambigüedad inexistente se nota a lo largo y ancho de la obra, apenas un preámbulo para el lucimiento de su protagonista y cuyo personaje se la pasa sufriendo sin darle un mayor sentido a ésto que el de buscar el costado más emocional y con ello ganarse al espectador. Puede que algunas ideas luzcan arriesgadas, pero en el fondo no son más que pura provocación, eructadas en tiempos que ya no sorprenden en cuanto a su pobre representación. 

El film quiere desesperadamente acercarse a cierto público con ciertas ideas radicales y sin el menor indicio de querer que dicho empleo sea al menos representado desde la técnica, desde la puesta en escena y que exista así un fuera de campo que apele a la participación del espectador activo. Por el contrario deja todo dicho y nos expone a una mirada pasiva, sin la posibilidad de poder acercarnos a ella de forma más intelectual, inteligente, digamos. Al final lo único que queda es un discurso dicho a los gritos que se amolda a una actualidad urgente con políticas absolutamente pasatistas con alguna que otra escena e idea bien resuelta, pero que se pierde sin llegar a su justa trascendencia. Una pena. 

(Estados Unidos, Italia, 2024)

Dirección: Michael Mohan. Guion: Andrew Lobel. Elenco: Sydney Sweeney, Álvaro Morte, Simona Tabasco. Producción: David Bernad, Michael Heimler, Riccardo Neri, Teddy Schwarzman, Sydney Sweeney. Duración: 89 minutos.

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