Por más incompleta que sea la felicidad, nos acercamos a ella a medida que procuremos la armonía de nuestras emociones. El díptico de Intensa-mente (2015/2024) sostiene esto antes y después de cualquier intento de palabras cuestionando si en verdad el cine ofrece solo “procesos emocionales incompletos”*.
Ambientada un año después del final de la primera, Riley participa en un camping de hockey durante el fin de semana. Por su parte, el cuarteto original recibe a cinco nuevas residentes. Los problemas vendrán cuando la aparente –y terrible– destreza de planificación de una de las recién llegadas, anule a todas las demás.
En la primera, Alegría capitaneaba el centro emocional de Riley y las demás parecían estar de acuerdo con sus decisiones. También quedaba en evidencia su egoísmo con Tristeza y su capacidad para enmendar tales impulsos. Esta vez ocurre algo similar con Ansiedad. Si en aquella Tristeza hacía de contrapunto, ahora es Ansiedad quien toma las riendas del asunto.
El mayor acierto de esta secuela recae en precisar, como le dice Alegría a Ansiedad, que no son las emociones quienes deciden quien Riley sea. ¿Quién es ella? Queda abierta la respuesta. Por esto la última escena de Intensa-mente 2 refleja, en su rostro ante el espejo, el mayor descubrimiento de la obra. Vemos su mirada dirigida hacia nosotros y ante al locker de su secundaria. Una leve sonrisa se esboza. Podemos imaginar cuál ha sido la noticia que acaba de leer Riley en su teléfono, pero no hay pruebas al respecto. Esto importa en la medida que ella sepa reconocerse, sea en el momento que sea.
Así, este díptico ha sabido precisar el núcleo del cine animado con gracia y emotividad. Al darle algunos rasgos humanos y deformes a las emociones, ambas obras aluden con sencillez los múltiples sentidos de la imagen cinematográfica además de reflexionar sobre la pre-adolescencia y, en general, sobre la psicología. Al personificar algunos de los rasgos más instintivos, este cine simplifica sus ambivalencias y complejiza el accionar interno de cada ser humano. Aquí los guionistas aprovechan la redundancia como fortaleza. Por ejemplo, las reiteradas idas y venidas a la mente de los personajes más humanos pueden resultar cansinas al mismo tiempo que provocan risa.
Más aún, el valor de las etapas previas a la adultez quedan de nuevo magnificadas aquí. Los papás de Riley y la entrenadora de hockey tienen aún menos presencia en esta ocasión. Esto hace que las figuras de poder en su entorno sean sobre todo Alegría, Tristeza, Asco, Miedo, Vergüenza y Ansiedad.
En ese sentido, aun con sus desaciertos –acá en particular hace mucha falta la música de Giacchino–, la agudeza de base se mantiene: las emociones dialogan y resuelven para Riley lo que el cine propone, por oposición o ejemplo, para ofrecernos la posibilidad de caer en cuenta y, ojalá, aprender. En tal aceptación y reconocimiento, las decisiones tomadas por Riley y sus emociones centrales se completan cuando los espectadores reflexionemos sobre nosotros mismos. Así, como en el mejor cine, lo narrativo le da dirección a la imagen para funcionar a la par mientras cada quien, sea personaje o espectador, vaya definiendo su ser.
* “En términos psicoanalíticos, la emoción se distingue del sentimiento o de la pasión por estar más cerca de los procesos primarios, correspondiendo estos últimos a secundarizaciones del afecto. Francis Vanoye (1989) propuso distinguir un enfoque positivo de la emoción, regulador del pasaje a la acción, y otros más bien negativos, que consideran a la emoción como signo de una disfunción correlativa a una baja en los desempeños del sujeto. Este segundo enfoque tiende a ver la emoción como una regresión momentánea. Resulta dominante en los estudios sobre la imagen espectacular, producida para llegar a un espectador colectivo, sin una cultura particular. Desde el espectáculo de feria hasta la televisión, un mismo desdén teórico rodea a las emociones fuertes, a riesgo de confundir emoción y sensación. Films como Freaks (Browning) o El hombre elefante (Lynch) se sitúan deliberadamente en esta herencia foránea y saben suscitar emociones fuertes en el espectador.
De manera general, las imágenes provocan procesos emocionales incompletos, ya que no hay ni pasaje de la emoción a la acción…”. (Diccionario teórico y crítico del cine. Aumont y Marie)
(Estados Unidos, Japón, 2024)
Dirección: Kelsey Mann. Guion: Meg LeFauve, Dave Holstein. Voces de: Amy Poehler, Maya Hawke, Kensington Tallman, Liza Lapira, Tony Hale, Lewis Black, Phyllis Smith, Ayo Edebiri, Adèle Exarchopoulos, Diane Lane, Kyle MacLachlan. Producción: Mark Nielsen. Duración: 96 minutos.