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CRÍTICAS - CINE

Hombre Irracional (Irrational Man)

(Estados Unidos, 2015)

Dirección y Guión: Woody Allen. Elenco: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Meredith Hagner, Parker Posey, Jamie Blackley, Ethan Phillips, Ben Rosenfield, Allie Marshall, Julie Ann Dawson, Tamara Hickey. Producción: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum y Edward Walson. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 96 minutos.

Un homicidio ideal.

Respetando el encadenamiento de las últimas décadas de películas tan autoindulgentes y sencillas como entrañables y extremadamente necesarias, si sopesamos el estado de una industria cinematográfica cada vez más empobrecida, el flamante opus de Woody Allen gira en torno a los interrogantes que han marcado a buena parte de la vertiente dramática de su carrera, esa que comenzó con el díptico conformado por Dos Extraños Amantes (Annie Hall, 1977) e Interiores (Interiors, 1978). El libre albedrío, el azar, la ética y la carga del devenir cotidiano dan vida al trasfondo de Hombre Irracional (Irrational Man, 2015), una nueva reformulación por parte del neoyorquino de uno de sus pivotes, Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski.

Joaquin Phoenix interpreta a Abe Lucas, un profesor universitario -con una importante depresión a cuestas- que descubre de manera aleatoria su “misión” existencial, esa que lo rescatará del alcoholismo y la apatía en las que está sumido por un cúmulo conscientemente ridículo de tragedias personales. Así las cosas, en un bar escucha una conversación que lo impulsa a considerar que el mundo sería un lugar mejor si matara a determinado miembro del sistema judicial. El contrapeso moral será su alumna Jill Pollard (Emma Stone), otro de esos típicos personajes femeninos del Allen contemporáneo: su quijotismo y curiosidad la llevarán a vislumbrar el maquiavélico plan de Lucas y luego a investigar sus movimientos.

Mientras que en los primeros minutos se entretiene coqueteando con la comedia romántica basada en el esquema profesor/ alumno, a posteriori el director tuerce el volante hacia un tono intermedio entre el planteo distante de Match Point (2005) o El Sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) y la levedad efervescente de Misterioso Asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993) o Scoop (2006), esquivando a la vez la gravedad y el sarcasmo non-stop de antaño. Otro punto de referencia que no podemos pasar por alto es La Soga (Rope, 1949) del eterno Alfred Hitchcock, de la que el realizador toma prestada la premisa de un homicidio/ experimento con vistas a probar una hipótesis social.

De hecho, el traspaso del plano ideal a la praxis ocupa un lugar preponderante en la obra de Allen, parodiando nuevamente al pobre diablo de turno mediante las inesperadas tribulaciones que va encontrando en su camino. En Lucas se unifican diferentes versiones de ese burgués erudito que el cineasta ha trabajado con anterioridad, desde el entusiasta que bordea el fanatismo hasta el presuntuoso que termina atrapado en una espiral de incidentes que él mismo creó. Luego de tantos años, aun hoy sorprenden la inteligencia y la fluidez del casi octogenario, quien sigue obsesionado con todos los coletazos de la responsabilidad individual y el rol que le suele caber a la pedantería en el amasijo de la estupidez humana…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

 

Castigos y pecados.  

Woody Allen es un caso particular dentro de la cinematografía estadounidense: se halla lejos de Hollywood pero sin embargo toma prestada a sus estrellas para que protagonicen películas que se distancian temáticamente de la urgencia de la industria. Joaquin Phoenix es el protagonista de Hombre Irracional, una película que tiene una clara frontera entre dos géneros bien delimitados. La primera parte presenta a Abe Lucas, un laureado profesor universitario de filosofía que atraviesa una crisis existencial. Allen no tarda en desenvainar el clásico juego de seducción entre profesor y alumna (Jill Pollard, interpretada por Emma Stone) cuasi cliché, aunque el autor logra distanciarse de esos lugares comunes y aplicarle un cierto encanto visual desde la fotografía del enorme Darius Khondji. No obstante, el tufillo del contexto de pequeña burguesía aparece desde el comienzo aunque como señal de alarma, las menciones a autores literarios, filósofos y músicos académicos no presentan la sustancia de otras películas de la filmografía del director, sino que parecen simplemente para adornar un espacio o una conversación entre personajes.

La segunda parte llega para confirmar que la primera simplemente sirve de apoyo teórico para probar una idea radical, nacida del azar y que involucra a Abe y a Jill, a partir de la escucha de una charla casual en un restaurant. En esta suerte de segundo acto tácito se despliegan más motivos del Allen oscuro, ese que con Crímenes y Pecados alcanzó su punto álgido, en la faceta de laboratorio científico de carácter social, interesado en probar con argumentos algunos conceptos sociológicos políticamente incorrectos. Es decir, aquellos que por alguna razón resultan más blasfemos por solicitarle a la filosofía que, como ciencia, realice al mundo un aporte práctico. Dicho aporte lo intenta de concretar este profesor, el cual reúne todas las cualidades del héroe alleniano: mujeriego, existencialista, amargado y -casi siempre- merodeador del suicidio. Lo que en principio aparenta ser un acto altruista, completamente desinteresado, se convierte en su salvación porque la consecuencia inmediata es la recuperación de una razón para vivir.

Bajo una capa de timidez, Allen se anima en una escena a jugar a ser Hitchcock en la elaboración de un montaje asfixiante pero que puede pasar desapercibido porque se halla desprendida del resto del tratamiento visual. En un par de escenas posteriores, Khondji -el genio detrás de la luminosidad del Allen europeo- abre el obturador de su cámara para dejar entrar todo el sol (la escena de las bicicletas), el cual funciona también como el nuevo amanecer del protagonista. Phoenix y Stone, en estas escenas post clímax se muestran en una suerte de dialéctica actoral digna de las mejores parejas con las que ha trabajado el director. Si bien Lucas tiene esos elementos característicos mencionados, la composición de Phoenix se mueve por el carril de la sobriedad y más cercana a una filiación con su propio registro, el cual no parece alterarse si está en una película de Paul Thomas Anderson o James Gray. Emma Stone, en cambio, es una suerte de todo terreno, sin importar el protagonista de turno. El trío lo completa la ex princesa indie Parker Posey, como una profesora también atraída por Abe.

Más allá de los aciertos, méritos y estrategias retóricas, Allen cae en la trampa de la misantropía al direccionar su historia hacia un final no solo predecible sino antipático pero cuyo problema no está en la teoría, precisamente, sino en la ejecución práctica de un cierre que no está a la altura con el famoso concepto del “crimen perfecto” que atraviesa toda la película.

calificacion_3

Por José Tripodero

 

El hombre que nunca estuvo allí.

Pocos directores provocan tantas expectativas como él; sin embargo, al entrar al cine y sentarse en la butaca a esperar a que comience lo nuevo de Woody Allen, uno ya sabe qué esperar. Han transcurrido varios años desde que sus mejores obras se proyectaban en salas por primera vez, y a lo largo de este período su cine ha afrontado (y superado) importantes desniveles. Aun así, es Woody Allen… y eso es suficiente para que nos sentemos durante hora y media a visualizar con entusiasmo su última película. Joaquin Phoenix conduce con estilo a lo largo de una carretera durante un día soleado; así comienza el film, así nos adentramos a aquel universo y así empezamos a suponer que Hombre Irracional (Irrational Man, 2015) es lo que promete. Una película bien realizada que quedará en las sombras de una imponente filmografía.

En un principio todo gira alrededor de un gran cliché: la relación amorosa entre Abe Lucas (Phoenix), destacado profesor de filosofía, y Jill Pollard (Emma Stone), brillante estudiante universitaria; el hombre sabio, culto y especulativo, cansado de la vida misma, que despoja de cierta incredulidad a su alumna tras fortalecer un vínculo regido por el intelecto en primera instancia, reservando lo carnal en un segundo plano. Sí, esto supone ser Hombre Irracional, una comedia romántica más, adornada con espléndidas locaciones, una banda sonora impecable y una ilustre labor desde el departamento de arte. La historia comienza a agotarse rápidamente, no porque ya hayamos presenciado numerosas películas incitadas por un acontecimiento semejante, sino porque el director así lo desea; el film se reinventa y busca refugiarse en la premisa del crimen perfecto, otro disparador con el que Woody Allen ya ha trabajado previamente.

Al igual que en Match Point (2005), el azar es una de las fichas fundamentales con las que el realizador se vale para condimentar el homicidio: Lucas propone que tanto el universo como la vida de cada uno de nosotros tomará un rumbo dominado por el azar, donde nos disponemos a confrontar hechos de mayor o menor importancia que nos afectan en determinada proporción, de manera irreversible. La “víctima”, un desconocido para el protagonista, no cuenta con nexo alguno que lo una al personaje encarnado por Phoenix, quien justifica su muerte convenciéndose de que su ausencia haría del mundo un lugar mejor, a causa del abuso de poder que aquel hombre ejerce diariamente. Matar le devuelve el sentido a su vida y le consigue un nuevo lugar en la sociedad, lugar que bajo sus ojos se encuentra más cercano al de un héroe que al de un criminal. Sin embargo, como se hace mención en el film, quien mata una vez, vuelve a hacerlo… Lucas emprende una nueva vida y junto a él, la película se re-direcciona hacia un punto de mayor interés.

Lamentablemente, todo desemboca en un final predecible e insípido. La promesa de la causalidad regida por el azar se esfuma y entra en juego una cuestión moral poco interesante donde lo políticamente correcto es el factor dominante de los hechos. La sublime manipulación  del espectador presente en Match Point, aquella posición ambigua y perturbadora de la culpa, y el valor que posee la suerte en la trayectoria de nuestras vidas, están en un campo muy lejano al que nos encontramos en este momento. No hay guiño, no hay vuelta de tuerca, todo sucede como debería suceder. A fin de cuentas se sale del cine satisfecho porque a pesar del decepcionante final, la película lo hizo pasar a uno un buen rato: el film no es pretencioso, conoce su target y no apunta a generar debates (ni internos, ni entre pares). La obra entretiene, pero tiene en claro que “Hombre Irracional” no serán las palabras que se recordarán al pronunciar el nombre de su director.

calificacion_3

Por Julián Córdoba

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