El 3 de diciembre de 1552 murió Francisco de Jaso y Azpilicueta, más conocido como Francisco Javier y también como Francisco Xavier (se ve que la x estaba de moda hace mucho), Francisco de Javier o Francés de Jaso. Y murió en China. Godard nació el 3 de diciembre de 1930, incluso antes de que Adolf Hitler sumara más de 10 millones de votos en las elecciones presidenciales alemanas de 1932. Así las cosas, en el día de San Francisco Javier, otra vez, otro 3 de diciembre, Jean-Luc Godard cumple años, esta vez 90, con esa redondez que recién podría ser superada dentro de diez años. Para ese momento quizás haya godardianos que intenten destronar a San Francisco Javier y le propongan al Papa -o a la figura de autoridad que se les ocurra- que el 3 de diciembre pase a ser San Godard. De hecho, algunos siguen considerando ingenioso referirse a Godard como God-art.
Godard siempre supo. Tal vez siempre haya sabido demasiado. Si se siguiera usando el término, los anti-Godard podrían llamarlo sabihondo. Para los godardianos más fieles, su sabiduría es tanta e infaliblemente tan acertada que -cada vez con mayor frecuencia- suelen manifestar -con temblores de cabeza- que todos somos indignos de la presencia de Godard, tal vez incluso también el propio Godard sea indigno de estar cerca de Godard. Porque Godard, señoras y señores, ya superó a Jean-Luc Godard.
Como la mayor parte de las feligresías a lo largo de la historia, a los practicantes más fogosos de la liturgia godardiana a veces los asaltan irrefrenables deseos de quemar herejes. Y hereje puede llegar a ser cualquiera que ose desafiar mínimamente la fe en Godard, o incluso decir que alguna de sus últimas películas no es tan pero tan brillante, o que algunas de las ideas que presenta como flamantes ya estaban -no tan distintas, parafraseando a Sumo- en otra de sus creaciones. En su divinidad, en su resplandor, Godard tal vez esté obligando de formas mágicas, o milagrosas, u omnipotentes, a que haya muchos autodenominados godardianos que elogien sus películas ya sin necesidad de verlas. Hace poco más de dos años pasó eso, y por partida doble: no había necesidad de ver la nueva película para reverenciarla, y no había necesidad -menos que menos- de ver la propia película -corto- de Godard citado profusamente por el propio -divino- creador. Sobre eso escribí aquí.
El godardismo más extremo y recalcitrante se mira al espejo con el antigodardismo más extremo y recalcitrante y ambos notan que su mano izquierda parece ser la derecha en la imagen. Pero ninguno está seguro de cuál es la realidad y cuál la imagen. El antigodardismo detesta por completo al señor y a su obra, creada en seis décadas y no en seis días. Los fanáticos, de un lado y del otro, representan formas acríticas, esas tan de moda hoy, un hoy cargado de vociferaciones necias provenientes de bandos, de bandas, de hordas. Y Godard fue y es todo menos acrítico. Fue crítico y uno de los mejores, uno que supo meter al cine y al mundo en la crítica y a la crítica y al mundo en el cine, y al cine y a la crítica en el mundo. ¿Y el mundo? ¿Cambió el mundo? En términos porcentuales hoy hay menos pobreza y menos hambre que cuando Godard empezó a filmar, y la esperanza de vida es mayor. Sin embargo, la felicidad parece cada vez más esquiva, y el cine y la crítica pasan por crisis cada vez más horribles.Y extrañamos cada vez más la energía cultural que había en los sesenta, los años del mejor Godard, el de El desprecio, el de Bande à part y Masculino-femenino y Una mujer es una mujer. Hoy se habla poco de hombres, mujeres y de humanos y mucho más de hashtags y etiquetas. Un poco de razón tiene Godard en estar quejándose todo el tiempo. Que los cumpla feliz, o como se le cante: corriendo por el Louvre sería una gran opción.
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