A nuestras mejores pesadillas.
¿Qué pasa con La Cabaña del Terror? Tiene fecha de estreno prevista para diciembre, ya puede conseguirse online y hubo algunas funciones privadas. Muchos la vieron, la están comentando por todos lados y ya tiene sus detractores (que le otorgan un mísero “es divertida” en el mejor de los casos) y sus fervorosos defensores que la consideran una de las mejores películas del año. Entre los segundos me encuentro yo. Pero lo más importante es que ALGO pasa con esta película. Cuando la vi supe inmediatamente que tenía que escribir sobre ella. Estas son mis impresiones. Lo primero que rescato es que a pesar del paso de los días el entusiasmo inicial no sólo no ha decrecido sino que ha ido en aumento, volviendo a verla unas veces más para captar detalles que a primeras no, y escarbar en las muchas capas de lecturas que ofrece. Para definirla de una forma clara aunque no del todo completa, es una metapelícula. No sólo porque exista el concepto de película dentro de película (muchas “pantallas” aparecen, generando una sensación de puesta en vacío que la vuelve más compleja de lo que parece) sino porque además es una película autoconsciente, algo bastante inusual en las teen horror movies, que dialoga con el género y reflexiona sobre sus construcciones.
Tiene claras referencias y homenajes a películas como Diabólico (The Evil Dead (principalmente), Hellraiser, It, El Cubo (Cube), El Resplandor (The Shining), toda la saga de zombies de George A. Romero, entre otras, pero no es exclusivamente cinéfila desde un punto de vista estético. Tampoco es una parodia aunque haya gags cómicos (algunos imperdibles como el de la conversación telefónica con el viejo de la gasolinera) y guiños en los diálogos sobre la competencia en el mercado, sobre el cine clásico del género, los viejos monstruos, etc. No es una película de terror adolescente típica de cinco amigos que van a pasar un fin de semana a una cabaña, con chicas y chicos hormonalmente alterados, aunque sus personajes respondan perfectamente a estos estereotipos. No es todo lo que es, porque todo eso que termina siendo es el resultado de un proceso de construcción del que también formamos parte; La Cabaña del Terror nos pone de un lado y del otro del espejo, para que reflexionemos sobre nuestro rol como espectadores. Si pusiéramos en una licuadora El Show de Truman y The Evil Dead de Sam Raimi (o al propio Sam Raimi para ser más justos) podría surgir algo bastante parecido. Tal como en la primera, acá hay una ficción que se construye alrededor de personajes y situaciones reales (que son a su vez ficcionales), pero la clara diferencia -además de que los géneros y el tema que abordan son muy dispares- está en que no hay un público identificado en pantalla (en Truman vemos a los televidentes), ese público somos nosotros. Amar u odiar esta película debería decir mucho de la forma en la que vemos cine.
Los personajes son situados en un escenario clásico: una cabaña en medio de un bosque. De hecho es una cabaña prácticamente idéntica a la de The Evil Dead, con puerta de sótano que salta y todo. Los protagonistas responden a los estereotipos del cine de terror adolescente: una rubia fácil, una colorada que es más bonita pero que es tímida y menos experimentada, un rubio atlético, un morenazo intelectual aunque con aires de chico popular, no en plan nerd, y uncomic relief marihuanero. Hacer lista de la serie de películas de terror que se han valido de esta fórmula sería un trabajo de horas (hasta en Scooby Doo podemos encontrarla), sin embargo lo que siempre ha variado, en mayor o menor medida, es el contexto y ahí es donde entra en juego nuestro morbo ¿de qué forma preferimos ver morir a estos chicos? ¿Nos divierte más que se los coman vivos, que los torturen, que los posean espíritus? ¿Qué tipo de terror consumimos? Pero para trazar otra diferencia con Truman, en este caso ellos tampoco son lo que terminan siendo, sino que influenciados de diferentes formas van convirtiéndose en estosclichés de la industria. ¿Cómo lo sabemos? No de entrada, porque los cambios ya están ocurriendo cuando se nos presentan, por ejemplo a Jules (Anna Hutchinson) ya la conocemos rubia pero a los segundos nos enteramos de que es resultado de una tintura. Una vez más hay un tiempo pasado que vamos a construir con el correr de la película y los diálogos, y el personaje clave para esto es el de Marty (Fran Kranz), el fumón que se presenta como personaje gracioso destinado al fracaso, pero que justamente gracias a “las sustancias que consume” impide que dominen su cerebro y puede darse cuenta de que algo raro está pasando. Hay un claro manifiesto a favor del consumo de marihuana, algo que encuentro de forma frecuente en los nuevos directores (si vamos a la comedia, Judd Apatow es un gran ejemplo, o sino recordemos la charla que tiene el personaje de Seth Rogen con su padre al respecto en Ligeramente Embarazada) y que en el terror más “retro” podemos encontrar en directores como John Carpenter, donde en varias de sus películas fumarse un porro no significa ser un completo inútil colgado de una palmera. En La Cabaña… es más explícito, uniéndola a la idea de libertad de pensamiento.
El sentido del humor es primordial en esta película. Los titiriteros Sitterson y Hadley (Richard Jenkins y Bradley Whitford), una dupla cómica fantástica, son los alter egos del director y guionista, según los propios Goddard y Whedon, y en este sentido me resulta imposible no percibir un aire de infancia. Abundan los detalles donde está implícito que la cinefilia del terror se gesta en edades tempranas y que cada generación suele añorar el terror que vivió, como cuando Hadley se queja puchereando que nunca verá un “merman” (un tritón) o cuando rememora los viejos tiempos donde a las chicas simplemente se las tiraba en un volcán y su compañero le reprocha “¿cuántos años te creés que tengo?”,entre otros. Todas las épocas, todos los subgéneros (calificaciones de las que se burla, es cuestión de leer en detalle la pizarra), todos atravesados por una idea en común: las víctimas tienen que ser jóvenes. Pero la mirada por parte de estos personajes es una mirada más adulta, hay un cierto ejercicio de la moral sobre el cine de terror, que viene con los años. Hadley reflexiona sobre el dolor “real” de Dana (Kristen Connolly) mientras es atacada ferozmente por Buckner, uno de los zombies que se cargaron a todos sus amigos. Esta escena me hizo pensar en el surgimiento del torture pornen los últimos años, donde a cuanto más real el dolor, mayor será el revuelo que genere y los adeptos que gane. La Cabaña…está muy lejos de ser una torture porn y remite muchísimo al terror de los ’80 y ’90 especialmente mainstream, aquel en el que el director y guionista se divierten con aquellos monstruos que dieron origen a sus (nuestras) mejores pesadillas.
Por Nuria Silva