A Sala Llena

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La Cordillera

La Cordillera

La Cordillera es el trabajo de un genio.

Como directora argentina, es muy difícil estar frente al trabajo de alguien de mi generación que claramente es un distinto. Lo digo con honestidad brutal. La mente se me revuelve envidiosa. Y si bien me he encontrado películas de congéneres que me han perforado el marote, es la primera vez que me siento frente al trabajo de un director cuya obra testifica de manera inequívoca su genialidad.

La película es un paso elegantísimo. Una construcción minuciosa de detalles virtuosos, de misterio perturbador. De medidas de información exactas, rigurosas, exquisitas. Un mapa solapado hacia la verdad de un hombre, que va desnudándose frente a nosotros con tanta lentitud, con tanta gloriosa distracción, que para cuando la tenemos del todo enfrente, las luces ya se han encendido y debemos rumbear al estacionamiento.

Los climas son perfectos.

No hay detalle dentro de la narrativa que no ocupe un lugar fundamental en el mosaico final. Como por ejemplo el hecho delicioso de que, a la hora de encontrarse con el diablo y negociar con él, nuestro protagonista elija de entre varias opciones (entre ellas, alemana y americana) una cerveza chilena. Cada pedacito de información es un azulejo crucial.

Las actuaciones, todas, son maravillosas. La dirección de actores no puede más. Gerardo, medio acostumbrado a correr salvaje por la gestual y la verba, siempre motorizado por esa pasión que lo desborda, está medido, ajustado, cinemático. Erica Rivas toca y convierte en oro todo cuanto le ponen enfrente, aun siendo el personaje que está detrás, un poco en el gris. Pero Ricardo y Dolores son dos trenes de frente, dos tours de force. Ella crece como un gigante, como un fantasma, como Hécate dentro de la diégesis. Y mientras miraba a Darín pensaba: “La diosa Película está con él”.

El tipo es fuerte con La Fuerza. Ni un gesto de más. La economía física puesta al servicio de los ojos, del pensamiento que vive para la cámara. Para una cámara que lo ama devotamente. La síntesis gloriosa. Tenemos a uno de los mejores actores de cine de la época, todo para nosotros, para nuestra glotonería. Y para que los que hacemos cine soñemos, a cada cuadro que habita, filmar con él.

Me vino a la mente ese cuento de Messi, que es un perro y qué sé yo…

Si me preguntan, y de hincha pelotas nomás, hubiera hecho un plano más al final, solo uno. Pero esa soy yo, la película de Santiago Mitre vive sola y será eterna. Es tan buena, que odiar al director casi, casi, que no es pecado.

¡Qué ganas de hacer cine, carajo!

© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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