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DOSSIER

La estética del teléfono roto

LA ESTÉTICA DEL TELÉFONO ROTO

El gran calavera, una comedia teatral conservadora y moralista, con final aleccionador de Adolfo Torrado, se estrena con éxito en Barcelona el año 1944. Más tarde a Don Luis Buñuel se le presenta la oportunidad de hacer una versión adaptada por su compatriota Luis Alcoriza y su esposa austriaca (después trabajaron juntos en Los olvidados , Él , El ángel exterminador, El bruto y otras). El film era producido por el buen actor y famoso en esa época Fernando Soler.

En esta película, que para muchos es una obra menor de encargo, Don Luis perfiló muchas de sus artimañas cinematográficas y pequeños recursos lúdicos, que marcarían su estilo en el resto de sus siguientes películas, a saber: no dejar su espíritu juguetón en el rodaje, y por eso le dio el papel mas antipático al propio Alcoriza;  que cada una de las afirmaciones conservadoras y de moral que tenía el guion se pongan en duda o son llevadas al territorio de la ironía; cuestionar la moral constantemente en el entendido de que hacerlo es acto artístico, subvertir el orden de las cosas porque no están bien; contraponer siempre con malicia cualquier intento de cursilería como las declaraciones de amor; aprovechar el uso repetitivo de algo para darle un nuevo significado (dialogía); militar en la libertad y no caer en ningún tipo de tiranías, ni la del cuerpo, ni la de belleza y menos en la mental; aprovechar cualquier pretexto para cargar las tintas contra la iglesia católica y toda su parafernalia; usar los pies y zapatos mas allá del fetiche; llevar hasta las últimas consecuencias la situación a las que se enfrentan sus personajes; mostrar el lado absurdo y cruel de cada uno de sus personajes; y también empezar a dar forma a su manera de filmar (Buñuel confesó que en esa época leía libros de puesta en escena).

Filmada en menos de cuatro semanas, la obra de Don Luis se convirtió en un éxito de taquilla en México, éxito que le permitió encarar con mas holgura su siguiente trabajo: Los olvidados. Después la película se pasó innumerables veces, durante décadas,  durante las noches en las televisiones públicas de toda América Latina, y estuvo en algunos ciclos del maestro como relleno en las salas de arte.

Con eso ya el film tenía todo para ser considerado un clásico.

Pero la historia no concluye así.

Muchos años después, en México encontraron una veta de hacer comedias románticas medio sexylonas con actores lindos y bajo la premisa de la canción “Casita de pobre”, donde solo reina la sinceridad y la felicidad. Así que se hicieron adaptaciones llamadas paradójicamente libres de El gran calavera de Don Luis, como Overboard, con un tal Eugenio Derbes; Nosotros los Nobles, la película más destacable de todas ellas, recaudó mucho dinero en taquilla, ese éxito hizo que después se filmara una versión argentino colombiana, Malcriados; está en camino una versión italiana; y, finalmente, con grandes pompas, se estrenó este año en Netflix Ricos y malcriados (Pourris gâtés), una producción francesa, de esas que le llaman de buenos sentimientos, de domingo de matiné familiar.  Pero lo que creo que sucedió es que de tanto ir y venir, como los mensajes del teléfono roto, el espíritu de la obra de Don Luis se perdió o se traicionó por entero, y se ahogo entre tanto pudor y corrección política: no se ofende ni a ricos, ni a burgueses, ni a curas, ni a pobres de buen corazón, ni a migrantes, ni a nadie. Es decir, si algo se ofende es la inteligencia del espectador. El padre ya no hace ningún escándalo de borracho, no pierde el control, no disfruta con crueldad su engaño, no le mira los bigotes a su consuegra, no tiene un solo segundo para su egoísmo, tanto que ya no sabemos si es una persona buena o pusilánime. Los hijos, mas tontos y lindos, solo son capaces de entender el buen mensaje y la moraleja del autor.

Algunas reseñas críticas hablan de la eficacia del relato, como si se tratase de un electrodoméstico, porque sin duda es entretenida, pero a mí me entra la duda de saber en que momento el cine se convirtió solo en una manera de matar el tiempo.

 

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