Aquella verde colina
Una vez que se apagan las luces, el silencio es abrumador; a veces interrumpidos por una tos rebelde o por un papel que cruje nervioso, peleando con una mano por la posesión de un distraído copo de maíz, la oscuridad y el vacío se adueñan de la sala y de cientos de ojos atrapados por una sábana blanca que aún está oscura. Ya sea tímido o atrevido, el sonido comienza a cantar una melodía que anuncia el inicio de la aventura; el eco de un proyector que rueda lentamente, dando pie al juego de eslabones que mágicamente, proyectados sobre esa sábana otrora blanca, crearán un mundo prodigioso ante la mirada hipnotizada de los espectadores.
En la Tierra de las Esperanzas, en el país en donde todo inmigrante es bienvenido, en el paraíso para cualquier luchador esperanzado en alcanzar la gloria de sus más preciados sueños, escapando de sus más dolorosas pesadillas; allí, en esa Tierra tan joven pero a la vez tan poderosa, en donde hombres de todos colores y culturas respiran el mismo aire de éxito; allí crece esplendorosa, una verde colina que custodia sus alrededores; allí se alza al horizonte una esbelta montaña, y no cualquier montaña. En las tierras en donde el sol siempre brilla y las nubes sólo aparecen para darle aún más vida al cielo azul marino, ese monte lleva con orgullo su nombre para que todos lo vean y se maravillen ante su poder. Ese conjunto de letras que crean una palabra tan dotada de hermosura como de soberbia, es blanco como los dientes perfectos de cada uno de los habitantes del valle. Esa palabra de apenas nueve letras emana un aire de triunfo desde lo alto… esa palabra… Hollywood… ya en su traducción literaria “desprende magia”: “El Bosque Sagrado” (Holy Wood), fábrica de esas historias de mundos prodigiosos.
A partir de la segunda década del siglo veinte, lo que solía ser un tranquilo valle se transformó en la industria de cine más grande del mundo occidental. En la actualidad pocas son las películas que se ruedan en sus estudios; sin embargo, la palabra Hollywood es sinónimo de cine, de poder.
Miles de estrellas dejaron sus huellas impregnadas no sólo en el Camino de la Fama sino también en los recuerdos inmortales gracias a sus memorables interpretaciones y creaciones. Marlon Brando, James Dean, Marylin Monroe, Orson Wells, Francis Ford Coppolla, Clint Eastwood, Al Pacino, Meryl Streep, Charles Chaplin… figuras de ayer y hoy, leyendas, héroes, contadores de cuentos… y esas miles de estrellas dejaron otros miles de personajes, que tomaron vida propia y se convirtieron en héroes o antihéroes del séptimo arte. ¿Cómo olvidar al querible loco Randle McMurphy, interpretado por un brillante Jack Nicholson en Atrapado sin Salida? ¿O al eterno Indiana Jones, personaje capaz de sobrevivir a un actor mediocre como Harrison Ford? ¿O a las geniales duplas creadas por los fantásticos Jack Lemon y Walter Matheu? ¿Los terribles malos como Terminator, Hannibal Lecter o Norman Bates? ¿Los eternos buenos como Patch Adams, Rocky Balboa o Gandhi, en una irrepetible labor de Ben Kingsley?
Y así fue como el cine se transformó en un preciso y preciado vehículo en donde ideas, ideales e idealismos se transportaban de aquí para allá, en las letras de una historia o en las bocas de unos actores que jugaban con mensajes de gran peso y valor. Más allá de las tiernas historias de amor, de las sangrientas películas de terror o de las superficiales comedias, los habitantes de Hollywood encontraron también en esos simples rollos fílmicos un “arma en potencia”, capaz de transmitir en forma indirecta, un mensaje específico, más allá de aquél de la historia en sí. Así como el periodismo se alzó con el título del cuarto poder, el arte cinematográfico sirvió como vocero para varios labios ansiosos por comunicarse. Y, justificados por una simple historia, muchos encontraron en las películas el medio ideal para lograrlo.