TRADICIONES QUE MATAN
Si uno tomara el último plano, sólo el último plano de La garra de hierro, probablemente pensaría que se encuentra ante una grasada descomunal. Allí encontramos a Kevin, el personaje interpretado extraordinariamente bien por Zac Efron, jugando con sus hijos mientras se acerca su esposa acompañada de un perro. Todos ellos frente a su casa en un patio frente al lago. Afortunadamente, La garra de hierro no se reduce a ese plano. Es más, eso que señalo ni siquiera molesta dentro del film, sino que parece perfectamente orgánico en su construcción.
Hay una frase de Miles Davis que siempre me gustó mucho y que dice que no existe tal cosa como una nota mala, sino que todo depende de la nota que le sigue a esta. Muchas veces en cine pasa eso, no existen planos bonitos o feos, todo va a depender de los planos que haya antes o después. En el caso del último plano de La garra de hierro, aquel que le da el sentido, que lo balancea de algún modo, es el primero. Allí, en contraposición con un plano general luminoso, marcado por la felicidad, el clima diurno y el color, vemos un contrapicado en blanco y negro del padre de la familia golpeando a una persona en un ring. Si bien su rostro es intimidante, también parece reflejar frustración y angustia, aún cuando se nota a las claras que está ganando la pelea. Ese plano cerrado muestra la agresividad de alguien que va a presionar con mano de hierro al resto de sus hijos con su obstinación.
Lo que sigue después de esa presentación es el relato sobre la historia de la familia Von Erich, compuesta de un padre y cinco hijos de los cuales cuatro terminarían fallecidos. Si bien esta tragedia hizo que se hablara de la maldición de los Von Erich, la película insinúa que no fue ningún destino cruel e inevitable lo que generó el desastre, sino las consecuencias directas de un crianza irresponsable.
Cuando se toma ese material las probabilidades del desastre son varias. Está la tentación por el golpe bajo y el melodrama más barato, por los discursos altisonantes y el trazo grueso. Por eso es que la primera virtud de La garra de hierro es que se desvía de todos estos defectos con elegancia.
Su estrategia para no caer en el golpe bajo es en principio narrar las tragedias rápidamente, usando elipsis bruscas y el fuera de campo. Así es como las tres muertes de los hermanos (incluso sus accidentes), nunca se muestran y el tono con el que se manejan las noticias de sus decesos es extremadamente sobrio. Algo que tiene que ver no sólo con el rechazo al golpe bajo y el morbo (que siempre tiene más que ver con la manera en la que se filma una tragedia que la tragedia en sí), sino también con una forma del film de expresar la como los Von Erich se ven obligados a reprimir sus sentimientos por una mirada anticuada y tóxica de la masculinidad. Para ser más claros: acá las tragedias tienen que pasar de la forma más veloz posible porque hay una familia que se ve obligada a rechazar el luto para seguir adelante como sea.
Por el otro lado está la forma hábil en la que la película rehuye de la caricatura ridícula. Jack, el padre de familia, puede ser un tirano, pero su tiranía nunca es mostrada de forma explícita sino sobria y hasta casual. Muchos de sus discursos manipuladores no se dan por ejemplo en contextos excepcionales, sino en medio de almuerzos familiares, o charlas casuales, dando a entender que esa tiranía se transmite en la más absoluta de la cotidianeidad.
Sólo en un caso un discurso manipulador del padre se da en un contexto excepcional, se trata de una escena en la cual los tres hermanos son victoriosos pero sólo uno de ellos tendrá la oportunidad de ir a Japón a pelear contra el campeón. Allí el padre claramente muestra una preferencia por el mayor triunfador dejando a sus otros hijos en un segundo plano.
En ningún momento vemos un primer plano del rostro del padre que nos remarque su carácter tirano, en vez de eso, la película opta por un plano cenital que expresa la presión secreta que estos hijos están sufriendo por parte de su progenitor, quien les habla en un tono calmado.
Esa naturalidad con la que el padre manipula es también lo que hace que uno se pregunte hasta que punto es consciente de sus actos.
Ahora bien, este no es el único aspecto ambiguo del film. Uno de los más interesantes en este sentido es el de las peleas. Por un lado las mismas parecen actuadas -de hecho se muestra una vez como arreglan las peleas con anterioridad- pero al mismo tiempo el daño físico parece -y de hecho es-, muy real. La cámara aprovecha esta sensación de ambigüedad filmando los cuerpos durante las peleas o bien en amplios generales o bien en planos muy cercanos de los cuerpos siendo dañados.
De todos modos, quizás la mayor ambigüedad de la película esté en la forma en la que concibe la idea de familia y hasta la idea de religión.
Hay una lectura por empezar brutal en La garra de hierro en la concepción de una familia tradicional americana sostenida en dos pilares: el de la religión como idea de protección y el de alcanzar la grandeza mediante el esfuerzo. Ambas cosas son vistas por la película como elementos potencialmente destructivos y capaces de desatar infiernos.
El triunfalismo excesivo termina dando como resultado una presión tan grande que no sólo termina desgastando el cuerpo y el espíritu de los hermanos, sino que además termina arruinando el próximo éxito una vez que se alcanza. Desde este lugar, algunas de las escenas más desoladoras de La garra de hierro se dan cuando los hermanos ganan torneos pero vemos que están demasiado extenuados por el esfuerzo y preocupados por lo que puede venir para que esto les traiga la más mínima satisfacción (algo similar a lo que pasa a lo que pasa en el mencionado primer plano del film, con un padre que no parece pasarla bien ni cuando gana).
En cuanto a la religión, el film muestra sutilmente como esta puede ser una forma de generar pasividad ahí donde se necesita rebelión. Después de todo, parte la tragedia de estos personajes reside en que o bien aceptan sumisamente los hechos terribles como una prueba divina, o bien creen que la protección de Dios va a hacer que no caigan en desgracias inevitables.
Con estos pilares fatales la película pudo haber construido una tragedia sobria y silenciosa. Sin embargo, La garra de hierro sabe que ese es un camino fácil y hacia el final decide incurrir en una esperanza posible.
Este momento ocurre en una escena que mal ejecutada pudo haber sido una catástrofe. Cuando el último hermano de los Von Erich muere, el único de los hermanos vivos decide rebelarse por única vez ante su padre y luego traer el cadáver de su hermano a una mesa y llorar.
Lo que viene después de eso es una suerte de ascenso al paraíso por parte del hermano. Uno que no es ridículo por ser muy sencillo en su ejecución y paradójicamente muy terrenal.
Que todo este paraíso en clave menor sea producto de la imaginación de Kevin no hace menos significativo el instante, y en algún punto no deja de ser una forma más positiva de pensar la religión y lo ritual como una forma válida de consuelo.
Siguiendo en la misma línea de resignificar para bien ciertos valores tradicionales, el ya mencionado último plano de la película no deja de ser una afirmación de valores conservadores que apuesta a que en ciertos momentos, la contención familiar puede ser una forma perfectamente válida y loable de felicidad.
No es fácil darse cuenta que a veces la negación a la fatalidad puede ser el camino más sofisticado y es este tipo de decisiones la que constituye a La garra de hierro no como una obra maestra sino como una película inteligente. A veces, este tipo de cine modesto pero insospechadamente profundo es menos frecuente que aquel que nos deslumbra.
(Reino Unido, Estados Unidos, 2023)
Guion, dirección: Sean Durkin. Elenco: Zac Efron, Jeremy Allen White, Harris Dickinson, Maura Tierney, Grady Wilson, Terry J. Nelson. Producción: Sean Durkin, Juliette Howell, Angus Lamont, Tessa Ross, Derrin Schlesinger. Duración: 132 minutos.