(Italia/ Francia, 2013)
Dirección: Paolo Sorrentino. Guión: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello. Elenco: Serena Grandi, Sabrina Ferilli, Toni Servillo, Carlo Verdone, Isabella Ferrari. Producción: Francesca Cima y Nicola Giuliano. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 142 minutos.
Confortablemente adormecido.
Con altos y bajos pero armoniosa al fin, y con excelentes recursos cinematográficos que la enriquecen minuto a minuto, La Grande Bellezza, del director italiano Paolo Sorrentino, es una obra maestra que sin duda merece ser recordada como tal dentro del cine europeo.
Un hombre. Jep Gambardella (Toni Servillo), un novelista que desde hace tiempo no escribe aunque -en apariencia- atraviesa una etapa de satisfacciones variadas y excesos en su vida. Este es el mismo hombre que a lo largo de la película descubre que no está siendo del todo feliz y que está rodeado de la mismísima nada.
Con una impecable y cautivadora fotografía de la mano de Luca Bigazzi, La Grande Bellezza comienza vertiginosa, un poco confusa y bulliciosa para luego dar lugar a la hermosa y triste historia de base. Sorrentino ya nos venía acostumbrando a tremendas tramas existencialistas y un claro ejemplo de ello es la maravillosa Este es mi Lugar.
La superficialidad en la vida y en la profesión, el miedo a la muerte a la edad de 65 años, la consecuente lucha contra la vejez y el drama del desamor son los elementos que marcan la vida de este -ahora- periodista. La mayor parte de estos momentos son acompañados con música, por lo que la banda sonora es extensa y variada.
En ocasiones el film nos recuerda a las cintas del neoyorquino Woody Allen por sus tomas panorámicas y generales, bien turísticas, de la ciudad de Roma y sus principales atracciones, con tintes de videoclip al inicio.
En resumen, el film de Sorrentino propone un gran drama sobre la existencia humana y sus contratiempos con toques de humor y actuaciones notables, al principio con historias que parecen inconexas para luego deleitarnos con un final no sólo correcto sino estupendo. Una “gran belleza” del cine italiano.
Por Ximena Brennan
Sinfonía de las estéticas afligidas.
La belleza es una forma de decadencia ya que nada es eterno y todo tiende hacia el estancamiento o el declive en un ocaso perenne. El arte como representación suprema de la belleza es una contradicción en tanto que toda la materia es constante transformación y el paso del tiempo, de las modas y de las teorías estéticas erosionan los conceptos y las categorías con los cuales apreciamos la perfección y definimos lo bello.
La Grande Bellezza (2013) es un film escrito y dirigido por Paolo Sorrentino sobre el arte como belleza, sus formas de producción, la vida, el ocaso y las miserias y alegrías de los artistas desde el punto de vista estético del decadentismo.
Mientras las canciones afligidas imponen el tono nostálgico de la narración, Jep Gambardella (Toni Servillo) intenta vivir una fiesta inolvidable noche tras noche bajo el cielo de la capital italiana. Las celebraciones son una forma de evasión del crepúsculo y el fracaso de su vida, de su ciudad y de todos los que lo rodean. Tras ganar un premio literario por su primera y única novela, El Aparato Humano, durante su juventud, Jep ha cultivado el ingenio como mecanismo de defensa para relacionarse con el mundo artístico de Roma. Su estancamiento como periodista de una prestigiosa revista literaria, su ajetreada vida social, su desencanto para con el ser humano y la vida misma y su falta de propósito lo empujan hacia una parálisis artística que le ha impedido prosperar como escritor. Su vida en Roma se ha convertido en una metáfora de la realidad de la ciudad, rodeada de una belleza en decadencia representada por las ruinas del imperio romano y los restos olvidados del valioso arte del Renacimiento. Jep y su entorno no son parte de una usina artística sino más bien la fachada del talento, al igual que la ciudad y sus valiosas creaciones. Los artistas que el film retrata se presentan como parte de un escenario para los turistas que se pierde en la oscuridad de la historia.
Una parte importante de la historia del arte moderno le debe mucho a la memoria del Imperio Romano (y en gran parte a lo que este retomó de la Grecia antigua) y a los reinos del Renacimiento que confluyeron en lo que hoy es la República de Italia. Estas formas de arte y de concepción fisiológica idealizada de la belleza basadas en la exhibición del cuerpo desnudo y en su relación con la ciudad aparecen en La Grande Bellezza como cuerpos envejecidos y cansados, como las expresiones artísticas conceptuales actuales, que recurren a performances vacuas y frívolas basadas en el entramado teórico de una exaltación concupiscente del hedonismo sostenido por una clase ociosa.
Roma y sus ciudadanos se exhiben agotados, sin la energía vital para continuar con el viaje del arte, una forma de producción social basada en la habilidad para encontrar formas, estilos y soportes de expresión capaces de representar, crear (o romper) nuevas convenciones para interpretar y comprender el mundo. El viaje al ocaso de la magnificencia de Roma y sus artistas es una forma de belleza afligida que impregna los cuerpos exhibiéndolos en toda su decadencia, poniendo en tensión la metáfora del aparato humano y su melancolía sobre un pasado añorado que siempre le es esquivo. Roma es siempre un viaje hacía el pasado, hacía un espejismo sobre la grandeza. El resto no son más que decepciones…
Por Martín Chiavarino
Durante poco más de dos horas y media, Jep Gambardella, protagonista de La Grande Bellezza, nos guía con nostalgia y dolor, por una sociedad que conoce bien y de la cual no puede (¿no quiere?) despegarse.
La cámara, sinuosa, inquieta, atraviesa impune espacios reservados a la alta sociedad romana. Jep (Tony Servillo), testigo y víctima a la par, sesenta y algo, escritor de un solo libro que le dio cierto renombre en el pasado, es incapaz de escribir otro. Cínico, se dedica a mirar a sus congéneres como si se mirase en un espejo. Habitué de fiestas inacabables y encuentros colmados de vacío, desenmascara y pone en evidencia sin reservas a sus propios compañeros. La nostalgia lo invade en un presente insoportable en la Italia del “Caimán” Berlusconi.
Fellini se cuela por los poros de La Grande Bellezza. La Dolce Vita, aquel fresco inolvidable de la década del ´60, convocaba los mismos fantasmas. Una sociedad sin rumbo, desencantada y sin horizontes. Marcello Mastroianni era un joven periodista venido de la “Italia Profunda” que se inmiscuía en los círculos más altos de la burguesía romana, dejándose arrastrar finalmente por el sinsentido.
En el film de Sorrentino hay figuras que evocan un mundo espiritual, algunas equívocas (un cura parece remitir a Luis Buñuel, impartiendo en vez de palabras de confort recetas de cocina a quién se cruce en su camino, y una Santa afirma que solo se alimenta de raíces porque hay que volver a ellas).
En La Grande Bellezza la imagen lo es todo. La gente se oculta o se muestra solo a través de ellas. Una mujer que se acuesta con Jep le ofrece mostrarle esa misma noche fotos que subió semidesnuda en Facebook, hecho ante el cual nuestro protagonista huye despavorido. En otro momento Jep visita una muestra fotográfica con imágenes que un hombre tomó de sí mismo, todos los días, desde su infancia. Ya no hay “paparazzos” como en La Dolce Vita, ahora son los mismos protagonistas los que se autorretratan en imágenes digitales.
Una banda de sonido que mezcla furiosos temas electrónicos con obras corales, una impecable dirección de arte con notable fotografía y actuaciones remarcables, hacen de La Grande Bellezza una obra valiosa, a la que igualmente le sobran unos minutos. Sorrentino nos dice que la decadencia también puede tener su costado bello en una película que despierta y anestesia los sentidos a la vez, como si no pudiese terminar de optar entre lo magnánimo y lo excelso.
Por Sergio Zadunaisky