Y finalmente se estreno La La Land. El jueves a las once y media de la mañana estaba ya sentada en una de las filas de atrás de la sala 6 del Village Recoleta, esperando a que comience. Ya lo títulos me parecieron fabulosos, así que me revolví en el asiento dispuesta a darme un banquetito de buen cine. Y sí, mis expectativas fueron satisfechas. Pero no en la manera que yo esperaba, sino en una forma mucho más oscura, sutil, angustiante, emocional y profundamente melancólica.
Si bien la película tiene el drive de los musicales clásicos, está preñada de un amor al cine moderno tan potente, que el apareamiento entre ambos arroja un resultado de shockeante valía artística y gran perspectiva de trascendencia. Creo que estamos frente a un director que llegará a estatus de “genio” en cuestión de dos o tres películas más.
Dentro de La La Land conviven Cantando Bajo la Lluvia, Sweet Charity, Meet me in Saint Louis, Sombrero de Copa, El Hombre del Brazo de Oro, Shall We Dance, Funny Face, El Globo Rojo; Entrevista, de Fellini, y hasta Casablanca. Porque ese final tan glorioso no puede haber abrevado en mejor fuente. Pero también están allí dentro Annie Hall, Manhattan, Todos Dicen te Quiero, Un Hombre y una Mujer, Shakespeare Apasionado, algo del cine de Saura e infaltables y jugosas auto referencias del director a su propia Whiplash. Incluyendo un chiste interno glorioso, protagonizado por J.K Simmons, hilarante, encarnando al dueño de un local al que no puede importarle menos la música.
Lo extraño de este cóctel explosivo es que, en boca, tiene primero una dulzura penetrante e intoxicaste, pero su acabado es de una amargura angustiante y una oscuridad genuinamente interpeladora.
A primera vista muchos dirían que La La Land se trata de la persecución de los sueños y su posterior concreción a base de perseverancia. Pero la realidad es que se trata del abandono de los sueños o, por lo menos, del abandono de algunos en el orden de conseguir otros. Y aunque las cosas parecen resultar para los personajes, la tristeza que sigue a la película es tan honda que el aplauso sale sobrando. La mejor forma de homenajearla sea probablemente regresar a tu casa, romper en llanto como un bebé, hacer añicos algunos artefactos y caer de rodillas pensando en que la única manera de vivir que se te hace posible, es jugarla de perseguidor hasta que se cumplan los buenos sueños.
Los personajes del film sacrifican sus sueños de amor. Yo cumplí el mío y a menudo me pregunto si haberlo hecho me acerca o me aleja al resto de mis sueños. El amor es algo tan vivificante, tan abrumador, tan realizador que a veces nos hace no necesitar nada más… hasta que volvemos a necesitar. Entonces varios pactos deben hacerse, el más importante es el del no renunciamiento a los anhelos que nos han acompañado desde siempre. Y entonces el remo no se detiene. Pero a veces se pone áspero y enfrentarse a filmes como este recrudece el análisis.
En La La Land el director les da y les quita a los personajes grandes porciones de felicidad y deja al espectador con el interrogante tan fatal como inconducente: “¿Valió la pena?”.
La respuesta es esquiva.
¡Qué película maravillosa! Ryan Gosling la rompe en cuarenta mil pedazos y Emma Stone no se queda atrás. Son tan contundentes que no necesitan de personajes secundarios. El resto del cast es meramente anecdótico. El diseño de producción es notable, la fotografía insuperable y la puesta de cámara virtuosa. Todo esto, más una banda de sonido original sinceramente, hondamente inolvidable.
De verdad les digo que no sé qué hacen adentro todavía: ¡Salgan corriendo a verla! Eso sí, después vuelvan y cuéntenme qué les pareció.
Y ni por asomo, ni que vengan degollando, dejemos jamás de perseguir nuestros sueños.
Laura Dariomerlo | @lauradariomerlo