La Leyenda de Hércules (The Legend of Hercules, Estados Unidos, 2014)
Dirección: Renny Harlin. Guión: Sean Hood, Daniel Giat. Elenco: Kellan Lutz, Gaia Weiss, Scott Adkins, Roxanne McKee, Liam Garrigan, Liam McIntyre. Producción: Boaz Davidson, Renny Harlin. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 99 minutos.
Hallmark no se murió, Hallmark no se murió…
Casi un mes atrás, se vio una nueva versión del mito japonés, 47 Ronin, película que contaminaba la historia original con ribetes poco imaginativos de fantasía y hasta incluía un protagonista inexistente, el personaje de Keanu Reeves. Hace una semana se estrenaba Yo, Frankenstein; pastiche fantástico y suerte de crossover temporal del clásico romántico de Mary Shelley. Hoy es el turno de La Leyenda de Hércules, deudora de la corriente que comenzó con 300, centrada en la recuperación de la épica pero mezclada con la fantasía y los mundos creados por computadora, no sólo en las imágenes de lugares inexistentes sino también en la representación artificial de elementos como la sangre y ralentís.
La película del finés (pero nada fino) Renny Harlin carece de imaginería visual, ya en el comienzo no hay más que una cámara que avanza y atraviesa capas de fuego, flechas, fortalezas amarulladas y soldados (todos digitales), lo que hace presumir que estaremos en presencia de algo relativamente parecido al film de Zack Snyder o al díptico Furia de Titanes. No, en absoluto. Si se extrañan estas películas es porque lo de Harlin se asemeja temerariamente a los clásicos telefilms de Hallmark (canal que ya no existe), los que representaban fielmente las historias míticas del Rey Arturo, Gulliver y hasta el propio Hércules, porque a los pocos minutos ya nada queda de la épica fantástica y la representación se convierte exclusivamente en un relato pesado, cargado de solemnidad, recitaciones de texto y secuencias de acción pobres, sin el menor vuelo estratégico en cuanto a la tensión y la aventura, cualidades obligatorias que -por apropiación del personaje y del género- debería ofrecer un producto así.
El título busca plantear un relato de iniciación, centrado en cómo Alcides se convierte en Hércules, ese hombre invencible por su fuerza pero urgido de venganza por el asesinato de su madre, que se potencia en el exilio y en la gesta de un regreso para tomar el trono. La cuestión es que Harlin más que tomar el camino del héroe, toma el camino de lo inconducente que arrastra a los personajes y a su devenir por el fango del estereotipo, salpicados por recurrencias televisivas (especialmente en las peleas de gladiadores en cámara lenta, semejantes a las de la serie Spartacus). El tufillo barato de esta “súper producción” eleva su cuota en el final, que opera como una fiesta ordinaria de redención a la que no faltan invitados como la lluvia torrencial (y digital, of course), frases como “recuperaré mi reino y te mataré maldito cobarde” y una larga pelea mano a mano o espada contra espada (a quién le importa), de la que imperiosamente se espera su final inmediato para acabar con tanta miseria del Hollywood más ramplón, que increíblemente costó setenta millones de dólares. Renny Harlin lo hizo de nuevo.
Por José Tripodero