A Sala Llena

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La Película de una Mujer

La Película de una Mujer

Poder. ¿Qué es el poder? ¿Dónde reside? 

En una de las escenas más memorables de Game of Thrones, Meñique amenaza a Cersei y le dice que el conocimiento es poder. Por supuesto, la chantajea en relación a que sabe que ella tiene sexo con su propio hermano y que organizó la muerte de Robert Baratheon, su esposo, el rey. Un gordo infumable y violento que la humilla de todas las maneras posibles y que, por alguna razón que me excede, al público le caía maravillosamente. En ese mismo momento, la reina ordena a los soldados de su guardia personal que capturen a Meñique y que le corten la garganta. Cosa que sus hombres hacen sin chistar. Un segundo antes de que lo asesinen, Cersei retira la orden.

“El poder es poder”, le espeta a un Meñique que acaba de hacerse en sus pantalones.

Mujer Maravilla (Wonder Woman, 2017) es, sin dudas, un film bisagra. Es llevado adelante por una súperheroína no subcreada desde el universo de un superhéroe varón. Y, claro está, ese no es un detalle menor.

Pero, ¿dónde reside su poder?

La película es buena y su ejecución en casi todas las áreas es efectivísima. Pero por alguna razón, no estoy allí, con ese 96% de Rotten Tomatoes, ni me uno fervientemente a la crítica que la pone a la par de Batman: El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008).

El Caballero de la Noche es una obra maestra. Mujer Maravilla, y esto me pesa, no lo es.

Esta película es clásica, con una narrativa que exuda amor por el género y por ese cine que se cuenta abrevando en las viejas maneras. Más allá de sus portentosos efectos especiales, baila al compás de un romanticismo que le aporta cadencia de pura belleza. Sus intérpretes son justos (algunos más carismáticos que otros) y el clima es muy de DC. Esto le parece solemne a una parte de la crítica y el público. A mí me parece religioso, devoto y fascinante.

Algunos dijeron que es un film feminista y, hasta cierto punto, lo es. Un feminismo masticado, fácil de digerir, con algo de cartón. No pasa todas las pruebas clave, pero sí unas cuantas. Tal vez lo mejor que tenga es eso que otras superheroínas anteriores no han tenido: la noción de que no hay que volverse hombre para ser fuerte. Y creo que allí es donde está el secreto del poder de la película.

Diana es potente, pero se conmueve maternalmente con un bebé. Aun así, en su isla la maternidad es una opción, no un deber. Pena compasivamente con el hambre de una mujer y su hijo enfermo, o con la aniquilación de una villa. No entiende la voluntad de quitar vida. No tiene los rasgos gélidos de James Bond, ni el pragmatismo cínico de Iron Man, ni la hipocresía flagrante de Superman. Ella es una mujer, una diosa, una guerrera, un ser sexual y deseante que, claramente, separa el placer de la reproducción y lo manifiesta sin dobleces. No sólo no se disculpa por ello, lo abraza, lo vive con absoluta naturalidad y noble calma.

La película es buena y se yergue sobre la noción de que el poder es el poder. Y tiene la forma de quien lo busca y lo encuentra pero que, solo con el amor, la fuerza vital por excelencia, no nos destruirá. Y esa noción es intrínsecamente femenina, porque la supervivencia también lo es.

Esa es la forma que asume el poder de la película: es la película de una mujer.

© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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