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CRÍTICAS - CINE

La Pivellina, Según María Eugenia D’Alessio

Asia es demasiado pequeña, demasiado vulnerable; con apenas dos años (o casi) ya debió enfrentar el abandono de su madre y adaptarse a un nuevo hogar, con rostros, voces y brazos extraños. Sin embargo tuvo suerte; quienes la acogieron se encariñaron con ella y la harán sentir única.

Patty  (Patricia Gerardo) es artista de circo y vive en una casa rodante con Walter, su marido (Walter Saabel). Los acompaña además Tairo (Tairo Carodi), un adolescente de 14 años que desde que era niño, cuando sus padres se divorciaron, vive en el mismo terreno baldío en su propio rodado. Es la mujer la que encuentra a la niña y la lleva a vivir con ellos, y entre todos forman la familia que no son.

Con una estética que remite al documental (género en el que usualmente trabajan los directores), esta cruda pero delicadísima historia relata con sutileza una realidad tremenda, la de los niños abandonados por sus propios padres. En esta oportunidad, tanto Covi como Frimmel optaron por mostrar una cara diferente de Italia: la de la pobreza, la marginalidad y la desesperación. Pero esta contrasta a su vez con las almas generosas y el amor incondicional de los que menos tienen; en este caso, un grupo que sale de lo común por su estilo de vida.

Con tomas largas que denotan tranquilidad, el relato se desarrolla a un ritmo lento, pausado; pero no por eso menos denso y profundo. Naturalistas por momentos y explícitamente trabajadas con filtros en otros, las escenas son cálidas y sutiles. El rojo en sus diversas variantes está constantemente presente, desde el cabello del personaje de Gerardo, pasando por alguna prenda, hasta la atmósfera que los rodea en los ambientes en los que juegan y comparten momentos especiales con la niña.

Patty y Walter tienen muchas diferencias entre sí (además de la edad); aunque interiormente parecen idénticos. Tairo, el joven que adopta a Asia como a su propia hermana, ve en ella reflejada su historia y se encarga de hacerla sentir querida y cuidada. Los tres mayores componen personajes creíbles, verdaderos; sin embargo, se destaca Patricia Gerardo, quien traslada a su rostro y su cuerpo el sentimiento de pena que le despierta la niña.

Asia se desenvuelve ante las cámaras como si pudiera entender lo que debe contar; puede verse en ella el trabajo que debieron realizar antes los directores y actores para guiarla con tan buen resultado.

Lo que en La Pivellina se cuenta es una historia de amor, de lazos incondicionales y de lo que es capaz el ser humano cuando las intenciones y el corazón son buenos.

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