¡Dios, cómo amo a Cersei Lannister!
A estas alturas me molesta cuando no hincho para ella. Pero, a veces, el relato nos lleva a estar con los buenos o, por lo menos, con los que parecen buenos. Y así andamos mendigando besos que no suceden o seducciones que se deterioran en escenas infructuosas. Miradas que no desembocan en nada, encuentros, por lo menos hasta acá, estériles. Sin deseo, sin caricias, sin jadeos.
Pero Cersei, ¡ah, Cersei! Ella sí tiene toda la miseria humana que hace falta para adorarla. Es la olvidada de los dioses, la pecadora, la bella, la incestuosa, la voraz, la lujuriosa, la despiadada, la feladora, la amada.
Sí, de las mujeres de Poniente, ella es la más amada.
Daenerys tiene un pueblo adorándola, pero Cersei tiene un hombre que quiere darle el mundo entero por amor. Un amor violento, nacido en el tabú, pero no por eso menos real, menos apabullante o menos poderoso. Jamie Lannister ama a su hermana con los ojos abiertos. Sabe que ella es la destructora, una fuerza de maldad y venganza imparable y, aún así, la flanquea incondicionalmente. Y no porque esté enfermo, si no porque sabe que ella lo está. Y la compasión que siente por su amada es infinita. Aunque lo lleve a su probable destrucción, elige acompañarla hasta el final.
¿Si eso no es amor verdadero, qué es?
Un terapeuta se haría un festín con estos dos hermanitos, pero a quién le importa. ¿Quién quiere vivir la vida de equilibrio a la que nos invitan? ¿Quién quiere sucumbir a la idea del amor quid pro quo, light, procesado y analizado que nos meten por la garganta garantizándonos que cualquier otra clase nos enfermará? ¿Quién quiere una vida en donde la pasión y el delirio nos toquen solo a las puertas de la muerte? ¿Quién se conforma con los orgasmos sofocados del lecho mercantil?
Cersei y Jamie son, sin lugar a dudas, la historia de amor más espectacular que ha dado Game of Thrones. Y no por su romanticismo, si no por su bestialidad, su humanidad, su carnalidad rotunda y su anclaje potente en lo más honesto de la condición humana.
Yo deseo que les vaya bien, aunque sé que deseo en vano. Pero dos que se han amado tanto, bien podrían encontrar una isla en donde lamer sus heridas. Heridas innombrables, vergonzantes e infecciosas. Pero fogueadas por un amor que arrasó con Los Siete Reinos.
Porque todo esto empezó con una sola frase: “Las cosas que hago por amor”.
© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo
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