¿KEN LOACH YA FUÉ?
Tal vez porque filma mucho, y desde hace mucho, a Ken Loach se le hacen muchas críticas. Algunas me parecen válidas, otra no tanto. Empecemos por estas últimas. Se le critica que cuenta siempre la misma historia, la de un trabajador -o varios-, que sufre la explotación capitalista. Creo que acá hay, en realidad, una crítica explícita y una tácita. La explícita es la primera: que cuenta siempre la misma historia. ¿Es acaso el primero que lo hace en la historia del cine? ¿Howard Hawks no filmó la misma historia tres veces (Rio Bravo, El Dorado y Rio Lobo)? ¿Hong Sang-soo no viene haciéndolo de película en película? ¿Eran muy distintas entre sí las historias de Yasujiro Ozu? ¿O las de Philippe Garrel? Grandes cineastas todos ellos, son prueba de que puede contarse muchas veces lo mismo, ya que si uno aguza la mirada no va a ser siempre lo mismo.
O sea: primera crítica, desestimada.
La crítica, o más bien la molestia, que aquella deja tácita no está referida a la repetición de sus historias, sino a los materiales con los que Loach trabaja. Gente de clase trabajadora que sufre la explotación capitalista. Creo que es eso lo que en verdad molesta, que Loach tenga una visión del mundo que se quedó en los 70. Como si la clase trabajadora hubiera dejado de existir, la lucha de clases hubiera muerto con Marx & Engels y todo el problema fuera que Facebook se cayó por nueve horas y quedamos todos mirando a la pared. Las historias de Loach nos recuerdan que, por más que vivamos en un cibermundo virtual y algorítmico, esas cosas siguen existiendo. La clase trabajadora, el capitalismo y la explotación. Sin ir más lejos, para obtener más ganancias, Amazon y Google, puntas de lanza de la aldea digital, explotan a sus trabajadores, por lo cual ya tuvieron que comerse varios juicios laborales.
Ah, pero Loach vive en una sociedad superdesarrollada, ahí las cosas de las que habla son viejas. ¿Ah, sí? En la Gran Bretaña del siglo XXI el salario medio no cubre el costo de la canasta familiar. El salario medio no llega a los 4000 euros, la canasta está por encima de los 4100. El costo de vida en el país de la reina inmortal es más alto que en el 82 % del resto de los países. Un 15 % de la población está precarizada. La tasa de desempleo de los varones de menos de 25 años es del 16 %.
Parece que el cine social sigue siendo actual, acá, allá y en todas partes. Y Ken Loach sigue siendo el rey del cine social.
El tecnocapitalismo es capitalismo
Por más que vivamos en un mundo donde los magnates tienen tanta guita que pueden desarrollar sus propias naves y viajar al espacio en ellas, la clase trabajadora sigue existiendo. El capitalismo no sólo existe sino que se halla más concentrado que nunca, y por ende la explotación sigue a la orden del día. Lo que sí fue en disminución de unas décadas a esta parte es la clase obrera, porque la economía pasó de su fase manual a su fase informática. Pero clase trabajadora sigue habiendo, sigue constituyendo un alto porcentaje de la humanidad y sigue siendo explotada. Entonces: Ken Loach no atrasa, filma historias contemporáneas basadas en realidades contemporáneas que son un asco. Las historias que cuenta no sólo son válidas sino que, en la medida en que plantean problemas que la sociedad hipercapitalista no resuelve sino que agudiza, son también necesarias.
Lo que se esconde detrás de esa crítica mentirosa (“Ken Loach ya fue”) es que muchos intelectuales y gente de la cultura se derechizaron en los últimos años, viven cómodos en sus burbujas y no quieren ni oír hablar de trabajadores, capitalismo y explotación. El problema está en ellos, no en Ken Loach.
A Loach también se le critica la falta de perspectiva de género. Filma sólo historias de hombres, no le preocupan las mujeres, éstas aparecen siempre a la zaga del hombre. Pobre vaca, Vida familiar, Ladybird Ladybird desmentirían esta afirmación. ¿Que tres películas son pocas, teniendo en cuenta que lleva filmadas veinticinco ficciones? Aceptado. Siempre y cuando se reconozca que en las obras de grandes cineastas como George Cukor, Joseph Mankiewicz y Kenji Mizoguchi pasa lo contrario, hay muchos menos héroes que las heroínas. Todo artista tiene derecho a ocuparse de lo que quiera, o de lo que le salga mejor. Se trate de novelas de crímenes, arte abstracto, canciones pop o comedias escatológicas. O cine social más centrado en hombres que en mujeres.
Lo que sí habría que poner en cuestión es el rol que las mujeres ocupan en su mundo. Mujeres proletarias o futbolistas no existen, en una obra en la que ambos roles abundan. Tampoco hay a la vista ningún representante de disidencias sexuales, y en este punto sí creo que este hombre largamente octogenario no se dio por enterado de las mutaciones producidas en el mundo durante el último medio siglo.
¿Está mal ser realista?
La cuestión estética. En este terreno los cuestionamientos son varios. Que es un realista cuadrado, que es analógico y predigital, que se mantuvo toda la vida atado a un modelo de narración tradicional, que descuida la puesta en escena, que filma siempre igual. Si a la primera afirmación le quitamos el calificativo peyorativo, si a la segunda y tercera respondemos que ser moderno es una opción y no un deber y a la cuarta la consideramos contestada en el apartado referido a su mundo y sus temas, nos queda la cuestión de la puesta en escena. Es la que estoy más dispuesto a defender. Loach no la descuida para nada, no filma de cualquier manera, no pone el contenido por sobre la forma.
Visualmente su modo de narrar es clásico, fluido y homogéneo, con el predominio de planos americanos típico del cine realista, que pone al sujeto en relación con su medio y con el tiempo que le toca vivir (Eric Rohmer filmaba igual, y Hong Sang-soo también lo hace con esa clase de planificación). A propósito, una aclaración que siempre conviene hacer, y en el caso de Ken Loach, más. Ser realista no es filmar problemas sociales, es filmar de manera que el mundo ficcional guarde relación con el mundo tangible. Loach trata temas sociales, pero además en términos estéticos es un realista.
Los planos de las películas de Loach no se suceden aleatoriamente, el montaje jamás descuida la continuidad visual. ¿Que ése es justamente el problema, que su cine no sabe de discontinuidades, disrupciones, jump cuts o falsos raccords? Ya lo dijimos: moderno no es. Eso no lo hace conservador, sino clásico. Ah, un logro notable de su puesta en escena, manifiesto en las películas de los años 90 y tal vez más atemperado en las últimas décadas: sus planos respiran, están vivos, se sienten como verdaderos. Si lo son o no importa menos, ya que en el cine, como se sabe, la realidad es una impresión. Loach acentúa el aire documentalista de esos planos mediante la duración. Véanse en este sentido Riff Raff, Raining Stones y sobre todo las asambleas de Tierra y libertad. Si Loach estuviera más interesado en el “contenido” que en la gramática cinematográfica, no los haría durar tanto, iría corriendo de plano en plano hacia la resolución de la historia.
Una última, antes de pasar al análisis específico de su película más reciente. Que victimiza a sus personajes, que son explotados, abusados, desocupados, marginados y otras desgracias. Desgracias que por cierto jamás llegan al golpe bajo o el chantaje emocional. Que en toda su obra no aparece un obrero que sea malo. Hete aquí cuestiones que sí merecen ser revisadas.
El hombre que fue franquicia
Sorry We Missed You, que en Argentina se estrena con el título perfectamente infiel de Lazos de familia, es un Loach clásico. Eso no quiere decir que sea el mejor, ni que esté libre de problemas. Pero es fiel al modelo Loach, y en este caso es el modelo el que nos interesa revisar, más que su última representación. Al protagonista de Sorry We Missed You, Rickie, la recesión de 2009 lo dejó en la calle, y desde ese momento pasó por mil trabajos distintos, ocasionales, golondrina o de cuentapropista. Ahora pide empleo por enésima vez, dispuesto a aceptar las peores condiciones. Las consigue: el encargado de la empresa de correo privado cuyo contacto le consiguió un amigo que trabaja allí se las detalla. Va a tener que trabajar 14 horas por día six days-a-week, lo va a hacer en negro, no va a tener salario fijo sino por rendimiento, no gozará de ningún beneficio social, se va a convertir en una franquicia humana. Literal.
O sea: va a representar a la empresa y por lo tanto va a asumir todas las responsabilidades del caso, pero la empresa no va a asumir ningún compromiso hacia él. Ah, y por lo que cobran el alquiler del vehículo de reparto le conviene más comprarse uno. Claro que no tiene plata para hacerlo. Pero si venden el auto que su esposa usa para trabajar, llegan. Lo venden. En la empresa le entregan un rastreador que presuntamente le va a servir como GPS pero en realidad es un instrumento de control y vigilancia. Acepta, por supuesto.
Para quienes acusan a Loach (y de paso a Paul Laverty, su guionista estable desde hace un cuarto de siglo) de setentista, será oportuno señalar que la situación laboral del pelirrojo Rickie es absolutamente contemporánea. Pregúntenles si no a los deliverys de Pedidos Ya, Rappi o Glovo (esta última no sé si sigue existiendo), que tienen que poner su propia bici y si los pisa un camión no tienen seguro, ni obra social, ni nada. O a los peones de taxi, que se tienen que pagar la nafta, los repuestos y los choques. Es la flexibilización, estúpido. La esposa de Ricki se llama Abbie y se desloma trabajando todo el día como enfermera. Y cuidando a los hijos, el adolescente Seb y Liza Jane, que tiene unos años menos. Seb es un problema, y ese problema va a ser tan importante en la vida de Rickie como lo es el chaleco de plomo laboral que acaba de ponerse. Seb se ratea en el colegio, un día le pega una trompada a un profesor y más tarde lo llaman a Rickie de la comisaría, ya que lo agarraron robando unas pavadas.
Roles
Seb es, en efecto, más problemático para Rickie que para Abbie. Ésta es la típica mamá comprensiva y sacrificada, que vela por sus hijos a distancia (se pasa el día fuera de casa) e intenta preservar a toda costa la unidad familiar. ¿Rol tradicional? Y, sí, más allá de que tenga un empleo que le insume todo el día. Un día Rickie le pega un cachetazo, fuera de sí, y Abbie no lo abandona ni le recrimina ni le devuelve la bofetada. OK, un modelo de mujer empoderada no es, por más que llegado un punto sea ella quien toma la bandera de la dignidad familiar, poniendo en riesgo el empleo del marido. ¿Pero por qué debería ser un modelo? Loach no filma utopías, filma lo que pasa. Y lo que pasa es que muchas mujeres de clase media baja todavía no se enteraron de que existe el feminismo. A Abbie no la inventó Loach, sino la realidad de su país en las primeras décadas del siglo XXI. Al día de hoy la violencia doméstica representa el 25% del total de crímenes violentos en Gran Bretaña, y los incidentes de violencia doméstica registran el mayor incremento de crímenes violentos durante las últimas cuatro décadas.
¿Es paternalista y reaccionaria la visión que la película tiene de Seb, adolescente problemático que en lugar de ayudar a sus padres, que se desloman todo el día, les miente, se rebela contra el padre, lo verduguea y lo putea? Hasta cierto punto parecería que sí, y uno empieza a revolverse en el sillón, porque con una mujer sometida ya teníamos suficiente. Pero hay una inversión de punto de vista que da vuelta la mesa. En cuanto a la cuestión de la victimización, en verdad aparece y constituye uno de los puntos negros en el mundo Loach. Sobre todo al final, donde, sin llegar a extremos intolerables (ya dijimos que Loach no pega por debajo del cinturón), la acumulación de goles en contra es excesiva y termina cayendo en el miserabilismo, enfermedad infantil del izquierdismo.
Pero acá habría que tener algo en cuenta. Sin ser meros vehículos de ideas, macchiettas o entelequias, los de Loach son, sí, personajes representativos. Representan a la clase trabajadora como colectivo. O ex trabajadores desempleados, producto de las crisis de la economía capitalista y el downsizing. En tanto representantes de la clase trabajadora o desempleados no pueden ser otra cosa que víctimas, porque la clase trabajadora es explotada por definición, y los desempleados ni siquiera eso. ¿Que podrían rebelarse? En algún caso recurren a la violencia, como los albañiles de Riff Raff, que le prenden fuego al edificio que estaban construyendo. Es cierto que son raras las ocasiones en que lo hacen. Pero aquí vuelve a regir la misma cláusula estética que para la violencia familiar. Loach filma el mundo contemporáneo, y en el mundo contemporáneo ya no queda espacio político para la rebelión: hasta nuevo aviso el capitalismo ganó la batalla. El único margen de lucha que el hipercapitalismo deja a los trabajadores es seguir siendo trabajadores, no caerse del sistema para siempre. En eso están los personajes de Ken Loach.
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(Gran Bretaña, Francia, Bélgica, 2019)
Dirección: Ken Loach. Guion: Paul Laverty. Elenco: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor. Fotografía: Robbie Ryan. Duración: 100 minutos.