Para Yamileth Ruiz
There were no particular landmarks*
Parece válido preguntarse qué buscan los protagonistas de Al Naher* (traducida como The River) y Mis hermanos sueñan despiertos (2021). Estas son dos películas que comparten miradas y algunas decisiones técnicas si bien compiten en secciones diferentes de la edición 74 de Locarno.
La respuesta a esa inquietud inicial contextualiza tanto la coproducción de Ghassan Salhab, director y guionista de la primera, como la obra de Claudia Huaiquimilla, directora y coguionista de la segunda. En ambas prevalecen los primeros planos donde atener la búsqueda de la libertad en situaciones inhóspitas.
La dirigida por Salhab, realizador senegalés y nacionalizado libanés, acompaña a dos amantes (Ali Suliman y Yumna Marwan) en su reencuentro mientras algunos sonidos y apagones nos dan a entender de una guerra a punto de estallar cerca de ellos. La dirigida por Huaiquimilla, chilena de origen mapuche, delimita a los hermanos Ángel (Iván Cáceres) y Franco (César Herrera) mientras hablan de y sueñan lo que harán al salir de una cárcel juvenil. Ambos pares de protagonistas están entre la vida y la muerte, y de no ser por sus lenguas y acentos, nada nos indicaría dónde están.
La certeza en la coproducción presente en la competencia internacional surge con el erotismo entre los amantes. Esta manera de apaliar un entorno foráneo y dislocado lo afianza el diseño sonoro de Karine Bacha, Rana Eid y Florent Lavallée. Así la posibilidad de responder aquella inquietud inicial queda por fuera y abre un abismo entre las posibles asociaciones de ambas obras.
Ya el hecho de que el realizador inicie con el sonido de una respiración, todavía en negro, nos prepara las decisiones técnicas posteriores donde los planos de Bassem Fayad, el director de fotografía, anularán la perspectiva espacial hasta que él use la cámara en mano. Y esa inhalación nos hace atender, antes que más nada, a las situaciones belicosas audibles fuera de campo. Estas precederán el propio idioma “extranjero” y apelarán entre silencios, sonidos y miradas, al amor y el perdón.
Y si recordamos que en general hay películas donde los cantos de pájaros, los golpes y los gemidos significan tanto como o más que las pocas palabras dichas; en Al Naher estos son aprovechados sin recurrir a la prolongación excesiva de los planos. De hecho para quienes gustemos del cine autoral de entre o posguerras conseguiremos aquí algunas relaciones a la vista. En varios momentos los únicos dos rostros de la obra están rodeados de piedras, como ocurría en Persona (1966). Hay además una sensación de estar explorando ‘la zona’ de Stalker. Pero aquí prevalece un eros ágil donde los troncos de los árboles desnudos o los verdores de múltiples tonos persisten antes que el áspero existencialismo de aquel Bergman o el ritmo poético de ese Tarkovski.
Además son sugeridos mitos originarios como la manzana de Adán. Pero si en algo el cine es preciso más que las escrituras es en el uso de las miradas. Y aquí las de ambos actores nos interpelan ya desde la segunda escena. En la mirada de Yumna Marwan hay algo de aquella mirada liberada de la realizadora y actriz Ronit Elkabetz en su obra final Gett (2014). Aunque hacer tal relación sea un capricho confuso porque ella nació en Israel y Marwan en Líbano, los ojos de ambas recuerdan que la historia de todos los orígenes confunde y solo la mirada permite hacer un rastreo menos verbal de esa cronología.
También es cierto que la cámara confía en sus miradas como lo hace Huaiquimilla en la obra chilena. Aunque aquí flaquea el uso de actores de renombre, cuesta reconocer a una Paulina García con su corte masculino y ojos endurecidos como profesora de artes en una prisión juvenil. Mientras más transcurre esta obra, su personaje y su actuación se amaneran para efectos de una indignación inorgánica frente a los errores de sus protegidos. En el guion la directora quiere que los rostros hablen más que las paredes, rejas, disparos y peleas. Pero audiovisualmente el equipo técnico contradice esto y hace de sus personajes unos títeres con esperanzas ilusorias.
Son más los planos nocturnos de la cárcel juvenil, con sus sombras diagonales, los que persisten. Las líneas recurrentes en el diseño de vestuario están acompañadas de colores vivaces o firmes. Y la ambigüedad en ciertas escenas dentro de sets interiores donde ocurren las visitas a los protagonistas, podría dar a entender la cárcel como un ancianato o un psiquiátrico. Esta confusión momentánea da cuenta de una conciencia espacial: qué importa para los encerrados donde esté el adentro y el afuera más allá de las escasas escenas en los árboles.
Al final la decisión visual de las tantas líneas en el plano para hacernos sentir la perspectiva del encierro delata una paradoja. Huaiquimilla está creando belleza a partir de una victimización inspirada en hechos reales y dedicada a tales víctimas en los créditos finales. En contraste Ghassab sabe que a pesar de guerras intuidas y vividas históricamente, sus personajes están perdidos incluso en la fealdad de los videos donde el amante graba la mirada inquieta de su amada.
Al Naher
Mis hermanos sueñan despiertos
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2021 | @EElechiguerra
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