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CRÍTICAS - CINE

Los Juegos del Hambre: En Llamas, según Luciano Mariconda

No es difícil ver Los Juegos del Hambre: En Llamas como una obra caótica, en la cual conviven Stanley Tucci con peluca violeta, Donald Sutherland como un implacable dictador, Lenny Kravitz como un diseñadorde moda y una horda de mandriles tropicales asesinos. Sin embargo, es una película de una ocurrente inteligencia que esconde un gran secreto: lo que cuenta no es la exaltación de sus valores, sino el maquillaje de sus desaciertos.

Estamos en una época en la que Hollywood parece haber encontrado en las adaptaciones literarias para adolescentes la clave del éxito, aunque en la mayoría de las ocasiones éstas son estéticamente mediocres. Por el contrario, las dos películas de Los Juegos del Hambre hasta la fecha plantean una interesante dialéctica basada en la repulsión de sus imágenes. Este es un film carente de belleza, que oscila entre la cruda realidad (con ciudades mineras y fabriles que parecen inspiradas en la industrializada pero pobre Coketown de Tiempos Difíciles de Charles Dickens) y el artificio de la fama, la televisión y las estrellas. Resulta llamativa la forma en que la película utiliza los ojos de la protagonista como testigos de estas imágenes sin la necesidad de remarcarlo con comentarios ni explicaciones innecesarias. Es, simplemente, la mirada desconsolada sobre dos realidades en apariencia opuestas pero en el fondo similares.

En Llamas no está exenta de ciertas falencias. Es un film de casi dos horas y media que podría tener quince o veinte minutos menos. La primera parte de la película, desde el inicio hasta el comienzo de los nuevos juegos (una especie de supercampeonato con los ganadores de todos los distritos), abunda en diálogos demasiado artificiales, difíciles para algunos de sus actores. Incluso el triángulo amoroso entre Katniss, su compañero de guerra Peeta (Josh Hutcherson) y su mejor amigo en el distrito Gale (Liam Hemsworth), sufre de una indeterminación un tanto compleja, como si el propio relato se contagiase de la confusión de la protagonista. Sin embargo, cuando la saturación amenaza con destruir sus virtudes, En Llamas -no sin algo de derrota interior- abandona sus subtramas más dramáticas para introducir al espectador en el verdadero propósito del film. Y por fin, ya sin excusas, la segunda parte se centra en estos juegos que Francis Lawrence dirige con precisión y hasta recurriendo a elementos de otros géneros como el terror y la ciencia ficción.

Hay una necesidad, casi obligatoria, de que las secuelas sean más atronadoras, más trascendentales, más vastas que las películas que las preceden. En Llamas no escapa a este ineludible deber pero tampoco cae en la desproporción sin sentido de otros films, que duplican lo que habita en la puesta en escena desconsiderando el resultado final. Lawrence no pretende hacer que esta secuela sea desmedida sino más adulta. Y como se decía anteriormente, esta es una obra que no enaltece sus valores sino que oculta sus desaciertos, ¿y qué característica más adulta que ésta puede tener una película?

calificacion_4

Por Luciano Mariconada

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