A Sala Llena

0
0
Subtotal: $0,00
No products in the cart.

Lucas Manuel Rodriguez | Batman eternamente

Lucas Manuel Rodriguez | Batman eternamente

VENGADOR COMPULSIVO

Bastante se ha dicho sobre la decepción de Warner Bros. por los resultados taquilleros de Batman vuelve y la “sugerencia” de MacDonald’s en incorporar un tono accesible para las generaciones más jóvenes. Que Tim Burton fue desplazado de su labor detrás de cámaras y nadie del elenco retomó su protagónico correspondiente, salvo Michael Gough y Pat Hingle (en los roles de Alfred y el comisionado Gordon, respectivamente),  son aspectos que resaltan a la vista. Batman eternamente es la alternativa a Batman continúa, la tercera parte que le fue expropiada al director de las dos entregas anteriores, quien, a la vez, fue indemnizado con el título de productor para la secuela en cuestión.

A Burton lo sucedió Joel Schumacher y su primera decisión estética fue la de tomar distancia con respecto a los valores escenográficos pautados por su predecesor. En un acto deliberado, poco y nada se asemeja al tono visto en la película de 1989, ese que encaja con lo gótico del romanticismo alemán. Hablamos, por supuesto, del gótico que echa de menos al mundo católico romano, comprendiéndose a sí mismo como resto melancólico de ese mundo medieval extrañado. En estas claves, recordemos que la confrontación final entre Batman (Michael Keaton) y el Guasón (Jack Nicholson) tiene lugar en la Catedral de Ciudad Gótica, un templo religioso; lo mismo sucede en El cuervo de Alex Proyas, la que resultó ser su heredera más cercana en estos términos, con una balacera entre las columnas de una iglesia abandonada en Detroit; algo similar intentó Mark Steven Johnson en su adaptación de Daredevil, pero eso nos lleva a un territorio alegórico donde reina lo martirizado de su villano, con ambas palmas de las manos apuñaladas de yapa. 

Retomando las preferencias de Schumacher -ya mediada la década de 1990-, añoraba una Ciudad Gótica que fuera una mezcla perfecta entre la arquitectura neoyorkina post-Gran Depresión y las innovaciones tecnológicas de una ciudad moderna como Tokio. En materia de acción, la serie de Adam West fue uno de los referentes, con planos holandeses frecuentes y sin onomatopeyas. También tenía la ambición de traer al cine un espíritu reminiscente a la era de Dick Sprang, de ahí que el Bruce Wayne encarnado por Val Kilmer tuviera una preferencia automovilística por las gamas deportivas de Jaguar y Bentley, además de cierto parentesco entre el batimóvil de turno con el Studebaker diseñado por Sprang. Eventualmente, las imágenes que más se grabaron en las retinas de los espectadores fueron las estatuas con alusiones a los Dioses olímpicos y las saturaciones de flúor con luces de neón en los territorios pandilleros, sin olvidar ese rasgo que portaba el vehículo del murciélago y tanto indignó a muchos seguidores: su habilidad de trepar paredes. Para todos estos deberes que suelen ser objeto burla en el habitual ejercicio de repudiar esta etapa “batmaniana”, el director contrató a Barbara Ling como encargada del Diseño de Producción, la misma que recibió junto a Nancy Haigh un Oscar en ese rubro por Había una vez… en Hollywood.

Si de burlas hablamos, y en cuanto a los vestuarios, nadie olvidó la introducción de los bati-pezones y los bati-glúteos, pero sí que la presencia de ambos se da amortiguadamente en esta ocasión, siempre que la comparemos con su secuela: el primer traje del Batman de Val Kilmer solo resalta los pezones; el segundo, solo los glúteos, aunque para ese momento el Robin de Chris O’Donnell tiene marcados los pezones para variar. Sumemos, así, los dos trajes ajustados que usa Jim Carrey como El Acertijo, mucho más apretados que cualquiera de los exhibió Frank Gorshin en los sesenta. Se suele arremeter contra estos detalles como puntapié inicial para apuñalar el insoslayable tono homoerótico esparcido a lo largo del film. Que Schumacher sea homosexual no es la prueba indiscutida de la presencia de esto, no obstante, queda claro que la obsesión de Edward Nygma hacia Bruce Wayne tiene esa intención y que el vínculo entre este Acertijo y Dos Caras (Tommy Lee Jones) da por aludido al de una pareja criminal como Bonnie & Clyde. Hay detractores de esta película por doquier y sus argumentos suelen comenzar -y terminar- al cuestionar la sumatoria de estos elementos, con el añadido de la rimbombancia que denotan las motivaciones malignas de El Acertijo. A lo que nos preguntamos: ¿es todo esto suficiente para descalificar una película como esta? Consideremos otro film, uno que mayormente recibimos con aplausos: Skyfall, ¿no es el plan del personaje de Javier Bardem tan ostentoso y su orientación sexual tan incierta como la del personaje de Carrey en Batman eternamente?

Por supuesto, no estamos aquí para defender cada esquina de esta película. Si la seleccionamos para este espacio no es solo porque la amamos, sino también porque consideramos que en algún punto, desde una lectura que aspire a expresar una aproximación objetiva, hay motivos para sostener que un film es malo. Batman eternamente es, antes que nada, un goce absoluto, ya sea por apología a la nostalgia, la fijación de una década autoproclamada como próspera, elijan lo que quieran. No quita que su mayor pecado sea el de tomar como postura un principio que el mismo film vuelve insostenible en su transcurrir, uno que nace de la pregunta más fundamental en la expresión del mito del personaje, que es: ¿Por qué Batman? Podríamos decir que en realidad Schumacher no se toma en serio este dilema, más cuando dispone de una femme fatale satírica (Nicole Kidman) como pieza clave para ahondar sobre esta cuestión, pero visto desde su relación con su joven pupilo, podremos notar que hace un enorme esfuerzo por abordarlo lo más moralmente posible. 

En el meollo del asunto, el director asume que Bruce Wayne es Batman por venganza, lo cual no estaría nada mal, más si consideramos que el Batman de Burton no tiene prejuicios a la hora de matar –colateralmente o no- y que hayan intenciones de poner en continuidad esta entrega con el final de la primera, con un Batman que toma conciencia de su finalidad cumplida, que logró vengar a sus padres y que la intervención de una psicóloga en su vida sea el paso necesario para dejar de ser el encapotado. El punto de giro definitivo del film se expresa en el ascenso emocional de Wayne, cuando, mediante catarsis, aplica su recuerdo reprimido para perjudicar mentalmente a su némesis, utilizando el mismo instrumento con el que este había logrado debilitarlo; lo mismo hace antes con Dos Caras, utiliza las monedas en su contra, esas que lo llevan a su muerte. Al final del día, Batman se venga del villano de turno, como también del villano secundario -el que mató a la familia de Robin- y libera a su compañero de tener que cargar con el peso de una venganza saciada en mano propia. Sin embargo, dijimos que hay un problema en todo esto y ese es, precisamente, que Wayne insiste en que la venganza no es el camino y esa es la enseñanza que le plantea en más de una ocasión a Robin, personaje cuyo arco narrativo se cierra al no matar al asesino de su familia, incluso al tener la mejor de las oportunidades. Decía el maestro Alfred Hitchcock que reclamarle rectitud a los diálogos de los personajes, tomarlos por fundamentos y verdades absolutas, nos lleva al turbio sendero moral del verosimilismo… pero en este caso tenemos una excepción, la solución de continuidad se corresponde con las acciones y los diálogos cuando se le canta.

¿Entonces, por qué amo a Batman eternamente? Sería muy fácil simplificarlo en una etiqueta como “es divertimento puro”, pero no, todavía hay más. Me reduciré a enumerar los elementos que más detesto destacar, esos por los que se suelen catalogar a ciertas películas como “adelantadas a su época” o “incomprendidas” y después se volvieron íconos en la explotación de los superhéroes en el mercado audiovisual: El plano subjetivo que nos muestra el cerebro de Bruce Wayne, desde el monitor de Edward Nygma, es casi idéntico al de la intro de X-Men (2000); La escena del clímax, cuando El Acertijo le da la opción a Batman de salvar a su novia o a su aprendiz y este se arroja para salvar a ella –primero- y a él –después-, es similar a uno de los últimos enfrentamientos con el Duende Verde en El hombre araña (2002); La actuación de Tommy Lee Jones como Dos Caras –con todas las discusiones del caso- fue tenida en cuenta por Heath Ledger para Batman – El caballero de la noche (2008), no se dejen engañar, basta con observar la actitud bufonesca de Jones con su rehén en la primera escena, como también la persecución en la mitad de la trama, cuando aparta al secuaz del volante de un camión, con la expresión “Conducimos nosotros”; y por último –como varias veces lo señaló Kevin Smith-, el primerísimo primer plano de Tony Stark en el interior del casco de su armadura, ese que tanto se vio en todas sus películas de Marvel, apareció primero cuando Bruce Wayne usó el atajo de su oficina para ingresar a la Baticueva, no hay que olvidar que Jon Favreau, eventual director de Iron Man (2008), tiene un protagonismo breve en Batman eternamente, por lo que todo es viable. Asegurar si es la primera película que empleó estos recursos sería algo muy torpe, aunque declarar que es la única vez en la que todos coincidieron en un mismo largometraje quizás sea muy acertado. Así que ya saben, como le responde Alan Grant al niño que comparaba al Velociraptor con un pavo de dos metros: muestren “un poquito de respeto”.

© Lucas Manuel Rodriguez, 2020 | @LucasManuel94

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

Also you can read...

Recibe las últimas novedades

Suscríbete a nuestro Newsletter