A Sala Llena

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Luz, cámara, Huinca…

Luz, cámara, Huinca…

Y llegó a su fin este feriado largo. Por mi parte, voy por la ruta 188, volviendo de mi pueblo, escuchando la radio y comiendo papas fritas de paquete. Esto no sería dato colorido, si no fuera por el hecho de que voy manejando (cuac). No, mentira, mi chuchi va conduciendo y yo trato de concentrarme en la computadora, para chusmetearles las cosas que anduvieron por mi mente por estos días de reposo en la pampa cordobesa.

El jueves pasado me vine Huinca  a ver a la familia pero debo confesar que, en el verano, mi motivación de viaje al terruño, pasa mayormente por las zambullidas interminables, la mateada al sol y el asado permanente en la pileta de mis viejos. Tal vez sea por eso, que hasta hace algunos kilómetros atrás, venía enfurruñada, caliente, despotricando a troche y moche y casi llorisqueando encaprichada. ¡NOS LLOVIÓ (porque nos llovió a nosotros, fue una lluvia personal) TODOS LOS DIAS! Y hoy, como era de esperar, amaneció soleado.

Ya les he contado como unas diez mil veces, que soy bicho de agua. Tal vez sea porque soy de sagitario, con ascendente en sagitario (fuego con fuego) que necesito el agua para estar, algo así, como equilibrada. Amo nadar y retozar, escupir burbujas, hacer la plancha, sacudir el pelo, tirarme de bomba y salpicar a las viejas, despertarme con el frescor del agua en la mañana… En síntesis, todo el combo. No es sorpresa entonces que, frente al hecho de que durante cuatro días llovió y estuvo fresco en el pueblo, yo me haya puesto poco más que intratable y de punta con el viaje. Despotriqué como enajenada y amenacé con irme un millón de veces, amargándole un poco la vida a mi pobre muchacho, que estaba más que contento, visitando a la parentela.  Pero, como dice el remanido refrán, no hay mal que por bien no venga. En medio del rezongo, mi vieja y yo arrancamos a escribir una novela en colaboración y con papá empezamos a hacer el scouting de locaciones para que yo pueda filmar un nuevo largometraje el verano que viene.   Esto último, una gran alegría, me dejó con amplia tela para cortar en esta columna que hoy quiero compartir con ustedes.

Cualquiera que haya filmado un cortometraje o un largometraje independiente, sabe lo difícil que se pone el asunto y la cantidad y variedad de factores que hay que remar cuando el presupuesto es flaco. Todos esos factores, quedan reducidos (no en su totalidad, pero si en una gran mayoría) cuando se rueda en un pueblo como MI PUEBLO.

Hace unos años vine a filmar un cortometraje y nos fue increíble. El municipio nos brindó hospedaje para  gran parte del equipo, la gente se ofreció para colaborar libremente y sin condiciones y hasta la radio nos hizo entrevistas. Estábamos como queríamos. De día en la pileta y de noche filmábamos.  Joaquín Furriel, que era el protagonista del corto, se la pasaba firmando autógrafos y sacándose fotos  y eso que, en aquella época, no era ni cerca lo conocido que es ahora. El plan de rodaje que habíamos realizado era, lisa y llanamente, impecable.  El tiempo nos alcanzó perfecto. La gente nos apoyaba tanto que, hasta en un momento en que cundió el pánico porque se nos plantó la cámara, nos llegó el ofrecimiento de otra, para reemplazarla, desde un pueblo vecino y completamente gratis. Si, para el realizador pobre, no hay nada más hospitalario que filmar rodeado de personas con voluntad y alegría de colaboración que se desviven por ayudar, como si la pequeña película de uno, fuera de verdad una obra maestra.  A veces, los que nos vamos y hacemos vida afuera, en alguna ciudad grande, nos olvidamos de los tesoros del pueblo y hasta de añorarlos. Estando con mi gente, quejándome porque no había nada para hacer, me acordé de todo eso y me bajé de mi estúpido caballo de condescendencia citadina, para imaginar la maravilla de volver a filmar en Huinca.

Nos sentamos con mi viejo, al lado de la pileta con el cielo encapotado, y empezamos a tirar posibilidades, mientras nos engullíamos sendos salamines. Los nombres de los amigos y familiares a los que acudir por ayuda (incluyendo casa), iban desfilando sin esfuerzo ni duda por nuestra conversación. Por esa cosa mágica de los pueblos, sabíamos que nadie a quien nombramos, nos negaría absolutamente nada. Negocios en los que realizar alguna escena, conocidos que pudieran hacer algún personaje, gente amiga que pudiera encargarse del catering, el presupuesto estimado de la movilidad, la cantidad de días de rodaje… Imaginen lo espectacularmente bueno que es para un director, sentarse a pensar una película que se desarrolle en su tierra y que se filme de manera tranquila, mientras se come asado y se toma mate con los amigos. El paraíso muchachos, se queda corto.

Mi imaginación comenzó a volar con añoranza verdadera, de algo que todavía no sucedió. Por alguna razón, incluso empecé a temer que no llegara a pasar nunca. Las ganas de filmar me robaron la voluntad por completo.  Es que cuando hay una historia por contar adentro tuyo, y ya la tenés cocinada del todo en tu cabeza y empiezan a volar por tu imaginación todas las posibilidades de realización, el tiempo te parece una noción enemiga, un obstáculo a sortear.  Empezás a enumerar a los amigos, te vas a todos lados con una libretita, cada espacio es una posible locación, cada persona un posible personaje, cada dolor se transforma en la muerte que acecha en todos los lugares. No hay nada más estimulante ni más desesperante, que el proyecto de filmar una película. Estar en mi pueblo por estos días, no solamente me renovó por completo las ganas de filmar, si no que me regaló una buena cuota de sueños rejuvenecidos.  Encontrarme con la gente, charlar un poco, observar los rasgos, las sonrisas… Salir al campo increíblemente vasto, seguir a los perros que van por la libre, besar bebitos, abrazar tías, dormir en la cama grande de la abuela.

Me gustaría poder transferir la infinita excitación que me provoca, tener en mi cabeza otra historia para contar. Una que suceda en Huinca Renancó, Córdoba, y no en ningún otro lado del planeta. Una que traduzca toda la alegría de la gente, su capacidad para comprometerse, su innegable voluntad solidaria y su ritmo y cadencia particularísimos e irrepetibles. Algo que me deje re visitar mi lugar de origen y pintarlo con un color que sea mío. Homenajear a los parientes y encontrar a los amigos, agradecer la vida y espantar la muerte.

No debería sorprenderme el hecho de echar a volar un nuevo sueño justamente en mi pueblo, después de todo, a la mayoría los soñé allí.  Y filmar una película, no es otra cosa que revelar sueños a los otros.

Por supuesto, habrá quien especule con que esto es una chupada de medias  para que me den una mano cuando vaya a filmar y, confieso, que algo de eso también hay. Pero, en esta ruta y comiendo papas fritas, las cosas se me antojan un poco más románticas y la añoranza se vuelve inevitable. Así que, mientras mi Huinca va quedando atrás, yo no puedo hacer más que rezar para que este deseo se haga realidad y poder estar a pleno, con equipo técnico y artístico, muy pronto filmando allí, mientras la vieja nos hace mate cocido a todos.

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