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CRÍTICAS - CINE

Mad Max: Furia en el Camino, según Martín Chiavarino

El desierto de los malditos.

Treinta años después de la tercera y última entrega de la saga de Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max: Beyond Thunderdome, 1985), protagonizada por Mel Gibson como el ex policía devenido justiciero y redentor del camino, Max Rockatansky, el director y guionista australiano George Miller vuelve al cine de ciencia ficción apocalíptico con una nueva entrega de su famoso guerrero del camino, Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015).

La violenta saga distópica que comenzó en 1979 con un policía enajenado en las rutas australianas intentando sin éxito mantener el orden en lo que quedaba de una civilización que se desintegraba rápidamente bajo los escombros de la escases y la disolución social para finalmente buscar venganza afectado por la locura que lo rodeaba, devino en una serie de películas de culto que combinaban las temáticas postapolicalípticas con la estética de las road movies, dos géneros bastante populares durante la década del setenta.

Para esta remake, el director retomó la temática despojada de la rabiosa persecución de la segunda mitad de Mad Max 2: El Guerrero del Camino (The Road Warrior, 1981) y la iconográfica estética visual de la tercera parte con un villano similar a Tina Turner como Aunty Entity para crear una obra absolutamente frenética, distinta de la anteriores pero a vez deudora y por sobre todo, imparable como un camión de guerra fuera de control conducido por una banda de forajidos. Para desatar el caos, la Imperatore Furiosa (Charlize Theron) una de las lugartenientes de Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), una especie de emperador profeta guerrero enmascarado en descomposición que controla toda el agua y la comida de una fértil región montañosa que denominan la Ciudadela, huye junto a todas las concubinas del maniaco líder destinadas a parir a su descendencia, desencadenando así una cacería humana descontrolada en la que un sobreviviente solitario de la barbarie acosado por los fantasmas de su pasado es arrastrado como donante de sangre hacía el desierto en medio de la persecución.

En este mundo dominado por la violencia, nociones religiosas respecto de la guerra y la inmolación en la batalla -o en este caso en la ruta- surgen junto al culto de la muerte como formas de asimilar el trauma apocalíptico y la reorganización de la sociedad en base a la imposición de nuevos mitos con la capacidad de construir una noción de comunidad. A partir de esto surge una iconografía y unos rituales en los que intervienen tanto el departamento artístico como el de fotografía en una combinación que exalta los colores primarios hasta el encandilamiento, como si estuviéramos ante las viñetas de un comic de tonalidades llamativas. Cada escena es una fotografía construida con el mayor cuidado a cargo de los directores de arte Shira Hockman y Jacinta Leong junto al extraordinario director de fotografía Jonn Seale –Gorilas En la Niebla (Gorillas in the Mist, 1988), Rainman (1988), La Sociedad de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, 1989)-. Cada pequeño detalle es parte de este mundo con una finalidad hipnótica. A medida que nos adentramos en la película, el espectador se pierde en el frenesí y desaparece la noción de un mundo exterior, volviéndonos parte, sin darnos cuenta, de la locura de Max.

Las grandes actuaciones del impasible Tom Hardy y en especial de una áspera pero cálida Charlize Theron en un papel extraordinario en el que nuevamente luce todo su arsenal vehemente que encarna el espíritu de los personajes necesitados de una esperanza ante la caída de la civilización que propuso la saga como arquetipo del antihéroe, son el eje de esta danza en la que la adicción al agua y la veneración del motor V8 a través de los iconográficos volantes nos transportan hacía el desierto de nuestros miedos más atávicos. Cuando la calma parece apoderarse de la cinta, el furor surge nuevamente con el regreso a las puertas del abismo como símbolo de la única posibilidad de redención a través del sacrificio heroico, como la culminación de un camino cargado de desesperanza y violencia para proponer finalmente a la revolución social como el camino necesario para reconstruir la civilización perdida.

La furia del camino es un arrebato de intensidad visual que deja al espectador exhausto, como si hubiera realmente escapado de la realidad a través del 3D introducido en la violencia y el delirio fanático extático. Una vez más la magia del cine logra una gran obra a través del genero de ciencia ficción que combina calidad artística con solvencia argumental e interés social. Nuevamente, el Guerrero del Camino está en la ruta para darnos una lección.

calificacion_5

Por Martín Chiavarino

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