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CRÍTICAS - CINE

Mi última aventura

El cine argentino hecho en Córdoba ya puede ser llamado concretamente, y con justificación empírica tanto como archivista, “cine cordobés”. Cineastas y críticos locales de la actual generación están cumpliendo dos décadas de trabajo de militancia persistente en todos los flancos que deben cubrirse en el campo de “la resistencia cinéfila” (realización, crítica, programación). De hecho, el Cineclub Municipal Hugo del Carril, vórtice de concurrencia de los amantes del cine de autor ubicado en pleno centro de Córdoba capital, cumple 20 años, y allí se los puede ver seguido a todos los que participaron en este corto. No descartemos el legendario orgullo chauvinista que sentimos los cordobeses por nuestro paraíso mediterráneo (ya lo ven). Pero, ante la sospecha de subjetividad desenfrenada, qué mejor que anteponer las pruebas objetivas más palpables (y “visibles”): las películas. 

Acá está Mi última aventura, el único de los siete trabajos cordobeses que participan de la vigésimo segunda edición del BAFICI en competir internacionalmente, que relata en un cuarto de hora de tensión y cinematismo las tribulaciones de dos amigos que atraviesan la ciudad con la intención de robar treinta mil pesos. Y así es como la noche y la ciudad – un abrazo al maestro Dassin, que nos está escuchando – invocan las sombras alternativas de una urbe que nunca antes ninguna película fotografió así. Los realizadores afirman que usaron la luz que había porque si algo había menos que luces durante el rodaje era dinero para la producción. Siempre es positivo que se reconozca la importancia del uso de la creatividad ante situaciones adversas; hay que repetirlo como mantra. El resultado de esta austeridad obligada pero orgullosamente asumida es la adopción de una iconografía que Salinas y Sonzini vuelven a configurar y que esquiva el mito cultural tradicional de la ciudad como una cuna de saberes de antaño, como “La docta”. En este relato lo que prima es la urgencia, no la Historia, y la materia prima es la noche porque el día brilla por su ausencia; se usa moto porque no hay tiempo para andar a pie y no se habla si no hace falta. En este sentido, podemos argumentar la única reprobación contra Mi última aventura: la voz en off, aunque no es gratuita ni reiterativa, se impone sobre la imagen en tomas en las que debiera ocurrir lo contrario. Permitir aún más que sea la noche la que hable, que hable casi en exclusividad, con sus pulsaciones sónicas mecánicas, lejanas, sus rumores tóxicos y fabriles o la grieta de los escapes de los vehículos, o la siniestra ausencia de ruidos que a veces cubre la ciudad ante nuestra vista (algo que de hecho este corto emplea por momentos), quizás hubiera beneficiado el microclima noctámbulo que, no obstante, Salinas y Sonzini (re)crean con talento y aspiraciones, cumplidas, de atraer con un lazo los confines del cine noir para este lado.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Argentina, 2021)

Dirección: Ramiro Sonzini, Ezequiel Salinas. Duración: 15 minutos.

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