A Sala Llena

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Mujer bonita y un cuento de hadas de Buenos Aires…

Mujer bonita y un cuento de hadas de Buenos Aires…

Hoy quiero dedicarle
la columna de esta semana a un cuento de hadas en particular, muy querido por
mí,  y a una de las grandes películas que
éste ha engendrado.

La estructura de
cuento de hadas, ha sido para el cine una especie de gran seno materno lleno de
leche, que lo ha nutrido de manera robusta y calórica a lo largo de su
historia. Desde films que llevan a la pantalla fielmente las aventuras que las
abuelas nos contaban antes de dormir, hasta los otros, que solo se inspiran de
manera poética, en su “maquetita” a prueba de balas.   Hoy me gustaría hacer un recorrido por allí
y, aprovechando el zarpazo, contarles un poco en qué devaneos me encuentro por
estos días. Me gustaría, si ustedes me lo permiten y para subrayar y remarcar
febrilmente el tema en que pivoteará la columna de hoy,  que ésta sea narrada a la usanza de cuento de
hadas, para darle un condimento extra. De esta manera, podemos fantasear con
que quede en la memoria colectiva y con que los padres de buen corazón que les
cuentan a sus hijos historias al borde del sueño, la elegirán algún día como
repertorio infalible. Por supuesto,  la
aventura comenzará con el eterno “Había
una vez…”

Había una vez una
jovencita (permitámonos licencias poéticas), que habitaba en una torre
muuuuyyyy alta, cerca de la esquina en la que se besaban dos importantes
avenidas de Buenos Aires. Casi siempre estaba allí, con su cabello largo y
rubio, asomada a las ventanas, tomando mate cocido, peinando a sus gatos,
calzando zapatos relucientes, hablando por teléfono o escribiendo su columna
semanal, que salía los jueves en una ilustrísima página de internet de la
República Argentina. Hacía tiempo ya, que su príncipe azul dormía a su lado a
pata ancha y que, con él, llevaba a cabo por las noches y a veces durante el
día,  faenas amatorias cuasi ilegales,
por lo que no podemos, sin faltar a la verdad, referirnos a ella como
“doncella”. Pero si será la heroína de nuestro relato y si será también, el
hilo conductor que nos permita pasearnos por unos de los cuentos más hermosos y
queridos de nuestra crianza.

Por estos días, la
joven del cuento, estaba tapada de laburo y debía cumplir con sendas labores
que le permitían de manera benévola, despuntar los vicios a los que se dedicaba
en cuerpo y alma. Todo parecía ir saliendo, en mayor o menos medida, a pedir de
boca. Ella iba deslizándose pacíficamente, silbando bajito,  por sus labores de manera bastante organizada.
Era como ir patinando muy piola, por una pista de hielo interminable y perfecta.
Debemos decir que, a esta heroína, no se le podía pedir demasiado, ya que sus
habilidades eran, cuanto menos, limitadas y su capacidad para el ocio, la
dispersión y el entretenimiento barato, tenían arraigo proverbial tanto en su
voluntad, como en sus costumbres. Pero, así y todo, ella se las ingeniaba para
ir cumpliendo  y para ir sorteando uno a
uno cada obstáculo, por lo que sus jornadas transcurrían de manera pacífica,
dulce y caprichosamente neurótica.

Pero un día, como no
podía ser de otra manera, todo se complicó. La vida de golpe se puso patas para
arriba y la pista de patinaje por la que nuestra amiga se deslizaba, comenzó a
tener unos agujeros tremendos, que le dificultaban de manera indecible la
patinada y que, sobre todo, le volvieron las tareas a realizar, poco menos que
imposibles.  Verán, nuestra protagonista,
le pagaba tributo todos los meses, a un enorme monstruo de una sola cabeza
llamado Fibertel, que se comprometía a proveer su servicio de internet de
manera veloz, eficaz e ininterrumpida. 
Como su trabajo dependía de manera significativa de ello, nuestra
cenicienta pagaba sin falta y a término, el arancel mensual que el monstruo de
una sola cabeza le imponía. Pero, en un mal momento,  la conexión se cayó y esto hizo que las cosas
se pusieran bastante fuleras para nuestra querida compañera de aventuras.

Los primeros días sin
internet, ella llamó amablemente al call center, para pedir que su problema
fuera solucionado. Un técnico vino, le dijo que ya estaba todo arreglado y se
fue. Al día siguiente, su conexión se había caído nuevamente.  Volvió a llamar amablemente  y comentó lo que había sucedido. Otro técnico
se apersonó en su casa pasados los días, solo para terminar anunciándole que
vendría alguien más,  porque el problema
era complicado. De eso hace ya siete días, y nuestra heroína ya ha pasado dos
semanas sin su conexión y ha ido de llamar amablemente, a despotricar  brutalmente, sin pudor, haciendo que los
telefonistas pasen malos momentos, convirtiéndose ella misma en otro monstruo.
Porque eso, en el fondo, es lo que quieren todos los monstruos y todas las
madrastras: volver horribles a las princesas. Por supuesto, contempló la
posibilidad de dejar de pagarle al monstruo y buscar otro proveedor de
internet, pero eso solo redundaba en muchas molestias, en más complicaciones y
demoras y, tanto  su trabajo como sus
vicios, se verían seriamente comprometidos. No hay esclavitud más efectiva que
la comodidad y los monstruos de una sola cabeza saben eso perfectamente.

Ella tenía planeado
charlar hoy con ustedes de Cenicienta y
de cómo este cuento tan arraigado en la memoria colectiva ha servido para
construir relatos maravillosos en la pantalla grande y cómo esos relatos se han
quedado para siempre en el corazón de la gente, casi tanto como la historia
legendaria de la chica envidiada y acosada por su madrastra y dos horrorosas
hermanastras. La idea era comentar varias películas, desde el largometraje
animado de 1950 de la Disney, pasando por la olvidable Por Siempre Cenicienta de Andy Tennant,  mencionando también a la La Nueva Cenicienta, hasta  una de las historias más convocantes
inspiradas en el cuento de Perrault: Mujer
Bonita.

Mujer Bonita se estrenó en 1990,
dirigida por Gary Marshall y arrasó con la taquilla alrededor del globo.
Concebida desde el inicio como una historia con tintes dramáticamente irreales,
el argumento caminaba haciendo equilibrio por la cornisa entre el melodrama y
el ridículo de  forma arriesgada y temeraria.
Con un elenco complicado (Julia Roberts era prácticamente una desconocida y
Richard Gere no era más que un galán glorificado), la película salió al mundo
con la cabeza en alto y, milagrosamente, conquistó  inequívoca e irrefrenablemente a un público
que estaba ávido de fantasías e historias blandas que le llenaran el corazón de
esperanza y lo transportaran de vuelta al universo preñado de posibilidades de
la infancia. La estructura funcionó como por arte de magia. El Príncipe
(Richard Gere) un importante ejecutivo millonario, la Cenicienta (Julia
Roberts) una hermosa prostituta pelirroja, llena de inocencia, humor y
juventud. Los dos eran dinamita a la hora de enamorarse y al momento de hacerle
olvidar al espectador que lo que estaba viendo, no era más que un cuento de
hadas.  Todos los roles de la estructura
original del cuento fueron cubiertos por grandes actores y de forma
maravillosa. La Madrastra y las Hermanastras fueron representadas por el genial
Jason Alexander, quien encarnaba a un abogado ambicioso, malvado, violento y pre
juicioso empleado por Gere.  El Hada
Madrina era nada menos que Hector Elizondo. 
Un gerente de hotel, dulce, bonachón y sumamente respetuoso, que hacía
que la protagonista se enfundara en vestidos y zapatos alucinantes, para
acompañar a su amado al baile. A la hora de definir la historia, era este
personaje el que le daba el empujón final al Príncipe, para que fuera a buscar
a su amada. La cinta se apoyaba en ellos con buen instinto y creía firmemente
en la idea de que, la historia original, haría que esta nueva versión fuera
aceptada con fuerza y cariño por los espectadores. El resultado: todos quedaron
“encantados” con el film y jamás lo olvidaron. Lo verdaderamente llamativo de
todo el proceso es el fenómeno producido por la capacidad del clásico de un género,
de engendrar un clásico de otro género de manera virtuosa y perenne.  Mujer Bonita es, sin lugar a dudas, la
versión de Cenicienta más popular e
importante  del siglo pasado y se merece
un lugar de privilegio en la videoteca de cualquiera. Este film tiene la
capacidad sobrenatural, de convertir al espectador en un creyente, aunque solo
sea por una hora y media o dos.

Ahora volvamos un
rato con nuestra protagonista estrella, atosigada y superada por la falta de
internet y casi al borde del colapso nervioso por la abstinencia de
twitter. 

Sus días transcurrían
de manera virulenta, entre querer caerle a golpes a cualquier telefonista
tercerizado, hasta imaginar frondosamente que Aníbal Fernandez,  montado en un caballo blanco y con armadura
destellante, se apersonaba en cualquiera de las oficinas del dragón, sacaba su
espada y los obligaba a devolverle el servicio prontamente.

Y fue así que,
inspirada por el alma mágica de los cuentos de hadas, se sentó a escribir esta
columna, llena de rabia y frustración al principio, pero más liviana limpia y
renovada hacia el final. Porque los cuentos de hadas como este, tienen esa
capacidad infinita de calmar nuestras inquietudes y narcotizarlas con delirios
de romance, amortiguando y haciendo menos angustiante la espera. Como Penélope al
caminante, aguarda con la mirada fija en el horizonte, al técnico en mameluco
que se digne a aparecer.

Cepillando su
cabellera, hojeando libros dorados, probándose zapatitos, lavando platos y
pispeando películas de su larga videoteca impotente, nuestra heroína deshoja la
margarita de la resignación y se traga su cólera fabricando nuevas fantasías.

Eso sí, las faenas
amatorias con su príncipe azul, le lamen bastante las heridas…

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