ENTRETENIMIENTO TOTAL PARA SIEMPRE
Faltaba casi un mes para el estreno de No puedo vivir sin ti y los 141 segundos de un tráiler eran suficiente para provocar la predicción colectiva de que El Chueco no haría mucho más que reemplazar con un smartphone la adicción futbolera con la que tenía que lidiar Julieta Díaz en El fútbol o yo. Es extraño intentar explicar el desencuentro de los personajes de Suar con el público en 2024: Jaque mate, la película que presentó a fines de enero con el apoyo de Amazon, llevó apenas 65.000 espectadores al cine, un récord negativo terrible en su filmografía y a la vez el número que lo convirtió en el estreno argentino en cines más convocante en lo que va del año. Al día de hoy, No puedo vivir sin ti figura con el cartel de “N.° 2 en películas hoy” en el menú de Netflix. Es tentador especular sobre la transparencia con la que Netflix puede dar esa información cuando nunca ofrece un número concreto de reproducciones, pero en definitiva es la realización misma de la película la que dice algo concreto sobre la viabilidad comercial de Suar como figura, o al menos sobre su capacidad de minimizar riesgos.
Esa comparación obvia entre El fútbol o yo y No puedo vivir sin ti es, además de entendible y sintomática, muy pertinente como punto de partida para analizar dos visiones distintas sobre la hipercomunicación, y sobre cómo El Chueco es usado para ejemplificarla. En EFOY, el personaje de Suar iba quemando relaciones laborales, amorosas y familiares como adelantándose siete años a un drama sobre el peligro de las apuestas deportivas, mientras desplegaba su homofobia como un Minguito malvado y se desconcertaba con algunos fenómenos en ascenso, como el de su yerno youtuber. NPVST no tiene tanto lugar para que se asome la oscuridad (salvo cuando un personaje secundario describe la peor consecuencia que puede tener el uso inadecuado del celular) y necesita a un Suar moderadamente rioplatense para sostener el atractivo de una coproducción cuyo argumento transcurre en Bilbao: en sus líneas el yeísmo y el voseo se mezclan con expresiones como “garaje”, “móvil” y “recogí” (por “retirar”), y los rasgos negativos del personaje (Carlos) no se meten en el terreno de lo tóxico. Esto quiere decir que la película ignora completamente todas las derivas que podía tener la premisa de un hombre en un matrimonio de muchos años con una adicción al celular: Carlos podría mirar porno a escondidas, pelearse con trolls en Twitter o perder demasiada plata en Betsson, pero la película lo limita a ser un workaholic obstinado con obtener el más mínimo margen de ventaja que los nuevos celulares puedan brindarle para ayudarlo a ascender en su empresa. Esto es lo que va a poner en riesgo su relación con Adela (Paz Vega) y sus hijos.
Lo que sí se permite la película son reflexiones y guiños sobre la dependencia excesiva en los smartphones para evitar cualquier momento de aburrimiento (la secuencia de títulos podría ser un homenaje a los signos grotescos del sedentarismo en WALL·E), la sobrestimación de la inteligencia artificial (“Entonces no sos tan inteligente”, le dice Carlos a la asistenta de su celular) y la grind culture en el universo laboral. Tanto confía la película en subrayar esos gestos que incluso algunas alusiones a la vida analógica tienen forma cinéfila (Carlos y Adela evocan viejas citas en un café llamado Lumière, y Carlos intenta ganar una ronda de dígalo con mímica diciendo que la película en cuestión es La Pasión de Juana de Arco), lo cual es un poco presumido tratándose de un contenido cuyos créditos no duran diez segundos antes de que su distribuidora los corra para ofrecernos ver otra cosa. La plataforma patea al medio del algoritmo para decir, de la forma más convocante posible, que no le entreguemos todos los órdenes de la vida a la comodidad atrapante del celular.
Más allá de todo la película no es tan obvia, y hasta es valorable el giro argumental del final para que la redención no fuerce tanto el verosímil. Lo que es inevitable es que NPVST se apoye casi completamente en la sonrisa, los gestos, los gags físicos y la entonación extenuantes pero irresistibles del Chueco. Cuando brinda una exhibición de sus trucos más confiables todos los personajes se convierten en straight men reaccionando a sus payasadas: esa es la mayor dependencia en la película, y para quienes ya conocen hasta el hartazgo el estilo de Suar al menos la convierte en un experimento curioso. Tal vez el mayor mérito sea que dé ganas de comentarla por Twitter a cada escena.
(Argentina, España, 2024)
Dirección: Alejandro Requejo. Guion: Alejandro Requejo, José Gabriel Lorenzo. Elenco: Adrián Suar, Paz Vega, Ramón Barea. Producción: Eduardo Carneros, Eduardo Gilsanz, David Naranjo, Santiago Requejo, Carlos Sanz. Duración: 98 minutos.