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CRÍTICAS - CINE

Nunca me Abandones, según Rodolfo Weisskirch

Ideal para vender pañuelos

Festejan las fábricas de Kleenex y Carilina. Festejan los fabricantes de pañuelos de tela. Llega la película que les va a salvar el año. Piden que sea un gran éxito de taquilla, así no tienen que esperar sentados a que lleguen los “tanques” sentimentales del Oscar que viene.

Durante los años ’90, surgieron del mundo videoclipero interesantes directores, con ideas renovadoras. Por estética, forma de narrar y estilización, muchos cinéfilos esperaban con ansias que estos mismos encontraran productos interesantes para llevar a la pantalla grande.

Si bien la mayoría tuvo (o tienen) carreras irregulares, no se puede dejar de admitir que todos dejaron su sello. Algunos de manera superficial (Ej: Snyder, Bay, Tarsem Singh), haciendo énfasis en lo visual más que nada. Otros se resistieron un poco a impostar demasiado la estética y lograron dignos productos mezclando clasismo narrativo con un estilo visual interesante y pulso cinematográfico (Ej: Fincher) y por último un selecto grupo de autores natos que impusieron formas de narrar menos convencionales, con estéticas más jugadas. De este grupo se destacan un gran realizador como Spike Jonze o un autor extraño, a veces desconcertante, como Michel Gondry.

Mark Romanek, tiene una trayectoria impresionante en el mundo del video clip. Su ópera prima cinematográfica es de 1985, la inconseguible Estática. La segunda película llegó recién en 2002, fue un interesante thriller voyeurista, inspirado en el mundo depalmiano, pero menos extremo en lo sexual y onírico, como fue Retrato de una Obsesión, con un soberbio Robin Williams (quizás la mejor actuación de su carrera). No se trataba de una gran película, pero tenía gratos momentos de tensión y suspenso, además de un análisis profundo acerca de la psicosis de un personaje encerrado demasiado tiempo en un cuarto oscuro y abstraído por su trabajo.

Romanek se convirtió en una promesa a seguir. El segundo proyecto con el que estuvo relacionado por mucho tiempo fue El Hombre Lobo (2010), pero diferencias artísticas y económicas lo alejaron del proyecto y la posta la tomó, Joe “Capitán América” Johnston. En cambio, Mark cayó en la trampa Ivory y se dejo tentar por una novela de Kazuo Ishiguro (Lo que Queda del Día; La Condesa Blanca)

Ivory hace más de 40 años que viene haciendo dramas épicos, y uno de los puntos altos de su cinematografía, es que a pesar de todo, logra evitar caer en el sensiblerismo barato, la lacrimogenia televisiva. La mayoría de sus personajes son tan fríos y reprimidos que no provocan que el espectador sienta gran empatía con ellos y se emocione fácilmente. Ahí reside el talento como narrador del director estadounidense de 80 años.

Pero Romanek crea el peor “cinema du qualité”. Aquel que más criticaban los directores de Nouvelle Vague. El que pretende emocionar con trucos viejos, con romances imposibles, con caras bonitas llorando e intérpretes jóvenes y sexis en estado vegetativo, acompañados por una fotografía crepuscular y música edulcorada.

Así como la sobrevalorada, Diarios de una Pasión, Nunca me Abandones sale en búsqueda de un público femenino que se sadomasoquisa piantando lagrimones a cada segundo.

La historia tiene un toque fantástico, que parece sacado de la Dimensión Desconocida: un mundo utópico, casi perfecto. Los huérfanos son criados como animales. Los alimentan bien y cuando están listos, los llevan al matadero para que sus órganos sirvan a aquellos que tuvieron una infancia “normal”. Pero, resulta que estos chicos también tienen “alma” y “sentimientos” y se pueden enamorar, pueden tener celos, rencor, vergüenza de admitir lo que sienten, y así somos testigos de tres momentos en la vida de Kathy, Ruth y Tommy. Todos demasiado inocentes, son manipulados para que vivan de acuerdo a las reglas, con miedo, encerrados en un mundo creado por “adultos”. Pero, de repente se presenta una esperanza: demostrar que lo que sienten es amor verdadero. Claro, hay un problema. Una de las dos chicas va a quedar afuera.

Muy probablemente la novela de Ishiguro debe ser hermosa, gracias al lenguaje y vocabulario que maneja el exitoso escritor japonés, pero lo cierto es que Romanek y Garland (el escritor de La Playa y otros productos mediocres de Danny Boyle) se lo toman todo con demasiada solemnidad, y la inocencia de los protagonistas bordea lo ridículo. Además pareciera que se han empeñado tanto en concentrar toda la acción en menos de dos horas, que ninguna parte adquiere profundidad narrativa. Si bien la primera, cuando tienen 13 años, es la mejor trabajada (gracias al gran trabajo del trío protagónico, versión púber) no alcanza a enganchar, porque rápidamente viene la segunda (los personajes cumplen 18) y cuando uno se compenetra con la historia, ya se viene la última, sufrida e interminable parte. O sea, el medio necesitaba, sin duda mayor desarrollo. Pero Garland prefiere apuntar todos sus dardos lacrimógenos al tercer acto, y acá todo flaquea, provocando que queramos buscar un cuchillo, para cortarnos las venas y dejar de sufrir con los personajes.

“Estos chicos necesitan aprender un poco de anarquía”, pensaba mientras la veía. De hecho, una profesora intenta hacerlo y no dura demasiado. Pero me la sensación que el que necesita aprender un poco de anarquía cinematográfica es Romanek. No voy a negar que cada plano es bellísimo y contiene un gran trabajo de armado interno en puesta en escena. Pero al mismo tiempo es demasiado previsible. No hay marca autoral (ni siquiera en la comparación con el encierro de los chicos y el personaje de Williams en Retrato…) Tampoco voy a negar que la banda sonora de Rachel Portman, independientemente del film es hermosa, pero todo junto funciona simplemente como una máquina industrial, en la que cada tuerca forma parte de un gran brazo capacitado para esparcir lágrimas a diestra y siniestra.

Seré yo muy frío, pero si mis ojos caían era para ver la hora y calcular cuanto faltaba para que este culebrón se diera por terminado.

Carey Mulligan logra sostener el relato, expresiva, hermosa, reprimida e inclusive austera, es lo mejor del elenco. Keira Knghtley, en cambio fuerza cada gesto en pos de hacer verosímil a su mosquita muerta y no lo logra, mientras que Andrew Garfield, no tiene la suficiente destreza para llevar a buen puerto a este muchacho tímido tirado por dos sogas femeninas. Tengo fe que será mejor Peter Parker que Tobey Maguire, y ha demostrado soberbia en Red Social, pero en Nunca me Abandones no encuentra su lugar. Los mejores momentos interpretativos se dan cuando Charlotte Rampling o Sally Hawkins irrumpen en pantalla. La primera como la escalofriante directora del orfanato, una seudo doctora Menguele inglesa. La segunda aporta calidez en el único personaje, capaz de abrirle los ojos a los personajes.

Generalmente soy una gran defensor del cine clásico y el “cinema de qualité”, pero esta vez me sentí muy incómodo en la sala. Voy a citar a Joel Coen:

“Odio cuando la gente llora por películas. Es desconcertante cuando estás frente a una muy fea película y escuchás gente alrededor tuyo sobando y soplando sus narices”.

Ni más ni menos eso es lo que sentí.

 

 

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