A la caza del diamante blanco:
Un intrépido perro se interna en un bosque escarpado, sombrío y tapizado de hojas amarillas de otoño. Lo sigue su dueño, que lo felicita con ternura tras hallar un trufa. Este es el pictórico comienzo de The Truffle Hunters (2020), segundo largometraje dirigido en colaboración por los realizadores estadounidenses Michael Dweck y Gregory Kershaw, que cuenta con la producción ejecutiva de Luca Guadagnino.
La dupla de realizadores aprovecha la belleza de los paisajes y del costumbrismo local hilvanando con naturalidad pintorescas escenas cotidianas que narran las historias de tres hombres ancianos y sus fieles perros, expertos cazadores de trufas blancas de Alba (en la región del Piamonte, nordeste de Italia). De esta manera logran el primer mérito de sostener su película desde una narrativa puramente visual, eludiendo el clásico formato artificial de entrevistas en plano fijo a distintos protagonistas o eruditos del tema a abordar.
La trufa es un variedad especifica de hongo subterráneo que se considera como el diamante de la cocina. Esto se debe a su refinada exquisitez al paladar, a la vez que es un producto gastronómico escaso. Esta perla crece en pocos lugares, en condiciones climáticas muy especificas y es un producto natural silvestre, que hasta el momento ha resultado imposible de cultivar. De allí, la fortuna a la que cotiza en el mercado de alta cocina.
Además, la trufa es bastante difícil de encontrar. La caza de trufas es entonces un oficio artesanal. Sólo los tradicionales y experimentados cazadores locales (que tienen una singular una conexión con la naturaleza) y sus perros entrenados logran tener éxito en su hallazgo.
Aurelio relata las exorbitantes sumas de dinero que le han ofrecido varios comerciantes a cambio de vender sus secretos o su entrañable y fiel perra Birba. Sergio es ex cazador decepcionado que se mantiene estoico en su decisión de abandonar el oficio. Carlo continúa cazando a la noche porque le gusta escuchar los búhos, pese a la prohibición de su esposa que se preocupa por su salud.
Así se va delineando un campo de tensión entre estos hombres que trabajan de manera independiente (cada uno con su correspondiente zona de caza) pero que colaboran entre sí y que resisten en la tradición arraigada a la tierra contra dos enemigos implacables. Por un lado, el calentamiento global que afecta a los suelos y por ende a la cantidad y calidad de las trufas. Por otro lado, el avance despiadado de la codicia capitalista, que se manifiesta con la deforestación y la competencia encarnizada de los cazadores furtivos que no respetan los territorios e incurren en practicas desleales como el envenenamiento de los inocentes caninos.
La película va estableciendo un contrapunto simbólico y poético entre estos dos mundos a partir de un logrado trabajo de montaje. Así la pasión de los ancianos por la caza de la trufa, que incluye cuidado, entrega y sacrificio (labor mal paga y poco reconocida), contrasta enormemente con el lucro de los comerciantes en el mercado negro y con el consumismo de los acaudalados que asisten a la subasta de una mega trufa, lujosamente exhibida para ser vendida a precios astronómicos. Del mismo modo, la nostálgica y vivaz música folclórica, vinculada al “paese” de estos hombres en armonía con su tierra (y que no pueden disfrutar de las mismas trufas que recogen); se contrapone a la música clásica, sublime pero impersonal, del catador afamado que se deleita comiendo el preciado manjar.
The Truffle Hunters se sostiene entonces entre el logrado retrato de estos hombres que resisten al paso del tiempo, la conmovedora elegia al ocaso de un mundo en extinción y la reflexión sobre el valor del trabajo y la dedicación, que se olvidan detrás de cada cosa que consumimos.
© Carla Leonardi, 2020
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(Italia, Grecia, Estados Unidos, 2020)
Dirección: Michael Dweck, Gregory Kershaw. Duración: 84 minutos.