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Festivales - NEW YORK

#NYFF63 | Duse

En los albores del siglo XX había dos estrellas o divas brillando en el firmamento del espectáculo europeo. Una era Eleonora Duse y la otra, la francesa Sarah Bernhardt (interpretada en este film por Noémie Lvovsky, quien aparece con una peluca espectacular; un cameo que se esfuma en la imagen siguiente), ambas contemporáneas en su oficio, diferentes en su estilo. A la vez, debían discutir su liderazgo con las divas británicas Patrick Campbell y Ellen Terry. Entre las cuatro formaban un variado arco de modos interpretativos.

El público y la crítica apodaron a Duse “La divina”, título que compartió con Bernhardt, pero fue admirada especialmente por el maestro de maestros, el ruso Konstantin Stanisvlaski, quien tomó de ella su método introspectivo y naturalidad en la creación del personaje.

Eleonora Duse tuvo grandes altibajos en su carrera, de los cuales doce años quedaron suspendidos en el olvido. Murió de tuberculosis en 1924, en Pittsburgh, donde había arribado luego de una gira por algunas ciudades de los Estados Unidos.

Un año antes falleció Bernhardt, como si sus destinos giraran en paralelo, tanto en la vida como en la muerte. Y el cine otra vez las confronta en films que salen al público simultáneamente: se estrenó en Francia Sarah Bernhardt, La divina, dirigida por Guillaume Nicloux, y cuenta también los últimos años de la otra diva, una mujer que vivió múltiples vidas, donde el amor y el teatro importaban más que nada. 

La personalidad de Sarah, su genio artístico, sus amoríos y los acontecimientos que marcaron su vida fueron ricos y consistentemente extraordinarios. No sólo fue una actriz inmensamente trágica con un magnetismo poco común, sino también una mujer adelantada a su tiempo. Libre y decidida, expresó audazmente sus puntos de vista políticos y feministas, a menudo en contra de la opinión de la mayoría. En ese sentido, el paralelismo con la Duse es tan semejante, como si fueran las dos caras de una misma moneda, pero a la vez la Duse se esfuerza por refutar otras ideas de su rival sobre su arte y sostiene que dialogar con ella era “como entrar en un mundo donde el tiempo se detuvo”.

Pietro Marcello, director de Martin Eden, continúa la clave melodramática y decide rendir homenaje a Eleonora Giula Amalia Duse desde el punto de vista de una mujer que ya no es joven -interpretada por una excelente Valeria Bruni Tedeschi-, y en la cual se nota el deterioro de su vida conflictiva con sus amores y especialmente con su hija Enrichetta (Noémi Merland), a tal punto que, cuando ésta la va a ver con sus hijos al teatro y ella los descubre, los hace echar.

Marcello convierte Duse en un híbrido entre un biopic y ficción, en el que se entremezclan escenas de la vida política de la época, basada en imágenes de archivo, y segmentos de una obra La dama del mar, de Henrik Ibsen, autor que la lanzó a la fama, con otra de una obra de Gabriele D’Annunzio y de su protegido: un joven soldado devenido a dramaturgo, Giacomo Rossetti, al quien le encargó una obra moderna y experimental, cuyo fracaso no se hizo esperar. 

En medio de la crisis social que atraviesa Italia, del auge del fascismo, la Duse decide llevar a un grupo de actores jóvenes al escenario a interpretar La dama y el mar. Entre las recomendaciones que da a sus actores y actrices, dice: “El arte, como en la guerra: requiere sangre, sudor, barro, coraje y disciplina”. 

Marcello rescató la figura de una mujer que era extremadamente reservada e introvertida, y que una vez le dijo a un periodista: “Fuera del teatro, no existo”. Fue conocida en su época por su intenso naturalismo e introspección en cada uno de sus personajes. El director también muestra a una actriz enferma, y arruinada por las deudas tras la quiebra del Banco de Berlín, a la que Mussolini ayudó pagando todas sus deudas y dándole un subsidio vitalicio.

El guion, que Marcello coescribió con Leticia Russo y Guido Silei, toma la fama de la Duse y lleva su historia a 1917, casi el final de Gran Guerra, varios años después que la diva ya se había retirado de los escenarios.

Tras la primera toma panorámica, con soldaditos de plástico de la Primera Guerra Mundial (se mantienen inmóviles envueltos en una espesa niebla, que por instantes los desdibuja), la película abre con la Duse vestida de negro y con un velo del mismo color, en su visita a los soldados que están en el frente.

El director de fotografía Marco Graziaplena crea en sus imágenes atmósferas que van desde lo luminoso, en las secuencias del mayor esplendor de la actriz, hasta los claroscuros de la decadencia. Acompaña una banda sonora vibrante de sintetizador, que logran desintegrar el archivo y hacer que parezca ajeno a los personajes, aunque a la vez anacrónico para el público actual. También resalta el fabuloso diseño de vestuario de Ursula Patzak, que rescata el estilo desordenado con el que vestía la Duse.

Tal vez a Marcello le faltó rescatar amores con Lina Poletti. Y la única incursión fílmica de la Duse que fue en la película muda de 1916 dirigida y coprotanizada por Febo Mari, titulada Cenere (Cenizas), adaptada de la novela de Gracia Deledda. 

Duse es un claro ejemplo de lo que significa la soledad, borrada del presente sin remedio, extraña ya a todas las promesas del porvenir. Cuando su persona se transformó en mito, la soledad se vuelve aún más abrumadora, dando una falsa luz a su realidad. La Duse no fue sólo un mito; fue alguien que brilló y se opacó, y como la vida misma se fue desgastando hasta perderse en el olvido.

(Italia, Francia, 2025)

Dirección: Pietro Marcello. Guion: Letizia Russo, Guido Silei, Pietro Marcello. Elenco: Valeria Bruni Tedeschi, Fausto Russo Alesi, Fanni Wrochna, Noémi Merlant. Producción: Benedetta Cappon, Carlo Degli Esposti, Marco Grifoni, Nicola Serra. Duración: 122 minutos.

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