A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

Días perfectos (Perfect Days)

EL HOMBRE QUE ESTÁ SOLO Y ESPERA

And the dealer wants you thinking

That it’s either black or white

Thank God it’s not that simple

In my secret life.

Una de las nociones más complejas de transmitir a través de la puesta en escena es la de iteración: ¿cómo dar a entender la existencia de una repetición, de una rutina, sin necesidad de mostrarla cientos de veces? En ello juegan varios factores: la elección de los encuadres, la continuidad del sonido, la tensión y el tono de los actores, los elementos del cuadro y la manera en que se nos presentan. Desde el ascetismo más discreto, Perfect Days redobla la apuesta: ¿cómo transmitir la noción de que algo infinitamente rutinario pueda resultarnos nuevo cada día?

En un principio, la propuesta de Perfect Days me remitió mucho a la reciente Paterson, de Jim Jarmusch: en ambas, el protagonista es un hombre empleado del servicio público -prácticamente invisible a los ojos de quienes lo rodean- que cultiva una profunda vida interior. Mientras el colectivero que interpretaba Adam Driver todavía debe estar reconstruyendo su obra de bellísimos poemas que no tiene la menor intención de publicar, Hirayama (Koji Yakusho) limpia con esmero los baños públicos de Tokyo a la vez que atesora una colección de cassettes con la música de su juventud, en la cual el grito rebelde del rock and roll obra como intérprete de sus largos silencios.

Se señala a Perfect Days como un regreso con gloria para Wim Wenders, luego de una floja retahíla de ficciones y un mucho más sólido (pero progresivamente menos interesante) recorrido por el documental. Sin embargo, los elementos que conjuga aquí no son ajenos a su obra, sino que la profundizan. Las calles de Tokyo -que ya recorriera en Tokyo-Ga y en Notebook on Cities and Clothes– lo encuentran tan propio y tan ajeno como a su protagonista, que recién a partir del reencuentro con una sobrina (Arisa Nakano) nos permitirá revelar algo de un turbulento pasado familiar que lo ha empujado al autoexilio. El motivo del hombre aislado, taciturno, que cumple una interminable condena autoimpuesta, remite inevitablemente a dos de sus más importantes películas: Las alas del deseo y Paris Texas. El hombre que nunca termina de ser, desgarrado entre el peso de sus pecados y el férreo autodisciplinamiento para alejarse de ellos. En esta ocasión, Wenders despoja la obra de alegorías y reduce las explicaciones al mínimo, casi convirtiendo a Hirayama en un recipiente vacío para que lo llenemos con todos nuestras frustraciones y anhelos de escape. 

No en vano es la música (el aullido de Patti Smith, la fragilidad de la guitarra de Lou Reed, la majestad de los arreglos orquestales de Nina Simone) el puente entre Hirayama y el mundo, la única capaz de sugerir aquel pasado preservando la ambigüedad de una vida secreta siempre frágil. La única dirección posible parece encontrarse en las líneas de una autopista que une el desierto texano con los rascacielos de Japón y que nos llevará donde Wenders decida llevarnos, siempre en fuga y siempre hacia delante.

(Alemania, Japón, 2023)

Dirección: Wim Wenders. Guion: Wim Wenders, Takuma Takasaki. Elenco: Kôji Yakusho, Tokio Emoto, Arisa Nakano, Hoi Yamada, Yumi Asô. Producción: Wim Wenders, Takuma Takasaki, Koji Yanai. Duración: 123 minutos.

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