EL DESENCANTO
Pleasure cuenta una historia de ascenso y caída, un modelo narrativo viejo como el mundo, un poco cercano a la fábula, que previene contra los peligros del éxito, la ambición y el olvido de los orígenes. Hasta ahí, nada raro ni nuevo. Pero Ninja Thyberg sitúa su película en el mundo del porno, y ahí todo cambia, todo se mueve. Decimos película como si fuera una, aunque podríamos hablar de dos: una que transcurre desde el punto de vista de Bella, una chica sueca que llega a Estados Unidos para probar suerte como actriz porno, y otra que toma la historia de Bella como excusa para hablar de la industria del porno, de sus reglas brutales y del lugar de la mujer. La primera película es humana y vital: la directora narra los inicios de la protagonista como un relato de maduración en el que Bella aprende los códigos internos de las producciones pornográficas. La sensibilidad infrecuente de Thyberg le permite contar esto sorteando los subrayados: todo se muestra desde los ojos alucinados de Bella, que se acerca a ese universo sin prejuicios, con el ánimo desenvuelto del que está decidido a todo para triunfar. Como en cualquiera de estas historias, el ascenso está plagado de pruebas destinadas a templar el carácter de la heroína: Bella debe superar temores, abrazar experiencias nuevas y aceptar las injusticias de la industria. Contra la tentación de la denuncia, la directora retrata un ambiente humano, sin monstruos, en el que el poder no siempre está ligado al género (hay hombres, como su primer manager, que no saben o no pueden defender a sus representadas como debieran, y mujeres, como las star, que eligen sus proyectos). Los directores y productores oscilan entre el malhumor y la comprensión, son menos tiranos machistas que comerciantes ocupados por hacer valer el dinero invertido. Ese carácter anfibio los vuelve personajes un poco fascinantes. Al tránsito esperado de la protagonista, Thyberg le agrega el detrás de escena del mundo del cine porno con sus espacios característicos, ecosistemas que mezclan glamour con decadencia: además de los rodajes hay viajes, fiestas, sesiones de fotos y encuentros con managers que parecen sacados de un film noir. La película recorre estos entornos con una voluntad notablemente descriptiva y se abstiene de comentar, de bajar línea, a veces incluso hasta observa con cierta perplejidad.
Pero hay otra película, una que compite con la anterior por el sentido y que tiene sus arrebatos y sus estallidos propios. Esta otra película no entiende de matices ni ambigüedades, lo suyo es machacar con una o dos ideas, el subrayado y nunca la duda. Es como si en Thyberg convivieran dos directoras. Esta, que para nosotros sería la segunda, es sensacionalista y oportunista, se sirve de la historia de Bella para denunciar formas veladas y explícitas de machismo, crueldad y embrutecimiento. Esta Thyberg encuentra en Pleasure una trayectoria que excede la ficción: la directora siente el pulso del momento histórico y huele las posibilidades que puede proveer una película que hable de las miserias de la industria pornográfica. Intuye, o más bien sabe, que ese movimiento puede abrirle en el acto las puertas de festivales y premios. La denuncia contra el porno tiene una audiencia amplia que sabrá escandalizarse con las condiciones laborales de las mujeres. No es tiempo (dice esta evil Thyberg) de grises, hay que tomar posición, surfear la ola y aprovechar su empuje. Esto se ve en los momentos en los que a Bella se la fuerza a participar de escenas contra su voluntad, o cuando la escena exige que se la agreda, y la protagonista debe transigir para seguir en carrera. La directora filma estos momentos buscando la incomodidad y el disgusto, la violencia que padece Bella se traslada a la cámara y al público, y por momentos es casi insoportable. El plan es simple y busca la conmoción inmediata, el shock fácil, recursos eternos del sensacionalismo.
Pero esa película hubiera sido demasiado poco, apenas un panfleto destinado a circular por círculos feministas y, también, por los reductos del moralismo. Es ahí donde entra la otra Thyberg, la directora en pleno, para proveer una visión propia: es decir, para mirar, que es otra cosa bien distinta de la denuncia fácil. Esta Thyberg, imaginamos, es la que sabe dirigir extraordinariamente bien a Sofia Kappel, que hace a Bella y se muestra capaz de actuar casi cualquier emoción, sea el estupor, la frustración o el cansancio (sobre todo el cansancio, un estado anímico difícil, elusivo, para el cine); es la que encuentra ocasiones para la comedia en momentos impensados, como cuando un actor que filma su propia escena desnudo no puede terminar de sacarse el jean y se enreda los pies; es la que descubre modos de solidaridad entre mujeres que trascienden cualquier consigna, cualquier hashtag al uso; y es capaz de capturar la energía y el nerviosismo y las tensión de un set de filmación evitando los lugares comunes y los prejuicios automáticos.
Por supuesto, las películas siempre son una y muchas a la vez, pero algunas saben hacer convivir mejor sus partes, o pueden suturar mejor las costuras. No es el caso de Pleasure, donde las dos películas chocan y se golpean, tal vez porque lo que se juega ahí son dos ideas del mundo, o del cine (es lo mismo): la denuncia a los gritos se lleva mal con la sensibilidad para narrar cuidando el espesor de la historia. Todo parece sugerir, de todas formas, que esta lucha por el sentido la gana, aunque sea provisoriamente, la Thyberg sensible, la cineasta, al menos a juzgar por la forma en la que la película deja en nosotros el recuerdo de Bella y de la obstinación misteriosa que la hace gravitar entre la fragilidad y el vigor, siempre impulsada hacia la aventura..
(Suecia, Países Bajos, Francia, 2021)
Dirección: Ninja Thyberg. Guion: Ninja Thyberg, Peter Modestij. Elenco: Sofia Kappel, Zelda Morrison, Evelyn Claire. Producción: Erik Hemmendorff, Eliza Jones, Markus Waltå. Duración: 109 minutos.