A Sala Llena

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Samurai Punk

Samurai Punk

DE AQUELLAS PELÍCULAS

No debe de ser demasiado frecuente (hoy) que un crítico de cine realice la crítica de una obra de teatro. En general los cinéfilos que devienen críticos son bastante alérgicos al teatro: la realidad se impone en el cine de un modo inmediato, mientras que en el teatro es necesario armar un sistema de convenciones por el cual dos sillas puestas de cierta manera son una habitación de hotel y, puestas de otra, la mesa de una cervecería. Además somos tímidos, en serio: nos da un poco de vergüenza que los actores estén ahí, incluso que se puedan equivocar cuando están sin red, cuando no hay retomas, cuando no hay montaje. Quizás -y disculpen la introducción- sea eso lo que nos vuelve furibundos ante una mala película: siempre se puede corregir en el cine. El teatro es mucho más una profesión de riesgo.

 

Dicho esto, me invitaron a ver en El Extranjero Samurai Punk, de Santiago Pedrero. Santiago es actor y es dramaturgo y es director; lo conocemos porque es, también, uno de los grandes rostros de aquello que llamamos Nuevo Cine Argentino y que hoy ya va para las tres décadas. Santiago fue el protagonista de Nadar solo, de Como un avión estrellado, de Excursiones, de La vida de alguien, de La migración. Es decir, Santiago es el protagonista de esas cuatro películas de Ezequiel Acuña. A Ezequiel lo conocemos todos; de hecho, lo queremos todos. Y también conocemos muchas de sus características, de sus ideas, de su vida. Hoy Ezequiel vive en Lima y, además de haber filmado La migración, es profesor de cine. Cuando lo encontramos, lo abrazamos siempre. Acá o allá.

Es importante contar esto porque Samurai Punk recoge muchos elementos casi mitológicos de la vida y la carrera de Ezequiel, mirados con amor y respeto por quien lo ha acompañado siempre. Es, en cierto sentido, una obra “à clef” como dirían los franceses. Mientras veía la muy buena actuación de Emiliano Carrazzone y Lucila Casalis como esos dos amigos que se juegan en Mar del Plata por cruzar a un actor famoso y convencerlo de que filme una película que aún tienen que terminar, me preguntaba cuánta de la emoción que me causaba lo que veía provenía de lo que yo sé del mito de Ezequiel Acuña. Si así fuera, sería imposible hacer una crítica ecuánime. Objetiva ya sabemos que nunca es, pero lo que se necesita aquí es ecuanimidad.

Seamos, pues, ecuánimes. Aunque tiene un hilo narrativo y temporal, esa espera beckettiana en pos de la estrella que pueda salvar el proyecto, la obra se articula en viñetas que van y viene  en el tiempo. También en un par de proyecciones -notablemente la que abre y la que cierra la obra- que hacen del cine no solo una herramienta narrativa, sino el objeto de reflexión de una parte del tema. El punto central es una obra de teatro dentro de la obra de teatro, una escena que se supone que la actriz hace frente a la cámara y que trata, nada más ni nada menos, que de un cásting teatral en un encuentro poético. Es un completo tour-de-force (y dale con los franceses) tanto para Casalis como para la obra en sí. Es también el momento más extenso de la representación, la viñeta más larga. Y ahí ocurre el milagro de la obra: no importa cuánto se conozca la referencia “real” de la obra, sino que en ese momento hablamos al mismo tiempo de poesía, de teatro, de cine y del espíritu y necesidad de trascendencia que tal ensalada representa. En ese momento, el teatro se vuelve algo completamente puro, el arte de la interpretación (no de la actuación: de interpretar el mundo y condensarlo en una escena) y conmueve. 

Si la obra termina en un dejo melancólico, en una declaración de amor que es totalmente pura, es porque se alejó completamente de la referencia real: finalmente, a esos dos personajes de la obra, esos dos amigos, esa actriz y ese director, los conocemos por lo que el texto, la puesta y la interpretación nos ha dado. Y sus emociones han surgido de la propia puesta en escena, del uso del espacio y del off que es cómico, absurdo y peligroso, todo a la vez, desde un llamado conminatorio hasta la estrella malhadada o un grupo de rugbiers. La experiencia real se ha transformado en otra cosa, universal, que nos conmueve por sí misma. Es en el recuerdo, cuando lo conocido se separa de lo representado, cuando uno puede capturar las virtudes de este juego breve, de esta casi hora de pasear por la pasión del arte con calidez y con humor. Y con amor.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

 

Jueves, 20,30 en El Extranjero (Valentín Gómez 3378)

Dramaturgia y dirección: Santiago Pedrero. Elenco: Emiliano Carrazzone, Lucila Casalis.

Fotografía: Laura Mastroscello.

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