A Sala Llena

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Se respeta lo respetable

Se respeta lo respetable

Ayer twitteé algo por la mañana y, curiosamente (aunque no tanto, los dos somos fanáticos) me encontré con un post parecido en Facebook de Christian Bernard. Mi tweet decía: “Occidente se está dividiendo en dos: Las personas a las que nos gusta @truedetective 2 y las que no. Las que nos gusta somos mejores”.

 Y si bien la aseveración iba con animus iocandi, lo cierto es que un poquitiiiitoo lo pienso. Es decir, por más que me devano la sesera pensando en qué carajo están viendo los que la defenestran, no puedo de verdad empatar ni un ápice con ellos. Algunos entenderán esto como un rasgo facistoide, y tendrán razón. De verdad pienso que a los que no les gusta, son giles. ¿Qué dicen por allá atrás, que me vaya a freír churros? ¡Después de usted, humanoide caconero!

 La verdad es que me indigno un rato todos los días cuando leo titulares como los del Vanity Fair, que semana va semana viene cargan contra la segunda temporada de esta serie maravillosa, arguyendo estupidez tras estupidez. “Que es muy complicada la historia, que como son tantos personajes no empatamos con ninguno, que me aburro, que no entiendo, que ñañañañaña…”

 Como todos ustedes saben, adoré la primera temporada, y en este espacio publiqué varias columnas al respecto. Pero toda esta sarta de seguidores roedores de Rust y Marty, me están haciendo querer reventarlos a patadas. Rust y Marty fueron maravillosos, pero ya está, man, ya se fueron. Y aunque fueron magníficos, Velcoro, Bezzerides, Woodrufh y Frank están más que a la altura, cuando no les pasan el trapo.

 Esta temporada es magnífica.

 Con códigos televisivos más duros, menos emparentados con el cine, con personajes ásperos, menos filosóficos, más físicos, recios (casi westerianos), y con una constitución rayana en la psicopatía que no filosofa ni romantiza el estado (Rust era una oda a la romantización de la locura), sino que lo abraza y te lo echa en la cara para que lidies con eso, la segunda temporada es tan potente que te deja de una pieza. Caracteres que operan renegando del destino, pero están inmersos en él de manera absoluta. Podemos decir que, mientras Rust y Marty reflexionaban acerca de la banalidad y el sinsentido de la existencia, estos cuatro tipos pelean por existir, con las anteojeras del ser humano que se relaciona con su naturaleza a través de la acción y no de la reflexión. El hombre que escapa de la muerte a como dé lugar, sin entender que a cada paso se avienta más y más hacia ella. Rust buscaba la muerte sin suicidarse, estos huyen de la muerte corriendo a su encuentro. Rust y Marty de alguna manera y a pesar de sus pecados y su mayor o menor carnadura, se alzaban por encima de los demás, como dos ángeles que estudian a las criaturas de la tierra desde una visión de altura. Velcoro, Frank, Ani y Woodrugh son ángeles absolutamente caídos, cegados por la desesperación. Animales heridos que no guardan las garras ni cuando duermen.

 Mi amigo Rodolfo Weisskirch expuso, con su sesudo comportamiento habitual, que en esta temporada la idea subyacente y de coerción es la figura paterna. Y por supuesto, estuve de acuerdo. Así, el padre y la paternidad se vuelven un mito que emparenta a todos los personajes ya sea por su ausencia, su presencia nociva, el ejercicio de la paternidad, las dudas acerca de ella, etcétera, etcétera, etcétera… Y la identidad se vuelve un factor determinante. Rust sostenía que el la identidad era un mito, una alucinación, la cárcel dorada y la cuna de la desgracia de la humanidad. Velcoro, Ani, Woodrugh y Frank en cambio, llevan a cabo sus gestiones dominados por el credo de que quién se es, el nombre, el recorte de la propia carne por sobre la carne de los demás lo define todo. Y que, a partir de allí, todo lo que elegimos hacer no es más que una expresión acabada de nuestra naturaleza. Por supuesto, están ciegos a la realidad denotada de la tragedia: somos lo que siempre fuimos, lo que nacimos para ser, enguantados siempre por la crueldad del destino y su inexorabilidad absoluta, no importa cuánto nos inventemos y nos re inventemos. Pero el destino no es el mal. El mal en True Detective 2, se hace. Y se hace, por sobre todas las cosas, cuando se niega o se huye de la propia identidad. La máxima expresión de esta especie de “religión del páter” la da a luz Velcoro con el ruego a su ex mujer: que su hijo jamás sepa de dónde viene. La identidad creada, por encima de la verdad, y ese engaño no lleva ni llevará jamás a otra cosa que al acervo del mal, del crimen, del sufrimiento y de la muerte.

 El motor de la tragedia griega, a toda máquina.

 La perdición de Velcoro fue la idea de que borrando la existencia, el nombre vivo del violador de su mujer, borraría entonces lo que le sucedió. Es por esta razón que la confusión de identidades (mató al tipo equivocado) es percibida por él como su verdadera tragedia, y no el hecho de haberse convertido en asesino despiadado. Y de eso, por más que la vida le ha dado muestras de que está equivocado, Velcoro sigue sin renegar. Y si esto no constituye un redomado caso de hibris, que llamen al bobero que empaco la tricota.

 La construcción del policial es formidable. Y solo hay que dejarse llevar por la trama sin oponer resistencia. Teorizar sí, especular también, pero no estar haciendo fuerza permanente para descular todo el asunto antes de que decante por completo. Esta temporada es un conjunto de círculos concéntricos, hay que ir pista tras pista, sin atolondrarse, degustando lo obscuro, admirando cada proceso, amando y ponderando su humanidad profunda que es el sello de calidad de la serie en ambas temporadas.

 Esta segunda parte es austera, elegante, dura, negra, pletórica de espíritu televisivo. Es extremadamente sexy, rocanrolera, reventada y de buena familia. Como esas mujeres que nos gustan a todos y que nos hacen perder la cabeza con su encanto un poco impostado y artificial.

 No se equivoquen, si esta temporada no les gustó es porque hay algo nabo en ustedes, no tengan sombra de duda.

 Y aunque me salten al cogote con que tengo que respetar todas las opiniones, déjenme decirles algo: yo respeto el espacio de opinión de todos, pero en términos de lo que opinan en sí, de la opinión vertida propiamente, respeto solo lo respetable.

 Porque amigos, a fin de cuentas, SE RESPETA LO RESPETABLE.

Laura Dariomerlo / @lauradariomerlo

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