(Estados Unidos, 2015)
Dirección: John Erick Dowdle. Guión: John Erick Dowdle y Drew Dowdle. Elenco: Owen Wilson, Pierce Brosnan, Lake Bell, Sahajak Boonthanakit, Sterling Jerins, Tanapol Chuksrida, Thanawut Kasro, Chatchawai Kamonsakpitak, Nophand Boonyai. Producción: Drew Dowdle, David Lancaster y Michel Litvak. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 103 minutos.
La calma y la tormenta.
El gobierno de Estados Unidos siempre ha colaborado, planificado y muchas veces ideado la apropiación de los recursos naturales de un país del Tercer Mundo en connivencia con corporaciones multinacionales. La necesidad de encauzar la riqueza de países subdesarrollados hacia las fauces de los países centrales -para satisfacer las necesidades de una sociedad industrial- ha tenido como consecuencia buscada la imposición de dictaduras, la educación de una clase dirigente sometida a los dictámenes de la metrópoli y la pobreza de la mayoría de los ciudadanos de los países sojuzgados.
La sociedad de consumo y del espectáculo, la industrialización de los países emergentes, la globalización y el crecimiento de la industria turística crearon las condiciones, entre otras variables, para la trasformación del Tercer Mundo en un paraíso exótico, generándose así el surgimiento del “Cuarto Mundo”. Este nuevo mundo está representado por aquellos países donde el turismo es poco recomendable debido a su inestabilidad, según las agencias internacionales.
Sin Escape es una película de acción que retoma radicalmente estas ideas a partir de la llegada de un ejecutivo de una empresa norteamericana a Camboya. El susodicho cree que su puesto en la empresa Cardiff va a proporcionar agua potable al país pero en realidad el acuerdo es una pantalla para la expropiación de las reservas de agua en una de las naciones con el índice de corrupción más alto del planeta. En medio de una revolución en el país asiático por esta causa, Jack Dwyer (Owen Wilson) y su familia deberán escapar de los furiosos guerrilleros maoístas descendientes de los sangrientos Khmer Rojos, quienes -a lo largo del metraje- los quieren matar a machetazos, fusilar, atropellar y violar, entre otras atrocidades. Así las cosas, simultáneamente a la llegada de Jack y su familia se produce la caída de la monarquía constitucional y el ascenso de los guerrilleros. El joven emprendedor recibe la ayuda de un oficial del servicio secreto británico, Hammond (Pierce Brosnan), y de un camboyano fanático de Kenny Rogers que trabaja para él, para escapar del convulsionado país que parece haber constituido un comité nacional de linchamiento para Dwyer.
La última película del generalmente correcto director John Erick Dowdle utiliza a la perfección un mecanismo de aceleración y desaceleración de la acción que lleva hasta el extremo las escenas, para luego darles a los personajes un respiro. El guión del director, en colaboración con Drew Dowdle, presenta algunas paradojas respecto de la construcción de los personajes, especialmente del protagonista y sus dolencias, pero quedan a un lado debido al carácter de la propuesta que pone todo el énfasis en la contraposición del instinto de supervivencia y la energía del padre norteamericano, y la pasividad de los camboyanos no sumados a la guerrilla.
A pesar de estar destinado a la concientización de un público norteamericano sobre las consecuencias de las políticas de su país, el film crea una atmosfera febril de la que resulta imposible sustraerse, generando una especie de campo gravitacional sobre una historia totalmente absurda, colmada de guiños políticos e históricos, acerca de un oficinista que combate a toda una guerrilla armada hasta los dientes con palos y piedras. La realidad social golpea en Sin Escape de manera contundente y sin pedir permiso para dejar las buenas conciencias del Primer Mundo traumadas por su legado de sangre y agua. Una advertencia de Dowdle para sus compatriotas, o tal vez una profecía exacerbada de las luchas que se avecinan.
Por Martín Chiavarino
¿Sin escape?
La película Sin Escape (No Escape, 2015) está situada en un lugar cuya exactitud no se le informa al espectador, lo único que éste sabe es que pertenece al sudeste asiático y que está cerca de la frontera con Vietnam. Allí una familia norteamericana, compuesta por un matrimonio y dos niñas, llega para instalarse de forma permanente debido a que el sostén económico del clan, Jack Dwyer (interpretado por el intrépido Owen Wilson), trabajará para una empresa norteamericana. El conflicto se presenta de inmediato cuando un orden dictatorial se impone asesinando violentamente al gobernante de turno, desatando así una guerra civil. Los rebeldes asesinan a todo aquel que se opone y a todos los extranjeros sin importar si son turistas de paso o residentes, incluso matarán a sus compatriotas. En consecuencia, Jack y su familia estarán constantemente en peligro.
Este drama de acción, si bien posee un guión básico y predecible, logra mediante el montaje y la dosificación de la intriga mantener al espectador interesado en todo momento (aunque en ocasiones la tensión será tan constante e intensa que asfixiará al espectador). En un país oriental, presentado aquí por la esposa de Jack (Lake Bell) como perteneciente al Cuarto Mundo, los rebeldes ejercerán tal violencia que ésta resultará poco tolerante para la vista; sin embargo, los protagonistas del film tendrán gran resistencia, incluso las niñas. Los medios de comunicación serán interrumpidos, al igual que toda posibilidad de contacto con el exterior, por ende los Dwyer se verán sumergidos en una emboscada. Jack está caracterizado como un astuto ingeniero, cuya velocidad mental y audacia le permitirán a él y su familia escapar una y otra vez de situaciones extremas. La estructura tan esquemática del guión resulta algo tediosa: los protagonistas pasan por una situación extrema, luego tienen pocos minutos de respiro y pasarán otra vez por un acontecimiento extremo. Por lo tanto, la película se vuelve un tanto redundante y cíclica. En ella no sólo la familia Dwyer no tendrá alivio, sino que nosotros los espectadores tampoco.
El Cuarto Mundo es representado en el film por países muy pobres que sólo pueden sobrevivir gracias al turismo, en función de sus hermosos paisajes. La tesis social de Sin Escape será explicitada por Hammond, interpretado por Pierce Brosnan, quien funciona en la estructura dramática como “personaje delegado”. Brosnan interpreta una vez más a un héroe de acción que protegerá a la familia en cuestión. La crítica del film reside en las consecuencias que producen los intereses capitalistas de los países imperialistas -como Estados Unidos e Inglaterra- sobre el Tercer Mundo con pocos recursos: las falsas promesas de los países colonizadores terminan por empobrecer a los países del devenido Cuarto Mundo, según lo expresa Hammond.
Por Denise Pieniazek
El villano maldito.
Alfred Hitchcock en ese fundacional diálogo con François Truffaut, reproducido en el libro El Cine según Hitchcock, estableció en conjunto con el francés las ideas teóricas centrales sobre cómo debe ser construidas las formas cinematográficas, la coherencia en la puesta en escena y por sobre todas las cosas, por qué más allá de ser un artista Hitchcock entendía el cine como un negocio, que hacer para que una película funcione. El inglés mencionaba un pilar fundamental para que todo fluya; la construcción del villano debía ser lo más meticulosa y detallada posible, él creía fuertemente que el villano era incluso más importante que el héroe, porque el villano era el terror. Hitchcock decía que nadie le tenía miedo a un disparo, pero todos le tenían terror a los segundos previos a ese disparo donde el villano era todo en la puesta en escena. En Sin Escape (2015) el director John Erick Dowdle descansa en dos estrellas de Hollywood con carisma sin límites como Pierce Brosnan y Owen Wilson pero se decide por el abandono y la desidia completa ante la posibilidad de construir un villano que esté a la altura de las circunstancias.
Jack Dwyer (Owen Wilson) lleva a su esposa e hijos a un país asiático para trabajar como empleado de una empresa norteamericana. En el hotel se encuentra con Hammond (Pierce Brosnan), donde comienzan una relación fraternal producto de la lejanía de ambos del hogar. Repentinamente una revolución derroca al régimen supuestamente dictatorial de ese país y los rebeldes asesinan a cuanto extranjero tengan a su alcance. Los villanos son los rebeldes, pero Dowdle los trata con desprecio desde la puesta: ninguno tiene nombre, no tienen antecedentes, ninguno tiene una historia familiar, no hay líderes, no tienen líneas de diálogo, no tienen un primer plano más allá de las turbas, la iluminación apenas les cubre el rostro en cada plano; es decir, no hay villano. Dowdle pretende que el terror se desate solamente por una cuestión de efectismo político. Para colmo lo pone a Brosnan a decir obviedades sobre el capitalismo y el primer mundo (“nosotros tenemos la culpa de esto”) para no dejar ninguna ambigüedad al espectador.
Golpes bajos incluidos y Wilson no funcionando en este contexto como “comic relief” (más allá de algún ralentí divertido con los hijos volando de edificio a edificio) dejan a la película desnuda, sin nada. Para colmo el film, que trabaja durante gran parte del metraje la suciedad de la acción pura, termina en las más obscenas de las secuencias límpidas, donde el director quiere mostrar a la familia como unidad invencible e indivisible.
Por Carlos Rey