LA CONJURA DE LOS NECIOS
Todas las películas nacen libres e iguales, asegura la máxima truffautiana. Truffaut tenía mucho de romántico decimonónico pero no se comía ninguna: esa igualdad de origen no era un gesto de ingenuidad sino un recordatorio para que el crítico no ajuste cuentas con una película atendiendo a sus condiciones productivas. Truffaut sabía que, si las películas nacían iguales, no vivían todas del mismo modo y, seguramente, también sabía que algunas películas mueven a la crítica a preguntarse, justamente, por las razones de su engendramiento. La pregunta tiene aires metafísicos pero es plenamente empírica: ¿por qué existe una nueva remake de Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front)? ¿Qué razón puede tener su aparición en el cine, hoy, 2023 (aunque sea del 2022), cuando hay ya dos versiones previas? Si se trata de narrar el horror de la guerra de trincheras, muchas películas ya lo hicieron antes, empezando por la primera versión, la de Lewis Milestone, de 1930, por lejos una de las películas brutales de la historia, la que primero filmó la violencia de una conflagración militar con repulsión y desencanto. Más de medio siglo antes que la escena del desembarco en Normandía de Rescatando al soldado Ryan, Milestone ya había filmado la matanza indiscriminada, la destrucción psíquica a la que puede llevar un bombardeo, los cuerpos descuartizados por explosiones o el carácter contingente e imprevisible de la muerte, que puede llegar de cualquier lado (del plano) y en cualquier momento. La escena en la que un puñado de soldados espera en un refugio a que termine el ataque enemigo es bastante más larga e impresionante en la versión de 1930 que en la de 2022: lo que la remake resuelve con el temblor de la cámara y el revoleo de miembros y sangre la original lo extiende en el tiempo y lo traslada a los gestos enloquecidos de los soldados, que tartamudean o se mueven erráticamente; se trata, en todo caso, de otro temblor, ya no técnico sino humano, antropológico.
Entonces, sigamos nuestro interrogante. Hipótesis 1: la remake busca actualizar la novela de Remarque según los códigos del cine bélico contemporáneo, presuntamente más brutales y, por ende, más realistas. Pero ya vimos que la original era tanto o más terrible que la nueva. Entonces, hipótesis 2: la película es parte de los intentos recurrentes de Alemania de revisar su historia, esta vez permitiéndose el lujo de evitar el nazismo, esa bestia negra de la que el país no puede librarse sino a costa de seguir pensándola, obsesivamente, sin descanso. El cine alemán vuelve febrilmente sobre su propia historia, incluso hay directores como Alexander Kluge que dedicaron toda su filmografía a interpretar el pasado nacional. Sin novedad en el frente, con su mensaje antibélico, crítico del nacionalismo y de los intereses políticos, sería entonces una de esas oportunidades para el cine alemán de enarbolar un humanismo más o menos global y sin fisuras nacionales, una metonimia oportuna en la que Alemania y la Primera Guerra Mundial condensan toda la la maldad y la estupidez humanas. Que la película compita en los Oscars en las categorías de Mejor Película y Mejor Película Extranjera (nadie dice “de Habla no Inglesa”) sugiere que esa empresa biempensante reportó sus éxitos.
Pero esas elucubraciones nos sacan del terreno del cine, que es donde la película exhibe una estrechez absoluta, como pocas o ninguna otra película bélica moderna. El guion narra con un apuro incomprensible el enrolamiento de los cuatro protagonistas: el relato no permite la construcción de casi ningún personaje, cada uno apenas si puede volverse una reserva estereotípica (está el galán testosterónico, el intelectual discreto, el indeciso que es arrastrado por los otros y Paul, el testigo privilegiado, el héroe neutro sobre el que se descargan los conflictos y que se vuelve objeto de las grandes transformaciones narrativas). En un par de minutos estamos en medio de la guerra, entonces, con los maltratos de los superiores, la precariedad material y el salvajismo del combate. El guion exagera el desfase entre las expectativas de los protagonistas y el desencanto de la realidad del frente: el contraste es grotesco y parece buscar una complicidad entre película y espectador, dejando afuera a los personajes, como si el director le anunciara a su público por todos los medios posibles que los personajes son un poco tontos, que se dejaron engañar por la verborragia nacionalista y que ahora van a pagar el precio de su credulidad. Del uniforme lavado, pero con la etiqueta del soldado que murió antes en él, al barro y sangre de las trincheras. Sí, ya habíamos entendido, hace muchas escenas atrás.
Pero Edward Berger no se queda ahí, porque después de ese comienzo impiadoso, que busca conmovernos con el shock de la guerra, empiezan a aparecer aquí y allá momentos de un patetismo extraordinario en los que los personajes recuerdan lastimosamente su vida antes del combate o imaginan proyectos futuros que, sabe el espectador (porque lo susurra el director), van a quedar fatalmente truncos. El director no cree que sea un problema alternar la crudeza de la violencia con el sentimentalismo epistolar. Tampoco nota el traqueteo que produce el contraste entre la dureza de la vida de los soldados con la maldad programática del superior de cuyos caprichos dependen: pelado, atusándose el bigote, devorando manjares, el hombre no es más que una caricatura, pertenece menos al universo del cine bélico que a una aventura de Tintín. Sin embargo, Berger le dedica varias escenas, como si esperara realmente galvanizar los ánimos del público contra el personaje: difícil tomar partido contra una caricatura.
La película pierde el rumbo enseguida, después de un comienzo que promete una máquina narrativa eficaz y precisa (el tránsito del uniforme de un muerto en batalla que llega a las manos del protagonista). Un poco como los personajes, Berger no sabe qué hacer, a dónde ir, en qué enfocarse. Ante la duda, el hombre se propone narrarlo todo, incluidos los peores lugares comunes del género, como la escena de la fosa en la que el combate entre dos soldados dura una eternidad, lo mismo que la agonía de la muerte, cuando se escuchan los pluff pluff de la sangre que ahoga de a poco al herido. Matar a alguien es difícil, hay miles de películas que filman eso desde hace eones, pero Berger está seguro de que descubrió algo, que está diciendo una cosa nueva. Imposible hacer cine si no se lo mira, si se cree que todo comienza con uno.
(Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, 2022)
Dirección: Edward Berger. Guion: Edward Berger, Lesley Paterson, Ian Stokell. Elenco: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Daniel Brühl, Andreas Döhler. Producción: Edward Berger, Daniel Marc Dreifuss, Malte Grunert. Duración: 148 minutos.
1 comentario en “Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front)”
Una crítica magistral de una película mediocre. Felicitaciones Diego Maté