NO DISFRUTES DEL SILENCIO
Desde hace largo tiempo, las narrativas postapocalípticas fueron actualizadas a la luz de las nuevas tecnologías y los cambios culturales: cada generación no puede dejar de reinventar su propio relato del fin del mundo, aunque a veces resulte intrascendente. Esta afirmación se ajusta muy bien al caso de Azrael, de E.L. Katz.
La (prácticamente) obvia asociación con Un lugar en silencio no hace más que develar la sobreexplotación de un recurso que no funciona, tomado como elemento aislado en el relato. En Azrael, los personajes no hablan y, pese a que hay una justificación precaria de esto al inicio del film, el silencio no aporta nada a la acción. Esta es una de las primeras reacciones que nos surgen transcurridos los primeros minutos de la historia y que mantendremos a lo largo de toda la película.
El argumento explica que un culto persigue a una mujer llamada Azrael (Samara Weaving). La joven se ha fugado de la prisión y busca refugio en el bosque, donde será capturada por la secta para ser sacrificada. Azrael deberá sobrevivir frente a los cultistas y a otro tipo de amenaza. Una experiencia de supervivencia en tiempo real es lo que procura retratar la película. Sin embargo, se boicotea a sí misma cuando acude a subtextos religiosos o místicos para darle consistencia al relato. Azrael es un nombre cargado de simbolismo religioso: representa nada menos que al ángel de la muerte, pero en el filme (tal como los votos de silencio) la elección del nombre resulta un detalle anecdótico. No hay tratamiento acertado de la materia religiosa, ya que parece una cáscara vacía. No se entiende la secta, ni sus creencias y lo crucial, las acciones resultan inteligibles. Si la verbalización está prohibida, entonces toda comunicación debe construirse a partir de gestualidades y actos. El problema de la película es que las acciones de los personajes (todos) no están bien direccionadas, por lo que fracasan en mostrar intencionalidades. Sabemos que Azrael debe sobrevivir, pero no somos capaces de comprender las decisiones que toma para empatizar o sufrir con ella. Samara Weaving es una de las scream queens más célebres del presente y hacerla actuar en un largometraje en donde no hable es, por decir poco, una decisión arriesgada. La dulce final girl muestra una personalidad unidimensional porque, además de darle un obsequio al novio, no sabemos nada de ella y tampoco hay desarrollo alguno para justificar un sentimiento del espectador hacia el desenlace del film.
La cuestión del mundo apocalíptico y los sectarios goza, como dijimos, del mismo problema acentuado por la necesidad de forzar un espacio percibido como artificial. Los asentamientos de los cultistas en el bosque parecen más una escenografía acartonada que aposentos reales de fanáticos religiosos. Por otro lado, sus prácticas son algo absurdas y caprichosas.
En conclusión, se desperdicia el talento corrosivo de Weaving en una aventura que tiene sangre, pero no entretenimiento.
(Estados Unidos, 2024)
Dirección: E.L. Katz. Guión: Simon Barrett. Elenco: Samara Weaving, Vic Carmen Sonne, Nathan Stewart-Jarrett. Producción: Dan Kagan, Simon Barrett, Dave Caplan. Duración: 85 minutos.