CÓMO HACER COSAS CON FANTASMAS
Existen varios hechos atendibles que se desprenden del cine de fantasmas. Una primera cuestión sería comprender la pertinencia de una denominación como esta dada la diversidad y el alcance de largometrajes que integrarían una subcategoría. Pensemos que deberíamos ser capaces de englobar, a pesar de las profundas diferencias estéticas, producciones tales El espinazo del Diablo, Ringu, El resplandor o Ghost Story. Desde esta perspectiva, para que esta subcategoría funcione deberíamos aceptar una premisa básica y tal vez obvia: la presencia del fantasma justifica ya un pasaje directo al club, podríamos aseverar casi instintivamente… Ahora, ¿una película de fantasmas es necesariamente una película de terror?
En efecto, este un interrogante plausible con el que nos topamos al ver Presence, de Steven Soderbergh. Este largometraje constituye la primera incursión formal del director al cine de terror. A propósito, sabemos que Soderbergh ha sabido manejar con destreza el registro de lo mainstream en producciones exitosas como la saga Ocean´s o Traffic, pero que también ha sabido jugar con su lado salvaje, como lo demostró en su multipremiada ópera prima Sexo, mentiras y video.
Presence devuelve a Soderbergh a una impronta en una obra que destaca por la belleza de los planos y la apuesta intimista. El punto de partida argumental es el de una familia (encabezada por una magnífica Lucy Liu) que se muda a una nueva vivienda suburbana. Rápidamente sospechan que no están solos porque una presencia extraña empieza a manifestarse. Hasta aquí, una sinopsis más que recurrente aplicable a cientos de películas. La cuestión es que Soderbergh despliega un esmerado juego de cámaras, que pone el ojo exclusivamente desde la perspectiva de la entidad. Este hecho establece como espacio único de desarrollo el hogar, ya que el espíritu no puede abandonarlo. De este modo, nosotros también nos sentimos confinados con la familia, hecho que favorece el tono intimista, confesional, cotidiano. Sin embargo, el guión que propone el prestigioso David Koepp proporciona un vínculo muchas veces polarizado y fatalista entre los miembros de la familia. Estos estereotipos constituyen verdaderos “corsés” que aprisionan a los personajes en roles prefijados y estancos. Una madre, “carne de diván” que debería atender el amor (no) sublimado es su hijo (Eddy Maday), y un padre (Chris Sullivan) que intenta compensar esa voraz demanda egotista de amor volcándose al cuidado de su hija (Callina Liang). El film trata de estas presencias/ausencias en la interacción familiar, pero cae muchas veces en roles estereotipados que resultan superficiales y que resultan interesantes por lo que ocultan. De hecho, es en el segundo acto, donde la linealidad se apodera del guión y asistimos con impotencia al previsible devenir de los hechos.
Soderbergh le da voz al fantasma, pero no lo arriesga demasiado. En esa perspectiva, la comparación con Ghost Story resulta obvia pero elocuente. El film de David Lowery nos develaba una entidad atada a los avatares de un mundo que ya no es propio. La película desplegaba una contundente carga filosófica de existencialismo que no podía dejar de conmovernos. Aquí, en cambio, el planteo es más lineal y limitado: el espectador es una especie de voyeur. Soderbergh nos invita espiar habitaciones, escuchar fragmentos de conversaciones y otros pasajes de la vida cotidiana mediatizados por una sobreestetización del lenguaje visual que nos aleja de la identificación y nos vuelve abrumadoramente indiferentes.
Para concluir volvemos a la primera cuestión. Si aceptamos que una película de fantasmas puede no buscar el efecto de terror canónico y proporcionar otra variedad de horrores que atañen a la naturaleza humana, Presence tampoco nos ofrece esta experiencia de manera plena o audaz porque, pese a los grandes recursos iniciales, lamentablemente no logra romper la linealidad previsible.
(Estados Unidos, 2023)
Dirección: Steven Soderbergh. Guión: David Koepp. Elenco: Lucy Liu, Chris Sullivan, Callina Liang, Eddy Maday. Producción: Julie M. Anderson Ken Meyer. Duración: 85 minutos.