YO SOY TU AMIGO FIEL
Hay algo naturalmente encantador en las películas protagonizadas por animales domésticos, un subgénero en el que el cine ha sabido inscribir grandes títulos que permanecen en la memoria colectiva. En esa línea, Good Boy ha generado, durante los últimos meses, un notable entusiasmo, despertando el interés de los fanáticos del cine de género. Sin duda, la premisa resulta atractivamente perturbadora: un perro que, gracias a su sensibilidad, percibe ciertos hechos paranormales que ocurren a su alrededor y afectan principalmente a su dueño. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol, pero esta idea sencilla funciona cuando se pone en juego la perspectiva del animal para contarnos la historia desde su propia experiencia.
Todd (Shane Jensen) y su perro Indy se mudan a una vieja y abandonada casona familiar tras recibir un terrible diagnóstico médico. Sobre este punto hay también mucha controversia: existe una decisión deliberada del director de no explicar cuál es la enfermedad que padece Todd. Esto propició una serie de discusiones en las redes, ancladas básicamente en dos posiciones. La primera sostiene que se trata de un abuso de sustancias, y la otra teoría apunta hacia una enfermedad pulmonar de tipo hereditario. Ambas ideas tienen sus puntos atendibles. Sin embargo, lo interesante es la ambigüedad que el director logra con esta apuesta. Esta tensión no resuelta –porque al fin y al cabo es la perspectiva del perro, que no puede discernir qué aqueja a su amigo– constituye un gran acierto para un cine que últimamente se decanta por explicarle todo al espectador.
El escamoteo de lo que está sucediendo permite yuxtaponer elementos lo suficientemente complejos para que el espectador elabore una narrativa. Así, elementos en principio no legibles se van uniendo con otros reconocibles para configurar distintas hipótesis. El tropo de la casa abandonada y la enfermedad familiar maldita, los cambios repentinos del carácter de Todd, el sótano que contiene un secreto, la cicatriz de pinchazos, el alquitrán, la ensoñación y, finalmente, las presencias, constituyen indicios de las distintas posibilidades del relato.
Por otro lado, dichas posibilidades también corren el riesgo de “fugarse” del sentido. No olvidemos que el plano que ordena el filme es el subjetivo, con lo que ver desde la mirada del perro puede traducirse en el empobrecimiento de la experiencia en ciertos momentos de la película. De la misma manera, hay otras decisiones que simplemente son redundantes o quedan orbitando en el sinsentido, como puede ser el ocultamiento del rostro de Todd.
En otro orden de cosas, los planos del largometraje merecen un párrafo aparte. Resulta evidente que el director Ben Leonberg está tratando de captar más sensaciones que razones, por lo que prima la experimentación en los planos del filme. En ese sentido, muchas de las transiciones entre escenas no están adecuadamente montadas. De hecho, hablando estrictamente desde lo visual, en el afán de captar los cuadros “en crudo”, la direccionalidad de las escenas parece desprolija y rudimentaria.
Pese a estos detalles, que ocurren en varias oportunidades, el peso de las acciones recae en Indy, quien permanentemente nos brinda una gran performance durante toda la película. A propósito, se ha reactivado en internet el debate por el reconocimiento en los Óscar a los animales que participan en las películas. Más allá de esta discusión, que data de hace mucho tiempo en Hollywood, lo cierto es que Indy logra transmitir ese aroma de terror y muerte que acecha, pero que, por suerte para nosotros, está al alcance de un hocico.
Good Boy se inscribe, como la saga de El conjuro (2013), de James Wan, en la lista de películas de género que cuentan, con la misma pasión, la historia de un amor inolvidable.
(Estados Unidos, 2025)
Dirección: Ben Leonberg. Guion: Alex Cannon, Ben Leonberg. Elenco: Shane Jensen, Indy Jensen, Arielle Friedman, Larry Fessenden, Stuart Rudin, Anya Krawcheck. Producción: Ben Leonberg, Kari Fischer. Duración: 72 minutos.








