Snowtown, de Justin Kurzel
El cine australiano sabe perturbarnos con obras demoledoras, que no temen mostrar el costado más podrido de la sociedad, al tiempo que auguran un mañana poco esperanzador. Mad Max sigue siendo el ejemplo paradigmático, pero no nos olvidemos de, por ejemplo, Chopper, sobre un asesino de la vida real.
Snowtown también está basada en un hecho verídico, lo que le da un aire aún más estremecedor.
En el poblado que le da nombre al film, el joven Jamie (Lucas Pittaway) y sus hermanos viven a merced de abusadores y maltratadores que se aprovechan de la buena fe de la madre. John (Daniel Henshall), el flamante novio de la mujer, pronto se convierte en una figura paterna para los muchachos. Jaime no tardará en descubrir los oscuros hábitos del simpático señor: junto a un grupo de lugartenientes, se dedica a tortura y asesinar pedófilos y homosexuales en general. Pronto se sumarán a la lista de intereses drogadictos y otras personas con problemas o que dan problemas. Jamie se volverá cómplice de las atrocidades y comenzará un descenso a los infiernos del que difícilmente pueda salir.
Una película violenta, implacable, cruda y realista, que recuerda a los climas y la tensión de esa genialidad que es Henry: Retrato de un Asesino. El director debutante Justin Kurzel logra alternar momentos de la vida cotidiana (estupenda la caracterización de una familia de los suburbios) con los crímenes de John y sus secuaces.
Con su caracterización, Daniel Henshall hace a su personaje uno de los más desagradables de la pantalla grande moderna. Y, por supuesto, el John verdadero es uno de los más desagradables de Australia.
Snowtown es una de las películas más terribles en lo que va del siglo XXI. Una joyita no apta para débiles.